jueves, 8 de junio de 2017

OTRA MIRADA SOBRE EL MISMO MISTERIO


Resultado de imagen de la trinidad el greco


Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Con treinta y cinco grados, Bea, por mucho que yo quiera, no se puede hablar de la Santísima Trinidad. Pero voy a intentar ofrecer una pequeña reflexión. Me gustaría hacerlo diferenciando entre misterio y enigma.
La Santísima Trinidad es un misterio, pero la Santísima Trinidad no es un enigma. El problema que hemos tenido, a lo largo de los siglos, es que hemos convertido este misterio de nuestra fe en un enigma. ¿Qué es un enigma? Una especie de acertijo, una especie de problema lógico que hubiera que resolver con la mente. Esto ha hecho que el tema de la Trinidad quede absolutamente apartado de la vida de los cristianos. En el fondo, vivimos como si nos diera igual que Dios fuera uno, tres o cinco y, por eso, es conveniente profundizar en este misterio.


¿Qué es un misterio, por tanto? Os voy a poner un ejemplo: el amor de pareja. El amor de pareja es un misterio. Cuando alguien acierta en el amor de pareja - que es difícil acertar… - uno se puede quedar sorprendido porque surge espontánea una pregunta: “¿Por qué yo? Si yo no soy el hombre más guapo, ni el hombre más inteligente, ni el hombre más simpático del mundo, ¿por qué esta mujer me ha elegido a mí?”.  Fijaos, el amor de pareja es un misterio. Se trata de algo que no sabemos explicar, es algo que nos sorprende, que nos maravilla. Pero es algo de lo cual vivimos, porque podemos vivir de la sorpresa, de la maravilla, de lo fascinante y, sin embargo, no podemos vivir de problemas lógicos, de problemas matemáticos o de enigmas. La Santísima Trinidad sería, en este sentido que estoy diciendo, un misterio, y no un enigma.
Hay una explicación de un autor, que a mí me gusta especialmente, para intentar hacer accesible este misterio de la Santísima Trinidad. Se trata de un señor del siglo XIII, y lo explica de una manera que es tremendamente bella, incluso es una explicación actual. Este señor se llamaba - apúntalo Mª Jesús - Ricardo de San Víctor. Decía este hombre: “En las escrituras leemos que Dios Padre es amor; eso nos dice san Juan en su primera carta, Dios es amor. Pues bien, si Dios es amor no puede estar solo, porque no existe el amor en la soledad, no existe el amor en el aislamiento, no existe el amor de uno solo. Todos sabemos, no tanto por la razón, lo sabemos con el corazón, que la esencia del amor es la entrega, la esencia del amor es la donación. Así pues, si Dios Padre es amor, tiene que haber Otro, porque, de lo contrario, Dios sería un narcisista que se amaría a sí mismo”. Y, por ello, nos sigue diciendo Ricardo de San Víctor: “El Padre, desde toda la eternidad, engendra al Hijo, porque quiere hacer del Hijo el receptáculo de todo el torrente amoroso que Él es. ¿Quién sería por tanto el Padre en la Trinidad? La fuente del amor. ¿Quién sería el Hijo en el seno de la Trinidad? El receptáculo de ese amor recibido del Padre”. Pero, sin embargo, este hombre, Ricardo de San Víctor, seguía preguntándose: “Un amor sólo de ida no es amor verdadero. El ideal del amor es que sea de ida y de vuelta. Si yo amo a alguien, pero ese alguien no me ama a mí, el amor queda interrumpido, queda roto, queda partido, queda incompleto”. Y por eso remata Ricardo de San Víctor: “El Hijo no sólo permanece como receptáculo del amor, sino que todo el amor recibido lo entrega de nuevo a su Padre, y se crea una especie de corriente amorosa entre el Padre y el Hijo, entre el Hijo y el Padre. Una corriente tan poderosa, tan fuerte, tan vital que es precisamente la persona misma del Espíritu Santo”.
¿Alicia, esto se entiende? El Padre sería la fuente del amor, el Hijo sería el receptáculo de ese amor recibido del Padre, y el Espíritu sería esa corriente de amor que va desde el Padre al Hijo, desde el Hijo hasta el Padre. Por eso, san Agustín, hablando de las tres personas divinas, decía que el Padre era el amante, el Hijo era el amado y el Espíritu Santo era el amor. ¿Está complicado esto? Luego pondré el examen, al final de la celebración, haremos un examen para ver cómo se ha entendido.
Fijaos, podríamos tomar esta corriente de amor intra-trinitario como una expresión de aquello a lo que nosotros mismos estamos llamados; incluso el matrimonio cristiano se concibe como un reflejo de la Trinidad. En el matrimonio cristiano, hay dos esposos, que al igual que el Padre y el Hijo, se aman recíprocamente. En el matrimonio no sólo ama uno de los esposos, porque ello sería un fracaso. En el matrimonio cristiano, aman los dos esposos y, cuando la corriente de amor entre uno y otro es lo suficientemente expresiva, esa corriente amorosa es capaz de generar vida. De ahí vienen los hijos: de esa corriente de amor entre el esposo y la esposa.
Y así también pensamos la Iglesia, teniendo de modelo a la Trinidad. ¿Quiénes somos nosotros, que estamos aquí? Gente que no nos tocamos nada porque no somos familia. Sin embargo, compartimos algo, un lazo, una comunión, una realidad invisible que, curiosamente, nos une formando una sola cosa, al igual que la Trinidad. Ese es el modelo donde la Iglesia se mira: un modelo societario, un modelo comunitario. El cristianismo no se puede vivir en el aislamiento porque, tal como he dicho antes, en el aislamiento no puede haber amor, en el aislamiento no puede haber vida.
Estoy sudando porque hacen 35 grados, y vosotros también. Vamos a dejar que algo de esto nos cale, sobre todo la apreciación con la que he empezado. La Santísima Trinidad no es un enigma, no es un problema matemático, lógico. La Santísima Trinidad es un misterio. De los enigmas no se puede vivir, en los misterios podemos encontrar una fuente de inspiración y una fuente de vida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario