“Jesús, dime quién soy”
13 Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo,
preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo
del Hombre?
14 Ellos dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que
Elías; y otros, que Jeremías, o alguno de los profetas.
15 Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
16 Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el
Hijo del Dios viviente.
17 Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres,
Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que
está en los cielos.
18 Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta
roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
19 Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y
todo lo que ates en la tierra, estará atado en los cielos; y todo lo que
desates en la tierra, estará desatado en los cielos.
20 Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen
que él era Jesús el Cristo.
Hay una gran pregunta en la
vida de todo hombre y de toda mujer, una pregunta muy básica: ¿quién soy yo? Es
una pregunta a la que tenemos que responder a lo largo de nuestra vida y que no
siempre tiene una fácil respuesta. ¿Dónde encontramos respuesta a la pregunta
de quién soy yo? Fundamentalmente en dos lugares; hay como dos fuentes donde
podemos encontrar respuesta a la pregunta de quién soy yo.
La primera son los padres.
Permanentemente nos miramos en el rostro de nuestros padres, especialmente
cuando somos pequeños, para descubrir quiénes somos. Pero fijaos, este camino
no siempre funciona porque muchas veces nuestros padres, por muy padres que
sean, están perdidos en la vida. En ocasiones, los propios padres no saben
quiénes son ellos, y si no saben quiénes son ellos, cómo van a responder a la
pregunta que el hijo le hace: “papá, mamá, dime quién soy yo”.
Por eso, a medida que vamos
creciendo, creemos que otra buena fuente donde encontrar respuesta a la
pregunta de quién soy yo es la pareja, el matrimonio. Y nos casamos, nos
emparejamos con la ilusión de que la persona amada, el marido o la mujer,
responda a la pregunta: ¿quién soy yo? Pero todos sabéis que el matrimonio es
muy frágil, que el matrimonio muchas veces tiene dobleces, que el matrimonio no
es un camino de rosas. Yo me he encontrado personas que, después de un
divorcio, me han dicho: “¡mire usted, ahora más que nunca me encuentro perdido,
no sé realmente quién soy, no sé cuál es mi lugar en el mundo!”.
Pues bien, ¿qué nos dice el
evangelio hoy? Que más allá de los padres, más allá de la pareja, el
cristianismo afirma que hay un lugar, un puerto seguro, en el cual encontrar
respuesta a la pregunta sobre la propia identidad. Y ese puerto seguro se llama
Jesús, Jesús de Nazaret, Jesucristo. El evangelio de hoy nos dice algo que es
una locura, pero que es la apuesta fundamental de lo cristiano: ¡encontrar a
Jesús es la mejor manera de encontrarte a ti mismo! ¡encuentra a Jesús y te
encontrarás a ti mismo!
En
el evangelio de hoy, Jesús le lanza una pregunta a los discípulos: “A ver,
¿quién decís vosotros que soy yo?”. Y esta pregunta es esencial porque Jesús,
en el fondo, les está diciendo a sus doce discípulos: “Mirad, si respondéis a
la pregunta sobre quién soy yo, sabréis quiénes sois vosotros”. De hecho, ante
la pregunta, “¿quién decís vosotros que soy yo?”, Pedro, como portavoz de los
doce, responde diciendo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Y en ese
momento, respondiendo al misterio de Jesús, Pedro descubre su propio misterio.
De hecho, Jesús le replica: “Efectivamente, has dicho verdad, y por eso, a
partir de ahora, Simón ya no será Simón, ahora vas a ser Pedro y sobre ti, como
piedra, voy a edificar mi Iglesia”.
Es precioso este juego que aparece
en el evangelio: Pedro, respondiendo a la pregunta de quién es Jesús, está
descubriendo quién es él. Por eso, los que nos reunimos aquí cada domingo
estamos tan interesados en seguir a Jesús de Nazaret. Por eso, los que nos
reunimos aquí cada domingo, estamos tan interesados en escuchar las palabras de
Jesús de Nazaret, sus bienaventuranzas… Queremos que se nos graben en la retina
sus milagros, sus oraciones, su acercamiento a los que sufrían… porque sabemos,
en lo hondo de nuestro corazón, que descubrirlo a Él es descubrirnos a nosotros
mismos. Sabemos, sin reserva alguna, que encontrarlo a Él, equivale a
encontrarnos a nosotros mismos.
Por eso, lo
que hacemos en la eucaristía de hoy es mirarlo a los ojos, mirarlo a los ojos y
decirle: “Jesús, Tú que eres el Mesías, Tú que eres el Señor, Tú que eres el
Hijo de Dios, ¡dime quién soy yo! ¡Dime quién soy yo, dime qué se espera de mí,
dime cuál es mi lugar en el mundo! ¡Ojalá que en esta celebración nos dejemos
mirar por Él y, sintiéndonos mirados por Él, descubramos quiénes somos!
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