lunes, 15 de julio de 2013

LA PARADOJA DE LA FE III

DOS LUGARES DE LA FE. II

b) La fe, por tanto, está en su lugar propio cuando se encuentra en el lugar del hombre. 
Lugar del hombre


Pero la fe está también en el lugar humano cuando se halla en su lugar propio.

Sin lugar a dudas la fe resuena también en un lugar que le es propio, habita en las palabras que le son propias: DIOS, SALVACIÓN, GRACIA, RESURRECCIÓN, VIDA ETERNA,ALIANZA...
Existe todo un vocabulario propio de la fe, palabras que no son directamente asequibles al entendimiento humano e incluso a veces chocan con él o lo descolocan. La fe tiene su originalidad. No responde sólo a interpelaciones que se la dirigen, sino que a su vez ella interpela. Habla un lenguaje con contornos propios y que nadie más usa. Utiliza palabras que tienen su propio peso específico, diferente de las palabras señaladas más arriba y que son de uso cotidiano (fiarse, fiable, fiabilidad, fianza, confiar, confianza, confidencia, fiel, fidelidad).

La fe habla de “otro lugar”, de cosas que “el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar” (Primera Cor 2, 9)

¿Puede la fe hacer oír todavía, hacer resonar la buena noticia en estas condiciones? ¿Puede hablar no sólo con el mismo derecho que cualquier otro sino en virtud de que tiene algo distinto que decir, algo bueno que decir porque es obligatorio que lo diga? Sí. Y es otro aspecto de los derechos de la fe, que no niega las connivencias precedentes. Vamos a insistir ahora en ello…

...para proclamar y asegurar que el hombre viva
Vemos, pues, que no hemos de desertar de las cosas de la fe para acudir en auxilio del hombre; al contrario, tenemos que anunciar de forma humilde paro audaz, que Dios vive, para proclamar y asegurar que el hombre viva.

Con nuestras palabras, con eso que podríamos calificar como nuestra pretensión, ¿No tenemos nosotros un tesoro, una piedra preciosa que no podemos mantener temerosa y furtivamente encerrada entre nuestras manos? ¿No deberíamos exhibirla para reconstruir al hombre y reconducirlo hacia él mismo? Así pues, resonando en su lugar propio, con sus propias palabras y su propio peso, la fe resonaría en un lugar que sería al mismo tiempo el lugar del hombre. Lejos de desposeerlo, lo devolvería a sí mismo. Lejos de anunciar una coartada que lo destrone, le anunciaría un “más allá”, una palabra que viene de otra parte de “junto a Dios” (Jn. 1,1)  Pero que viene a su casa, “y que ha puesto su tienda entre nosotros” (Jn 1,14)

Que viene a su casa, y "ha puesto su tienda entre nosotros"
Esta fe ¿no contribuiría a la construcción del hombre? Sin duda alguna. Hay que afirmar con la mayor convicción que el hombre que nos escucha en nuestra inmediata modernidad acoso está más preparado y más cerca de lo que nos parce de poder entendernos. No deberíamos dejarnos dominar por el miedo propio de otras épocas. Tenemos que desprendernos de toda arrogancia, hablar con nuestra frágiles palabras.  No anunciar esta palabra de vida sería cobardía y abandono. Además existe ya un interés, se abre una expectativa: Nunca se ha hablado tanto de alteridad, nunca se ha hablado tanto de amor. Ciertamente no es algo exclusivamente nuestro; lo hacen también otros muchos. Pero los otros ¿no barruntan, no presienten secretamente que nosotros disponemos quizás de palabras divinas, y que a la vez son fraternas? Estos ya no son tiempos de desconfianzas, enfrentamientos y rechazos. Más bien son tiempos de escucha, de preguntas, respetando lo que es propio de cada uno.




No hay comentarios:

Publicar un comentario