miércoles, 13 de agosto de 2014

LEYENDO A SANTA TERESA

JESÚS DE TERESA, ENSEÑADOR DE DIOS


3. En la fuente misma del agua
                                                                                        CASTILLO INTERIOR
Con la imagen del agua, tan querida para Teresa, nos introduce en la oración de quietud. Comienza a hablarnos de la obra de Dios en nosotros con la imagen de un pilón construido en el mismo manantial del agua, que se llena sin ruido y sin esfuerzo. Son las cuartas moradas.

“Los que yo llamo ‘gustos de Dios’ -que en otra parte lo he nombrado ‘oración de quietud’- es muy de otra manera, como entenderéis las que lo habéis probado por la misericordia de Dios. Hagamos cuenta, para entenderlo mejor, que vemos dos fuentes con dos pilas que se hinchen de agua, que no me hallo cosa más a propósito para declarar algunas de espíritu que esto de agua; y es, como sé poco y el ingenio no ayuda y soy tan amiga de este elemento, que le he mirado con más advertencia que otras cosas; que en todas las que crió tan gran Dios, tan sabio, debe haber hartos secretos de que nos podemos aprovechar, y así lo hacen los que lo entienden, aunque creo que en cada cosita que Dios crió hay más de lo que se entiende, aunque sea una hormiguita”.  4M 2,2

“Estos dos pilones se hinchen de agua de diferentes maneras: el uno viene de más lejos por muchos arcaduces y artificio; el otro está hecho en el mismo nacimiento del agua y vase hinchendo sin ningún ruido, y si es el manantial caudaloso, como éste de que hablamos, después de henchido este pilón procede un gran arroyo; ni es menester artificio, ni se acaba el edificio de los arcaduces, sino siempre está procediendo agua de allí”. 4M 2,3

“Estotra fuente, viene el agua de su mismo nacimiento, que es Dios, y así como Su Majestad quiere, cuando es servido hacer alguna merced sobrenatural, produce con grandísima paz y quietud y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos, yo no sé hacia dónde ni cómo, ni aquel contento y deleite se siente como los de acá en el corazón, digo en su principio, que después todo lo hinche, vase revertiendo este agua por todas las moradas y potencias hasta llegar al cuerpo; que por eso dije que comienza de Dios y acaba en nosotros; que cierto, como verá quien lo hubiere probado, todo el hombre exterior goza de este gusto y suavidad”. 4M 2,4

“Estaba yo ahora mirando -escribiendo esto- que en el verso que dije: Dilatasti cor meum, dice que ensanchó el corazón; y no me parece que es cosa -como digo- que su nacimiento es del corazón, sino de otra parte aun más interior, como una cosa profunda. Pienso que debe ser el centro del alma, como después he entendido y diré a la postre; que, cierto, veo secretos en nosotros mismos que me traen espantada muchas veces. Y ¡cuántos más debe haber! ¡Oh Señor mío y Dios mío, qué grandes son vuestras grandezas!, y andamos acá como unos pastorcillos bobos, que nos parece alcanzamos algo de Vos y debe ser tanto como nonada, pues en nosotros mismos están grandes secretos que no entendemos. Digo tanto como nonada, para lo muy muy mucho que hay en Vos, que no porque no son muy grandes las grandezas que vemos, aun de lo que podemos alcanzar de vuestras obras”. 4M 2,5


4. El silbo del pastor

Teresa nos habla de unos sentidos interiores, que son los que captan la voz del Señor, como las ovejas distinguen el silbo de su pastor porque le conocen.

“Dicen que ‘el alma se entra dentro de sí’ y otras veces que ‘sube sobre sí’. Por este lenguaje no sabré yo aclarar nada, que esto tengo malo que por el que yo lo sé decir pienso que me habéis de entender, y quizá será sola para mí. Hagamos cuenta que estos sentidos y potencias (que ya he dicho que son la gente de este castillo, que es lo que he tomado para saber decir algo), que se han ido fuera y andan con gente extraña, enemiga del bien de este castillo, días y años; y que ya se han ido, viendo su perdición, acercando a él, aunque no acaban de estar dentro -porque esta costumbre es recia cosa-, sino no son ya traidores y andan alrededor. Visto ya el gran Rey, que está en la morada de este castillo, su buena voluntad, por su gran misericordia, quiérelos tornar a él y, como buen pastor, con un silbo tan suave, que aun casi ellos mismos no le entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada. Y tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que desamparan las cosas exteriores en que estaban enajenados y métense en el castillo”. 4M 3,2

“Paréceme que nunca lo he dado a entender como ahora, porque para buscar a Dios en lo interior (que se halla mejor y más a nuestro provecho que en las criaturas, como dice San Agustín que le halló, después de haberle buscado en muchas partes), es gran ayuda cuando Dios hace esta merced. Y no penséis que es por el entendimiento adquirido procurando pensar dentro de sí a Dios, ni por la imaginación, imaginándole en sí. Bueno es esto y excelente manera de meditación, porque se funda sobre verdad, que lo es estar Dios dentro de nosotros mismos; mas no es esto, que esto cada uno lo puede hacer (con el favor del Señor, se entiende, todo). Mas lo que digo es en diferente manera, y que algunas veces, antes que se comience a pensar en Dios, ya esta gente está en el castillo, que no sé por dónde ni cómo oyó el silbo de su pastor. Que no fue por los oídos, que no se oye nada, mas siéntese notablemente un encogimiento suave a lo interior, como verá quien pasa por ello, que yo no lo sé aclarar mejor. Paréceme que he leído que como un  erizo o tortuga, cuando se retiran hacia sí, y debíalo de entender bien quien lo escribió. Mas éstos, ellos se entran cuando quieren; acá no está en nuestro querer sino cuando Dios nos quiere hacer esta merced. Tengo para mí que cuando Su Majestad la hace, es a personas que van ya dando de mano a las cosas del mundo. No digo que sea por obra los que tienen estado que no pueden, sino por el deseo, pues los llama particularmente para que estén atentos a las interiores; y así creo que, si queremos dar lugar a Su Majestad, que no dará sólo esto a quien comienza a llamar para más”. 4M 3,3


5. Los vuelos de la mariposa
Transformación

Imagen de la transformación de un gusano de seda en mariposa para expresar el cambio de vida de quien vive en Dios. Con una “comparación delicada”, Teresa habla de la oración de unión en las quintas moradas, es la unión con la voluntad de Dios, “la unión que toda mi vida he deseado; ésta es la que pido siempre a nuestro Señor y la que está más clara y segura”.

“Ya habréis oído sus maravillas en cómo se cría la seda, que sólo El pudo hacer semejante invención, y cómo de una simiente, que dicen que es a manera de granos de pimienta pequeños (que yo nunca la he visto, sino oído, y así si algo fuere torcido no es mía la culpa), con el calor, en comenzando a haber hoja en los morales, comienza esta simiente a vivir; que hasta que hay este mantenimiento de que se sustentan, se está muerta; y con hojas de moral se crían, hasta que, después de grandes, les ponen unas ramillas y allí con las boquillas van de sí mismos hilando la seda y hacen unos capuchillos muy apretados adonde se encierran; y acaba este gusano que es grande y feo, y sale del mismo capucho una mariposica blanca, muy graciosa. Mas si esto no se viese, sino que nos lo contaran de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer? ¿Ni con qué razones pudiéramos sacar que una cosa tan sin razón como es un gusano y una abeja, sean tan diligentes en trabajar para nuestro provecho y con tanta industria, y el pobre gusanillo pierda la vida en la demanda? Para un rato de meditación basta esto, hermanas, aunque no os diga más, que en ello podéis considerar las maravillas y sabiduría de nuestro Dios. Pues ¿qué será si supiésemos la propiedad de todas las cosas? De gran provecho es ocuparnos en pensar estas grandezas y regalarnos en ser esposas de Rey tan sabio y poderoso”. 5M 2,2

