jueves, 27 de septiembre de 2018

                                        Daniel de Pablo Maroto
                                                                       Carmelita Descalzo de “La Santa”
El día 27 de septiembre de 1970, tuvo lugar en San Pedro, en Roma, un acontecimiento novedad absoluta en la historia de la Iglesia: el papa Pablo VI declaraba, con las formalidades de una proclamación solemne, a santa Teresa como “Doctora” de la Iglesia universal. Por primera vez en la historia del cristianismo se concedía a una mujer ese título, que no es puramente honorífico, sino el reconocimiento de su santidad, que ya poseía desde el año 1622, al que se añadía el de la sabiduría. Teresa mujer levantaba cátedra junto a los gigantes intelectuales del cristianismo y de la cultura universal, los Santos Padres de la Iglesia: Agustín, Gregorio Magno, Ambrosio, Jerónimo, Juan Crisóstomo y otros muchos de la Iglesia oriental primitiva; Bernardo de Claraval y Tomás de Aquino en la Iglesia medieval, hasta los últimos doctores de los tiempos modernos.
Me refiero al título “oficial”, el más valioso, pero que confirma la tradición sostenida durante siglos por todos los que conocían a fondo la sabiduría contenida en las páginas de sus escritos y que revelan una profunda experiencia de Dios. Esta es la gran aportación de los textos teresianos a la teología y la espiritualidad cristiana. Los amigos teólogos y confesores que la trataron en su intimidad sabían mucho de ese conocimiento sapiencial de los dogmas cristianos. Desde ese trato personal con ella pudieron hablar, a raíz de su muerte en 1582, de que Teresa era una mujer iluminada por el Espíritu Santo y que, en su grado maximalista, pensaron que guiaba su pluma hasta el extremo de escribir materialmente en su nombre.
Publicado en la pag. “Teresa, de la rueca a la pluma” consultar el texto completo.  
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