lunes, 7 de abril de 2014

AYUNAR ¿POR Y PARA QUÉ?

ARTÍCULO PUBLICADO EN "ALANDAR" 
(puede completar las reflexiones del equipo de lectura de hoy)



Para comenzar, me atrevería a distinguir entre dos tipos de ayuno: el clásico, para entendernos, que “imponía” la Iglesia a todos los católicos y católicas. Esto lo sabemos muy bien quienes nos educamos a nivel de religión antes del Vaticano II; un ayuno que tristemente sigue vigente, pues, que yo sepa, la jerarquía eclesiástica aún no lo ha derogado. Era el ayuno delimitado especialmente al tiempo litúrgico de la Cuaresma y que consistía en comer poco y con menor frecuencia durante unos días (si no me equivoco durante el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo). Un ayuno que iba acompañado, a la vez, de no comer carne durante los viernes de dicho tiempo litúrgico y que se conocía como abstinencia (privarse de comer carne). Se trataba de un ayuno que, como impuesto que era y sin ningún tipo de explicación, al menos mínimamente convincente, no conducía a nada o, si se me permite, a aplacar a un Dios que por alguno o muchos de nuestros malos comportamientos pudiera estar enojado. “No estés eternamente enojado”, que decía el canto cuaresmal.

La sociedad actual de los países ricos, por otras razones que conocemos de sobra, ha creado otro tipo de ayuno con unos fines, eso sí, muy claros: mantener la línea que ayuda a prolongar la juventud y evitar ciertos riesgos que podrían acarrear algún tipo de enfermedad, a veces, quizá, grave. He especificado expresamente quienes vivimos en la “sociedad rica”, porque a quienes viven en los países pobres no les queda más remedio que ayunar a la fuerza.

Pues bien, me voy a limitar al “clásico” (al de la Iglesia), pues pienso que vale la pena redescubrir el sentido que dicha práctica puede y debe seguir teniendo para quienes tenemos el convencimiento de que el Evangelio es, de verdad, Buena Noticia, en primer lugar para uno mismo, pero también para las personas que me rodean tanto de cerca como de lejos.

Como condición previa, creo que no estaría de más dejar un poco, un mucho o, quizá, del todo eso de la carne, del pescado, los cilicios, etc., para centrarnos en ese otro tipo de ayuno que nos lleve a conseguir la triple finalidad que yo pienso que en estos momentos debe tener: una finalidad solidaria, personalizadora y religiosa.

En primer lugar, un ayuno que tenga, primordialmente, una finalidad solidaria; por si alguien puede llegar a pensar que es una invención un tanto “progre” por mi parte, yo le invitaría a que leyese el capítulo 58 del profeta Isaías, concretamente los versículos 6-7:

“Más bien, el ayuno que yo quiero es que se desaten las ataduras de la impiedad, que se suelten las cargas de la opresión, que se ponga en libertad a los oprimidos, ¡y que se rompa todo yugo! Ayunar es que compartas tu pan con quien tiene hambre, que recibas en tu casa a los pobres vagabundos, que cubras al que veas desnudo, ¡y que no le des la espalda a tu hermano!”.

Ante semejantes palabras, creo que sobra cualquier tipo de comentario.

En segundo lugar, un ayuno “personalizador”, en el sentido de ayudar a quien lo practica a ser cada vez mejor y más persona. No me gustaría que se leyera esta frase como un dicho más de entre los que solemos oír o pronunciar con cierta frecuencia. Cuando hablo de “ser persona” me refiero, entre otras cosas, a profundizar en la responsabilidad respecto a las tareas que a uno le hayan podido haber sido encomendadas, de la propia profesión y/o de los quehaceres con los que pudiere haberse comprometido. Esforzarse también por actuar de manera honesta y honrada, tarea ésta bastante difícil en los tiempos que corren. “Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y de los fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5:20). “Y, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro; Para no parecer ante los hombres que ayunas, sino ante tu Padre, que ve lo secreto” (Mt. 6:17-18). Avanzar por el camino de la crítica personal desde la sinceridad y la exigencia hacia uno mismo, sin dejar de lado la crítica caritativa y sincera hacia los demás.

Por último, un ayuno que nos ayude a descubrir en qué consiste la verdadera religión, que, tal y como nos recuerda el apóstol Santiago, “La religión pura y sin mancha delante de Dios es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su aflicción y guardarse sin mancha del mundo” (Sant 1,27). Por tanto, una religión que nos lleve hasta un Dios concebido como un padre-madre, cuya preocupación principal son las personas más pobres y que está pidiendo a voz en grito nuestra ayuda generosa y desinteresada para que éstos puedan ser liberados del sufrimiento que padecen.

Todo ello quiere decir que si el ayuno me introduce en una especie de autocomplacencia mística, en algo más parecido al sadismo que a otra cosa o a algo que cumplo de manera rutinaria porque simplemente está impuesto, no estaría de más que me lo pensase muy en serio.

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