“Pues crecido este gusano -que es lo que en los principios queda dicho de esto que he escrito-, comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí, que es Cristo. En una parte me parece he leído u oído que nuestra vida está escondida en Cristo, o en Dios, que todo es uno, o que nuestra vida es Cristo”. 5M 2,4

“Pues veis aquí, hijas, lo que podemos con el favor de Dios hacer: que Su Majestad mismo sea nuestra morada, como lo es en esta oración de unión, labrándola nosotras. Parece que quiero decir que podemos quitar y poner en Dios, pues digo que El es la morada y la podemos nosotras fabricar para meternos en ella. Y ¡cómo si podemos!; no quitar de Dios ni poner, sino quitar de nosotros y poner, como hacen estos gusanitos, que no habremos acabado de hacer en esto todo lo que podemos, cuando este trabajillo, que no es nada, junte Dios con su grandeza y le dé tan gran valor que el mismo Señor sea el premio de esta obra. Y así como ha sido el que ha puesto la mayor costa, así quiere juntar nuestros trabajillos con los grandes que padeció Su Majestad y que todo sea una cosa”.  5M 2,5


6. El brasero encendido que es mi Dios

De todas sus imágenes y comparaciones, a Teresa le parece que ésta es la que mejor refleja la herida que el amor de Dios produce en el alma. Teresa  ha descrito muchas veces esta herida del amor, porque muchas veces la ha sentido
Es una experiencia que Teresa vive, y ahora encuentra la mejor comparación para explicarla. Son  las sextas moradas. Ahora entiende mejor de dónde le viene esa herida. Ahora que sabe que nuestro Dios es un brasero encendido y que una chispa que sale de él, quema y abrasa, hiere al alma en su más profundo centro.

“Va bien diferente de todo lo que acá podemos procurar y aun de los gustos que quedan dichos, que muchas veces estando la misma persona descuidada y sin tener la memoria en Dios, Su Majestad la despierta, a manera de una cometa que pasa de presto, o un trueno, aunque no se oye ruido; mas entiende muy bien el alma que fue llamada de Dios, y tan entendido, que algunas veces, en especial a los principios, la hace estremecer y aun quejar, sin ser cosa que le duele. Siente ser herida sabrosísimamente, mas no atina cómo ni quién la hirió; mas bien conoce ser cosa preciosa y jamás querría ser sana de aquella herida. Quéjase con palabras de amor, aun exteriores, sin poder hacer otra cosa, a su Esposo; porque entiende que está presente, mas no se quiere manifestar de manera que deje gozarse. Y es harta pena, aunque sabrosa y dulce; y aunque quiera no tenerla, no puede; mas esto no querría jamás: mucho más le satisface que el embebecimiento sabroso que carece de pena, de la oración de quietud”. 6M 2,2

“Hace en ella tan gran operación, que se está deshaciendo de deseo y no sabe qué pedir, porque claramente le parece que está con ella su Dios. Diréisme: pues si esto entiende, ¿qué desea, o qué le da pena?, ¿qué mayor bien quiere?  No lo sé; sé que parece le llega a las entrañas esta pena, y que, cuando de ellas saca la saeta el que la hiere, verdaderamente parece que se las lleva tras sí, según el sentimiento de amor siente. Estaba pensando ahora si sería que de este fuego del brasero encendido que es mi Dios, saltaba alguna centella y daba en el alma, de manera que se dejaba sentir aquel encendido fuego, y como no era aún bastante para quemarla y él es tan deleitoso, queda con aquella pena y al tocar hace aquella operación; y paréceme es la mejor comparación que he acertado a decir. Porque este dolor sabroso -y no es dolor- no está en un ser; aunque a veces dura gran rato, otras de presto se acaba, como quiere comunicarle el Señor, que no es cosa que se puede procurar por ninguna vía humana. Mas aunque está algunas veces rato, quítase y torna; en fin, nunca está estante, y por eso no acaba de abrasar el alma, sino ya que se va a encender, muérese la centella y queda con deseo de tornar a padecer aquel dolor amoroso que le causa”. 6M 2,4

 “Lo que yo entiendo es que el alma nunca estuvo ten despierta para las cosas de Dios ni con tan gran luz y conocimiento de su Majestad” 6M 4,4

”Siente una soledad extraña, porque criatura de toda la tierra no la hace compañía, ni creo se la harían los del cielo como no fuese el que ama, antes todo la atormenta. Mas vese como una persona colgada, que no asienta en cosa de la tierra, ni al cielo puede subir; abrasada con esta sed, y no puede llegar al agua; y no sed que puede sufrir, sino ya en tal término que con ninguna se le quita, ni quiere que se le quite, si no es con la que dijo nuestro Señor a la Samaritana, y eso no se lo dan" 6M 11,5.

7. la paz interior

Teresa nos introduce en la séptima morada, el lugar donde Dios habita y donde podemos estar.  Llegar a ella significa la paz, es encontrar, al fin, nuestra casa.
Es la experiencia de los místicos de todas las religiones. Así lo expresa el poeta Rumi, maestro de la tradición sufi:
“No permitas que olvide que eligiéndote a Ti he optado por caminar en el misterio;
a vivir ni en el cielo ni en la tierra, sino en Ti, ese lugar misterioso que es mi casa”
Es la gran intuición de Pablo: “En El nos movemos, existimos y somos”.
Es a lo que podemos llegar. Habitar en Dios como El habita en nosotros. Y ya nunca salir de esta morada. “La que El tiene para Sí”, es nuestra casa.

“Y así fue, que en todo se hallaba mejorada, y le parecía que por trabajos y negocios que tuviese, lo esencial de su alma jamás se movía de aquel aposento” 7M 1,10.

“Pasa esta secreta unión en el centro muy interior del alma, que debe ser adonde está el mismo Dios, y a mi parecer no ha menester puerta por donde entre. Digo que no es menester puerta, porque en todo lo que se ha dicho hasta aquí, parece que va por medio de los sentidos y potencias, y este aparecimiento de la Humanidad del Señor así debía ser; mas lo que pasa en la unión del matrimonio espiritual es muy diferente: aparécese el Señor en este centro del alma sin visión imaginaria sino intelectual, aunque más delicada que las dichas, como se apareció a los Apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo: «Pax vobis». Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a qué lo comparar, sino a que la quiere el Señor manifestarle por aquel momento la gloria que hay en el cielo, por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual. No se puede decir más de que -a cuanto se puede entender- queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios que, como es también espíritu, ha querido Su Majestad mostrar el amor que nos tiene, en dar a entender a algunas personas hasta adonde llega para que alabemos su grandeza, porque de tal manera ha querido juntarse con la criatura, que así como los que ya no se pueden apartar, no se quiere apartar El de ella.” 7M 2,3.

“Digamos que sea la unión, como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo, que toda la luz fuese una, o que el pabilo y la luz y la cera es todo uno; mas después bien se puede apartar la una vela de la otra, y quedan en dos velas, o el pabilo de la cera. Acá es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cual es el agua del río, o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; o como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida se hace todo una luz” 7M 2,4.

“Quizás es esto lo que dice San Pablo:’el que se arrima y allega a Dios, hácese un espíritu con Él.  También dice: Mihi vivere Cristus est, mori lucrum’; así me parece puede decir aquí el alma, porque es adonde la mariposilla, que hemos dicho, muere, y con grandísimo gozo, porque su vida es ya Cristo” 7M 2,5.

“Ella no se muda de aquel centro ni se le pierde la paz; porque el mismo que la dio a los apóstoles, cuando estaban juntos se la puede dar a ella” 7M 2,6.

