Evangelio según san Juan (6,41-51):
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan
vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.».
Un
símbolo es una realidad que habla más que las palabras, por eso los símbolos no
se explican, porque si uno necesita explicar el símbolo, el símbolo deja de ser
tal, o de otra manera utilizamos los símbolos para expresar cosas a las que no
llegan las palabras, por eso la clave fundamental de lo simbólico es que se expresa
por sí mismo (vaya rollo que está soltando el cura). El evangelio de hoy es
tremendamente simbólico porque Jesús explica quién es Él, no con palabras sino
con un símbolo y nos dice “Yo soy el pan
que da la vida”. Esa imagen, ese símbolo, que además expresa lo que venimos
a hacer todos los domingos aquí en la eucaristía, debería bastar por sí mismo,
porque lo simbólico es tan potente, tan sugerente, tan evocador que nos
transporta a un mundo nuevo de significado. ¿Qué quiere decir Jesús con “Yo soy el pan que da la vida”?, está
expresando cómo entiende Él su propia existencia, su misión aquí en el mundo.
Pensaba a este propósito que los alimentos solamente son capaces de
alimentarnos si se destruyen. Fijaos qué paradójico, si no destruimos el
alimento, ese alimento no es capaz de nutrirnos, y por eso todos los
alimentos tienen que ser masticados,
tienen que ser despedazados por los dientes, tienen que ser destruidos para que
puedan pasar a nuestro estómago y de ahí alimentar nuestra vida. Es por tanto una imagen no fácil la que Jesús
nos propone de su propia existencia, porque al decir que Él es el pan, no está
diciendo algo bondadoso, algo facilón, sino que está expresando de un modo
tremendamente dramático cómo entiende Él su misión en medio de los hombres.
Decir “Yo soy pan“ significa , yo estoy dispuesto a ser destruido por vosotros,
decir “Yo soy pan” significa yo estoy dispuesto a ser despedazado por vosotros,
decir “Yo soy pan” es mostrar cómo Jesús se confronta personalmente con un
estilo de vida que es dramático, “He venido aquí para daros vida”, y
curiosamente, paradójicamente, quizá de un modo difícil de entender, solamente
se da vida dejándose triturar, dejándose despedazar, dejándose romper, “por eso
soy pan que alimenta este mundo y que da vida en abundancia”.
Pensaba a este respecto que uno, tú, yo, nosotros podemos
elegir ser pan o roca, ser pan o ser piedra, porque la piedra es compacta, la
piedra aunque la tires no se rompe, la piedra se mantiene en su ser. Pero las
piedras no son capaces de alimentar a los hombres, no son capaces de nutrirnos
ni de darnos vida. No se romperán es cierto, pero no será capaz de cambiar
nada, de modificar a nadie, de transformar a ninguna persona. Jesús dice “Yo
soy pan”, no dice “Yo soy piedra”, y cuando nos reunimos a celebrar la
eucaristía es como si el evangelio y el mismo Cristo nos pusiera ante la
alternativa, ¿tú qué has elegido ser en tu vida, ser pan o piedra? , sería una
pregunta preciosa para cada uno de nosotros. Decía san Pablo en la segunda lectura,
“fijaos bien cómo andáis”. ¿Cómo
andáis?, ¿cómo ando?, ¿como piedra o como pan?.
Ya sabéis lo que se dice en los pueblos “de lo que se
come se cría”, ese es el misterio de la eucaristía “de lo que se come se cría”.
Pues ya sabéis, aquí no repartimos piedras, aquí repartimos un Pan de vida,
pues el que come pan que se haga pan, dispuesto a dejarse triturar, dispuesto a
dejarse destruir, dispuesto a dejarse transformar para dar vida a este mundo.
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