martes, 15 de octubre de 2019

15 de OCTUBRE SANTA TERESA


Teresa, la santa de la otra dimensión
Publicado el 15/10/2019 por MJ


Daniel de Pablo Maroto, ocd
  “La Santa” (Ávila)
El título es confuso e intentaré explicarlo para que los lectores sepan a qué me refiero. Existen dos posibles modos de interpretar la figura de santa Teresa. Uno, desde la aceptación de que Dios existe y que actúa en la vida de los creyentes y con mucha evidencia en el caso Teresa: Él la hizo una mujer santa y, como consecuencia, escritora y fundadora. Esta ha sido la interpretación que ha prevalecido durante siglos y la que, creo, sigue prevaleciendo. El fundamento se encuentra en los mismos textos teresianos leídos con libertad, sin prejuicios ideológicos. Por mi cuenta aludo a los siguientes hechos.
El primero fue su “conversión definitiva”, una experiencia fundante obrada, según ella, por el Espíritu Santo. El momento lo ha descrito como un cambio radical desde una vida mediocre, sin relevancia espiritual en el convento de La Encarnación, a una experiencia de liberación interior para amar con pasión, pero sin apegos afectivos: “Desde aquel día yo quedé tan animosa para dejarlo todo por Dios […]. Ya aquí me dio el Señor libertad y fuerza para ponerlo por obra […], en un punto me dio la libertad” (Vida, 24, 5-8). Se sitúa el hecho hacia el año 1556 y a partir de entonces se adensa en su conciencia la certeza de que Dios no solo es un Ser existente, sino capaz de actuar en su vida, una experiencia mística in crescendo hasta su muerte. Pero hay más datos.