“Y así, orando una vez Jesucristo nuestro Señor por sus apóstoles dijo que fuesen una cosa con el Padre y con El, como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre y el Padre en El. ¡No sé qué mayor amor puede ser que éste!  Y no dejamos de entrar aquí todos, porque así dijo Su Majestad: ‘No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mí también,’ y dice: ‘Yo estoy en ellos’  7M 2,7

“¡Oh, válgame Dios, qué palabras tan verdaderas, y cómo las entiende el alma que en esta oración lo ve por sí; y cómo lo entenderíamos todas si no fuese por nuestra culpa, pues las palabras de Jesucristo nuestro Rey y Señor no pueden faltar!  Mas como faltamos en no disponernos y desviarnos de todo lo que puede embarazar esta luz, no nos vemos en este espejo que contemplamos, adonde nuestra imagen esta esculpida” 7M 2,8.

“Aquí se dan las aguas a esta cierva que va herida, en abundancia. Aquí se deleita en el tabernáculo de Dios. Aquí halla la paloma, que envió Noé a ver si era acabada la tempestad, la oliva, por señal que ha hallado tierra firme dentro en las aguas y tempestades de este mundo ¡Oh Jesús, y quien supiera las muchas cosas de la Escritura que debe haber para dar a entender esta paz del alma! Dios mío, pues veis lo que nos importa, haced que quieran los cristianos buscarla, y a los que la habéis dado, no se le quitéis, por vuestra misericordia; que, en fin, hasta que les deis la verdadera, y las llevéis adonde no se puede acabar, siempre se ha de vivir con temor. Digo la verdadera, no porque entienda ésta no lo es, sino porque se podría tornar la guerra primera, si nosotros nos apartásemos de Dios.” 7M 3,13

martes, 5 de agosto de 2014

ENSEÑADOR DE DIOS

                                                               CASTILLO INTERIOR
Jesús de Nazaret es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios. Su vida humana nos revela la imagen de Dios. Está en nosotros. Borrada, empañada o semi-oscura. El nos abre el camino para descubrirla: como un grano de mostaza, como un tesoro escondido, como una piedra de gran valor… no bastan las palabras, Jesús busca parábolas, imágenes del reino de Dios, como lenguaje que más se  le aproxima.
En todas ellas nos enseña nuestra riqueza, nuestro verdadero yo. ¡Riqueza escondida a nuestros propios ojos! Y, a medida que nos desvela nuestro verdadero ser, nos revela a Dios. Es su ENSEÑADOR.

La cumbre de una montaña, lo hondo del mar, el color del aire cuando es trasparente, el murmullo del viento cuando roza al pasar, la belleza de la tierra. Todas las imágenes sirven para explicar el misterio, ninguna lo alcanza, sólo pueden sugerirlo. Es el secreto de un Dios que se oculta en nosotros, como una luz encendida en medio de nuestra oscuridad.


También Teresa recurre a los símbolos, a las comparaciones, para llevarnos al interior de la morada más profunda, en la que Dios está, y donde nosotros podemos habitar. 

Siempre como aproximaciones, como señales en la noche, como las huellas que nos van dejado los soñadores de Dios, los vigías de la historia, peregrinos de lo absoluto. Nuevas cada vez que se narran, y nuevas cada vez que se descubren, cada vez que se escuchan, cada vez que alguien las sugiere.

El terreno abonado para esta riqueza de lenguaje simbólico es la Biblia. Desde hace miles de años ha servido de inspiración a los rastreadores de Dios de todos los tiempos. Para Teresa es su fuente más profunda, el manantial de donde brotan sus imágenes. En ella están sus raíces.

Nos guía la Palabra de Jesús, su enseñanza. El nos lleva a buscar a Dios y a encontrarnos a nosotros en el mismo movimiento, en la misma interiorización.

