domingo, 18 de junio de 2017

...EL QUE COME DE ESTE PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE



            En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. 

            Un símbolo es una realidad que habla más que las palabras. Por eso, los símbolos no se explican, porque si uno necesita explicar el símbolo, el símbolo deja de ser tal. O de otra manera, utilizamos los símbolos para expresar cosas a las que no llegan las palabras. Así, la clave fundamental de lo simbólico es que se expresa por sí mismo.
"Y la Palabra se hizo diálogo"


            El evangelio de hoy es tremendamente simbólico porque Jesús explica quién es Él, no con palabras, sino con un símbolo, y nos dice: “Yo soy el pan que da la vida”. Esa imagen, ese símbolo, que además expresa lo que venimos a hacer todos los domingos aquí en la eucaristía, debería bastar por sí mismo, porque lo simbólico es tan potente, tan sugerente, tan evocador, que nos transporta a un mundo nuevo de significado. ¿Qué quiere decir Jesús con “Yo soy el pan que da la vida”? Está expresando cómo entiende Él su propia existencia, su misión aquí en el mundo.
Pensaba a este propósito que los alimentos solamente son capaces de alimentarnos si se destruyen. Fijaos qué paradójico: si no destruimos el alimento, ese alimento no es capaz de nutrirnos y, por ello, todos los alimentos tienen que ser masticados, tienen que ser despedazados por los dientes, tienen que ser destrozados, para que puedan pasar a nuestro estómago y de ahí alimentar a nuestro organismo. Como podéis entender, la imagen que Jesús nos propone de su propia existencia no es fácil, porque al decir que Él es el pan, no está diciendo algo facilón o melifluo, sino que está expresando, de un modo tremendamente dramático, cómo entiende Él su misión en medio de los hombres. Decir “Yo soy pan” significa: estoy dispuesto a ser destruido por vosotros. Decir “Yo soy pan” significa: estoy dispuesto a ser despedazado por vosotros. Decir “Yo soy pan” es mostrar cómo Jesús se confronta personalmente con un estilo de vida que es dramático: “He venido aquí para daros vida”. Y paradójicamente, quizá de un modo difícil de entender, solamente se da vida dejándose triturar, dejándose despedazar, dejándose romper: “por eso soy pan que alimenta a este mundo y que da vida en abundancia”.
            Pensaba a este respecto que tú, yo, nosotros, podemos elegir ser pan o roca, ser pan o ser piedra. Porque la piedra es compacta; la piedra, aunque la tires, no se rompe. La piedra se mantiene en su ser. Pero las piedras no son capaces de alimentar a los hombres, no son capaces de nutrirnos, ni de darnos vida. No se romperán, es cierto, pero no serán capaces de cambiar nada, de modificar a nadie, de transformar a ninguna persona. Jesús dice: “Yo soy pan”; no dice: “Yo soy piedra”. Cuando nos reunimos a celebrar la eucaristía es como si el evangelio, y el mismo Cristo, nos pusiera ante la alternativa: ¿tú qué has elegido en tu vida, ser pan o piedra? Sería una pregunta preciosa, para cada uno de nosotros. Decía san Pablo, en la segunda lectura: “fijaos bien cómo andáis”. ¿Cómo andáis? ¿cómo ando? ¿como piedra o como pan?
            Ya sabéis lo que se dice en los pueblos: “de lo que se come se cría”. Ese es el misterio de la eucaristía: “de lo que se come se cría”. Aquí no repartimos piedras, aquí repartimos un “Pan de vida”. Pues el que come pan, ¡que se haga pan, dispuesto a dejarse triturar, dispuesto a dejarse destruir, dispuesto a partirse y repartirse para dar vida a este mundo!

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