Pocos años después, hacia 1560, Teresa se convierte en escritora capaz de narrar unas experiencias de Dios que hasta entonces eran inefables y la incapacitaban para darse a entender a los primeros censores. Y así nacieron sus obras mayores. Primero, Vida (1562-1565); después y por razones distintas, el Camino de perfección (1566-1567) y, en plena madurez espiritual, las Moradas (1577). Pues bien, Teresa es consciente de que escribe sus obras no solo bajo la inspiración literaria, sino movida por un impulso divino. Valgan como ejemplo los siguientes textos tan frecuentes en sus escritos. “Porque veo claro no soy yo quien lo dice, que ni lo ordeno con el entendimiento, ni sé después cómo lo acerté a decir. Esto me acaece muchas veces” (Vida, 14. 8). “Que muchas cosas de las que aquí escribo no son de mi cabeza, sino que me las decía este mi Maestro celestial” (Vida, 39, 8).
Esa misma percepción la tiene en su quehacer como fundadora de conventos, consciente de que no es obra suya sino de un Dios Providencia que la ha elegido como mediación necesaria. No es un sencillo acto de humildad, sino un despojo total del yo, de baja autoestima como dirían los analistas de la personalidad, en una obra que, socialmente considerada, es esencialmente suya. Cualquier lector sin prejuicios encuentra sucesos en las fundaciones teresianas que no se explican por la pura racionalidad, ni por la simple casualidad.
Y esa experiencia de Teresa de un Dios providente como principal y casi único actor ha quedado reflejada en el libro de la Vida y las Fundaciones. Por ejemplo, al comprobar algunos hechos extraños en la fundación del convento de San José en Ávila los califica de milagros y se ve obligada a exclamar: “¡Oh, grandeza de Dios! Muchas veces me espanta cuando lo considero y veo cuán particularmente quería su Majestad ayudarme para que se efectuase este rinconcito de Dios” (Vida,  35, 12). Y al final se da cuenta que ha sido demasiado remisa al contar la historia “para los muchos trabajos y maravillas que el Señor en esto ha obrado, que hay de esto muchos testigos que lo podrán jurar”. Y pide a los censores del escrito que entreguen el libro a las hermanas del convento después de su muerte para que “vean lo mucho que puso su Majestad en hacerla por medio de cosa tan ruin y baja como yo” (Vida, 36, 29). Pero no solamente sucedieron milagros en el convento de San José de Ávila, sino en cada una de las fundaciones.
Encaja en este contexto una pequeña anécdota. Cuando en los años 1861-1862, el polígrafo español don Vicente de la Fuente, no fraile ni cura, sino un sabio laico, publicó los Escritos (no Obras) de Santa Teresa en la Biblioteca de Autores Españoles (BAE), la presentó como una “escritora santa”, privilegiando o enfatizando lo de escritora, sin olvidar el hecho de ser santa. Pues bien, a un crítico de la edición —el Señor Pedroso— le pareció mal porque —según él— lo que prevalece en Teresa es el “ser santa” (obra de Dios) y, en cuanto tal, es “escritora”. Don Vicente le respondió que la había incluido en una colección de “escritores” y por eso puso en primer lugar lo de “escritora”, sin renegar de su “santidad” (cf. BAE, vol. 55, Escritos de Santa Teresa, II, Ed. de Madrid, Atlas, 1952, pp. XIII-XIV).
Volviendo al título de este escrito, también es posible una segunda lectura de su personalidad, la que llamo “la otra dimensión”, que consiste en interpretar la vida de la Santa, su obra literaria y fundacional, como un fenómeno raro, pero explicable por las leyes de la ciencia y —¿por qué no?— desde el ateísmo o la increencia en Dios. Si esa actitud me parece razonable no lo es el considerar a los creyentes en Dios incapaces de entender la persona y el pensamiento de santa Teresa porque hacen una lectura “devota”, no científica. Puedo decir que, desde hace tiempo, muchos que creemos en Dios la estamos interpretando desde la historia y otras ciencias humanas.
Pero vengamos al caso de los ateos o agnósticos. Acepto como posible que descubran en Teresa una personalidad excepcional, dotada de muchas “gracias de naturaleza” a las que alude ella, como la belleza, el encanto seductor de su habla, la amabilidad, la afectividad, su poderosa voluntad de acción y sus muchas realizaciones, su despierta inteligencia, su personalidad tan rica de recursos, la empatía, la sinceridad, aborrecer las “cosas deshonestas”, su capacidad de análisis del yo profundo, etc. Y después, tantos temas, tan variados e interesantes de historia, de psicología, de economía, etc.
No obstante lo dicho, tengo mis dudas de que sean capaces de percibir la grandeza de su personalidad total de la mujer Teresa que es grande como escritora y fundadora en cuanto creyente en Dios, una dimensión fundamental de su personalidad que da sentido a toda su vida. Sin esa clave de lectura, veo difícil una comprensión de su persona y de su obra.
Lo que me resulta inaceptable en intérpretes increyentes es lo que escribió un racionalista convicto y confeso como León Maínez, autor de Teresa de Jesús ante la crítica, Madrid, 1880. La llama “mujer alucinada o alucinadora”; que ha dejado “un legado de impertinentes desvaríos a las edades venideras”; y que “cada año que trascurra será, por consiguiente, menor el número de afectos que contará santa Teresa”; ni estuvo “inspirada de Dios, ni fue santa, ni recibió avisos célicos, ni hizo bien alguno a España con sus rezos y sus conventos”. Vaticinó que pronto terminaría la fama e influencia de la enfermiza monja y fue todo lo contrario, como demostró el III Centenario de su muerte en 1882 y la cada vez mayor difusión de sus escritos, declarada por el papa Pablo VI “doctora” de la Iglesia en 1970.
Concluyendo y profundizando en el tema, cabe el fantasear con hipótesis y futuribles. Por ejemplo, qué hubiera sido Teresa de no haber sido lo que fue: monja, fundadora de una Reforma de monjas y frailes, escritora de sus propias experiencias, etc. Podemos pensar qué hubiera sido si se hubiera casado a una edad temprana; o si se hubiera embarcado en la aventura americana, como otras mujeres, junto a sus hermanos, etc. Dejemos las fantasías y bajemos a la tierra. Lo que sí me parece seguro es que, sin la “conversión definitiva” a Dios y el acompañamiento de las experiencias místicas, su nombre se hubiera perdido entre la inmensa multitud de monjas de La Encarnación de Ávila, un nombre sin relieve especial.
Quizás hubiera sido buena cronista de su convento, porque narra muy bien lo que conoce como testigo, a juzgar por lo escrito de su vida y del entorno. Y, de haber sido partícipe de la corte de Felipe II, nos hubiera dejado una preciosa crónica de su reinado llena de vida, de encanto, de humor e ironía. Un sueño a añadir a su biografía real.


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