domingo, 17 de marzo de 2013

VAMOS CONOCIENDO AL PAPA FRANCISCO


Carta del Cardenal Bergoglio 
con ocasión del comienzo del año de la fe
Queridos hermanos:
Entre las experiencias más fuertes de las últimas décadas está la de encontrar puertas
cerradas. La creciente inseguridad fue llevando, poco a poco, a trabar puertas, poner
medios de vigilancia, cámaras de seguridad, desconfiar del extraño que llama a nuestra
puerta. Sin embargo, todavía en algunos pueblos hay puertas que están abiertas. La
puerta cerrada es todo un símbolo de este hoy. Es algo más que un simple dato
sociológico; es una realidad existencial que va marcando un estilo de vida, un modo de
pararse frente a la realidad, frente a los otros, frente al futuro. La puerta cerrada de mi
casa, que es el lugar de mi intimidad, de mis sueños, mis esperanzas y sufrimientos así
como de mis alegrías, está cerrada para los otros. Y no se trata sólo de mi casa
material, es también el recinto de mi vida, mi corazón. Son cada vez menos los que
pueden atravesar ese umbral. La seguridad de unas puertas blindadas custodia la
inseguridad de una vida que se hace más frágil y menos permeable a las riquezas de la
vida y del amor de los demás.
La imagen de una puerta abierta ha sido siempre el símbolo de luz, amistad, alegría,
libertad, confianza. ¡Cuánto necesitamos recuperarlas! La puerta cerrada nos daña, nos
anquilosa, nos separa.

Iniciamos el Año de la fe y paradójicamente la imagen que propone el Papa es la de la
puerta, una puerta que hay que cruzar para poder encontrar lo que tanto nos falta. La
Iglesia, a través de la voz y el corazón de Pastor de Benedicto XVI, nos invita a cruzar el
umbral, a dar un paso de decisión interna y libre: animarnos a entrar a una nueva vida.
La puerta de la fe nos remite a los Hechos de los Apóstoles: “Al llegar, reunieron a la
Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a
los gentiles la puerta de la fe” (Hechos 14,27). Dios siempre toma la iniciativa y no
quiere que nadie quede excluido. Dios llama a la puerta de nuestros corazones: Mira,
estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré en su casa y
cenaré con él, y él conmigo (Ap. 3, 20). La fe es una gracia, un regalo de Dios. “La fe
sólo crece y se fortalece creyendo; en un abandono continuo en las manos de un amor
que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios”

Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida mientras
avanzamos delante de tantas puertas que hoy en día se nos abren, muchas de ellas
puertas falsas, puertas que invitan de manera muy atractiva pero mentirosa a tomar
camino, que prometen una felicidad vacía, narcisista y con fecha de vencimiento;
puertas que nos llevan a encrucijadas en las que, cualquiera sea la opción que sigamos,
provocarán a corto o largo plazo angustia y desconcierto, puertas autorreferenciales que
se agotan en sí mismas y sin garantía de futuro. Mientras las puertas de las casas están
cerradas, las puertas de los shoppings están siempre abiertas. 
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Se atraviesa la puerta de la fe, se cruza ese umbral, cuando 
la Palabra de Dios es anunciada y el corazón se deja plasmar por la gracia 
que transforma
Una gracia que lleva un nombre concreto, y ese
nombre es Jesús. Jesús es la puerta. (Juan 10:9) “Él, y Él solo, es, y siempre será, la
puerta. Nadie va al Padre sino por Él. (Jn. 14.6)” Si no hay Cristo, no hay camino a Dios.
Como puerta nos abre el camino a Dios y como Buen Pastor es el Único que cuida de
nosotros al costo de su propia vida.
Jesús es la puerta y llama a nuestra puerta para que lo dejemos 
atravesar el umbral de nuestra vida. No tengan miedo… 
abran de par en par las puertas a Cristo nos decía el
Beato Juan Pablo II al inicio de su pontificado. Abrir las puertas del corazón como lo
hicieron los discípulos de Emaús, pidiéndole que se quede con nosotros para que
podamos traspasar las puertas de la fe y el mismo Señor nos lleve a comprender las
razones por las que se cree, para después salir a anunciarlo. La fe supone decidirse a
estar con el Señor para vivir con él y compartirlo con los hermanos.
Damos gracias a Dios por esta oportunidad de valorar nuestra vida de hijos de Dios,
por este camino de fe que empezó en nuestra vida con las aguas del bautismo, el
inagotable y fecundo rocío que nos hace hijos de Dios y miembros hermanos en la
Iglesia. La meta, el destino o fin es el encuentro con Dios con quien ya hemos entrado
en comunión y que quiere restaurarnos, purificarnos, elevarnos, santificarnos, y darnos
la felicidad que anhela nuestro corazón.
Queremos dar gracias a Dios porque sembró en el corazón de nuestra Iglesia
Arquidiocesana el deseo de contagiar y dar a manos abiertas este don del Bautismo. Este
es el fruto de un largo camino iniciado con la pregunta ¿Cómo ser Iglesia en Buenos
Aires? transitado por el camino del Estado de Asamblea para enraizarse en el Estado de
Misión como opción pastoral permanente.
Iniciar este año de la fe es una nueva llamada a ahondar en nuestra vida esa fe
recibida. Profesar la fe con la boca implica vivirla en el corazón y mostrarla con las
obras: un testimonio y un compromiso público. El discípulo de Cristo, hijo de la Iglesia,
no puede pensar nunca que creer es un hecho privado.Desafío importante y fuerte para
cada día, persuadidos de que el que comenzó en ustedes la buena obra la perfeccionará
hasta el día, de Jesucristo. (Fil.1:6) Mirando nuestra realidad, como discípulos
misioneros, nos preguntamos: ¿a qué nos desafía cruzar el umbral de la fe?
Cruzar el umbral de la fe nos desafía a descubrir que si bien hoy parece que reina la
muerte en sus variadas formas y que la historia se rige por la ley del más fuerte o astuto
y si el odio y la ambición funcionan como motores de tantas luchas humanas, también
estamos absolutamente convencidos de que esa triste realidad puede cambiar y debe
cambiar, decididamente porque “si Dios está con nosotros ¿quién podrá contra
nosotros? (Rom. 8:31,37)
Cruzar el umbral de la fe supone no sentir vergüenza de tener un corazón de niño
que, porque todavía cree en los imposibles, puede vivir en la esperanza: lo único capaz
de dar sentido y transformar la historia. Es pedir sin cesar, orar sin desfallecer y adorar
para que se nos transfigure la mirada.
Cruzar el umbral de la fe nos lleva a implorar para cada uno “los mismos sentimientos
de Cristo Jesús”(Flp. 2, 5) experimentando así una manera nueva de pensar, de
comunicarnos, de mirarnos, de respetarnos, de estar en familia, de plantearnos el
futuro, de vivir el amor, y la vocación.
Cruzar el umbral de la fe es actuar, confiar en la fuerza del Espíritu Santo presente en
la Iglesia y que también se manifiesta en los signos de los tiempos, es acompañar el
constante movimiento de la vida y de la historia sin caer en el derrotismo paralizante de
que todo tiempo pasado fue mejor; es urgencia por pensar de nuevo, aportar de nuevo,
crear de nuevo, amasando la vida con “la nueva levadura de la justicia y la santidad”. (1
Cor 5:8)
Cruzar el umbral de la fe implica tener ojos de asombro y un corazón no
perezosamente acostumbrado, capaz de reconocer que cada vez que una mujer da a luz
se sigue apostando a la vida y al futuro, que cuando cuidamos la inocencia de los chicos
garantizamos la verdad de un mañana y cuando mimamos la vida entregada de un
anciano hacemos un acto de justicia y acariciamos nuestras raíces.
Cruzar el umbral de la fe es el trabajo vivido con dignidad y vocación de servicio, con
la abnegación del que vuelve una y otra vez a empezar sin aflojarle a la vida, como si
todo lo ya hecho fuera sólo un paso en el camino hacia el reino, plenitud de vida. Es la
silenciosa espera después de la siembra cotidiana, contemplar el fruto recogido dando
gracias al Señor porque es bueno y pidiendo que no abandone la obra de sus manos. (Sal
137)
Cruzar el umbral de la fe exige luchar por la libertad y la convivencia aunque el
entorno claudique, en la certeza de que el Señor nos pide practicar el derecho, amar la
bondad, y caminar humildemente con nuestro Dios. ( Miqueas 6:8)
Cruzar el umbral de la fe entraña la permanente conversión de nuestras actitudes, los
modos y los tonos con los que vivimos; reformular y no emparchar o barnizar, dar la
nueva forma que imprime Jesucristo a aquello que es tocado por su mano y su evangelio
de vida, animarnos a hacer algo inédito por la sociedad y por la Iglesia; porque “El que
está en Cristo es una nueva criatura”. (2 Cor 5,17-21)
Cruzar el umbral de la fe nos lleva a perdonar y saber arrancar una sonrisa, es
acercarse a todo aquel que vive en la periferia existencial y llamarlo por su nombre, es
cuidar las fragilidades de los más débiles y sostener sus rodillas vacilantes con la certeza
de que lo que hacemos por el más pequeño de nuestros hermanos al mismo Jesús lo
estamos haciendo. (Mt. 25, 40)
Cruzar el umbral de la fe supone celebrar la vida, dejarnos transformar porque nos
hemos hecho uno con Jesús en la mesa de la eucaristía celebrada en comunidad, y de
allí estar con las manos y el corazón ocupados trabajando en el gran proyecto del
Reino: todo lo demás nos será dado por añadidura. (Mt. 6.33)
Cruzar el umbral de la fe es vivir en el espíritu del Concilio y de Aparecida, Iglesia de
puertas abiertas no sólo para recibir sino fundamentalmente para salir y llenar de
evangelio la calle y la vida de los hombres de nuestros tiempo.
Cruzar el umbral de la fe para nuestra Iglesia Arquidiocesana, supone sentirnos
confirmados en la Misión de ser una Iglesia que vive, reza y trabaja en clave misionera.
Cruzar el umbral de la fe es, en definitiva, aceptar la novedad de la vida del
Resucitado en nuestra pobre carne para hacerla signo de la vida nueva.
Meditando todas estas cosas miremos a María, Que Ella, la Virgen Madre, nos acompañe
en este cruzar el umbral de la fe y traiga sobre nuestra Iglesia en Buenos Aires el
Espíritu Santo, como en Nazaret, para que igual que ella adoremos al Señor y salgamos a
anunciar las maravillas que ha hecho en nosotros.
1 de Octubre de 2012
Fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús
Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.

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