“Si alguno me ama guardará mi palabra y mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. (Jn 14,23)

La obra cumbre de Teresa es como un evangelio de parábolas, lleno de luz y color. Ella lo titula: 

CASTILLO INTERIOR

En esta obra de las Moradas, nos brinda sus mejores imágenes, a cual más bella, a cual más sugerente. Entre todas, elegimos siete, el número es ya un símbolo.

1. Castillo interior

La imagen del Castillo no es nueva, nos la había brindado en Camino de Perfección. En realidad las imágenes se le desparraman en todas sus obras.

“Pues hagamos cuenta que dentro de nosotros está un palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas… que no hay edificio de tanta hermosura como un alma limpia y llena de virtudes, y mientras mayores, mas resplandecen las  piedras; y que en este palacio está este gran  Rey… y que está en un trono de gran precio que es vuestro corazón”. CV 28, 9


Teresa nos invita a contemplar la maravilla, la riqueza que somos, nuestra gran capacidad, como la de una creación a imagen de Dios. Nos muestra la cima antes de emprender el camino, la belleza antes que el esfuerzo.

“Dentro de nosotros está un palacio de grandísima riqueza…” Y para que no dudemos de nuestra posibilidad, nos asegura muy mucho que nuestra capacidad El va ensanchándola poco a poco. El es el que tiene el poder de hacer grande este palacio. En nosotros está el arriesgarnos a entrar en una aventura de libertad y osadía. El, El señor de la libertad, nos enseña y acompaña, nos guía, nos lleva de su mano por una puerta y un camino que se labran en la oración.
Con humildad y con transparencia, Teresa confiesa: La imagen le es dada.


“Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues El mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza. Pues si esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a Dios que del Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir Su Majestad que es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del ánima”. 1M 1,1



“Pues consideremos que este castillo tiene –como he dicho- muchas moradas: unas en lo alto, otras en  bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma”. 1M 1,3

“Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos entrar en él. Parece que digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima claro está que no hay para qué entrar, pues se es él mismo; como parecería desatino decir a uno que entrase en una pieza estando ya dentro. Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo que es adonde están los que le guardan, y que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro ni aun qué piezas tiene. Ya habréis oído en algunos libros de oración aconsejar al alma que entre dentro de sí; pues esto mismo es”. 1M 1,5




2. La abeja en la colmena



Es el trabajo de los comienzos, son las primeras moradas.



“Pues tornemos ahora a nuestro castillo de muchas moradas. No habéis de entender estas moradas una en pos de otra, como cosa en hilada, sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el rey, y considerar como un palmito, que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso cercan. Así acá, enderedor de esta pieza están muchas, y encima lo mismo. Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan nada, que capaz es de mucho más que podremos considerar, y a todas partes de ella se comunica este sol que está en este palacio. Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas, arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje en estar mucho tiempo en una pieza sola. ¡Oh que si es en el propio conocimiento! Que con cuán necesario es esto (miren que me entiendan), aun a las que las tiene el Señor en la misma morada que El está, que jamás -por encumbrada que esté- le cumple otra cosa ni podrá aunque quiera; que la humildad siempre labra como la abeja en la colmena la miel, que sin esto todo va perdido. Mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer flores; así el alma en el propio conocimiento, créame y vuele algunas veces a considerar la grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí misma, y más libre de las sabandijas adonde entran en las primeras piezas, que es el propio conocimiento; que aunque, como digo, es harta misericordia de Dios que se ejercite en esto, tanto es lo de más como lo de menos - suelen decir-. Y créanme, que con la virtud de Dios obraremos muy mejor virtud que muy atadas a nuestra tierra”.  1M 2,8



“No sé si queda dado bien a entender, porque es cosa tan importante este conocernos que no querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en los cielos; pues mientras estamos en esta tierra no hay cosa que más nos importe que la humildad. Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata de esto, que volar a los demás; porque éste es el camino, y si podemos ir por lo seguro y llano, ¿para qué hemos de querer alas para volar?; mas que busque cómo aprovechar más en esto; y a mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes”.  1M 2, 9