La
conversión entendida como ética del cuidado
¿Y
si entendiéramos la conversión como un compromiso más evidente de
cuidar la fragilidad propia y ajena? ¿Y si midiéramos nuestro nivel de
conversión por el nivel de nuestro cuidado?
¿Cómo
poner carne y rostro a esta espiritualidad del cuidado? ¿Cómo apuntar a caminos
posibles para que una persona se anime a entrar en la espiritualidad del
cuidado, a convertirse cuidando?
Demos alguna pista:
1)
Cuida el planeta: Ya vamos aprendiendo. Somos más cuidadosos/as, aunque
siempre se puede hacer más. Pero quizá haya que conseguir otra mirada sobre lo
creado, no solamente como algo fuera de mí, sino como algo de lo que hago
parte. Casa común, barca donde navegamos todos, hermandad real… Una mirada
nueva sobre casa criatura que se mueve. Eso sería algo estupendo, verdadera
“conversión”.
2)
Cuida el nicho ecológico: Cuidar el ecosistema natural y social en el
que se desarrolla la vida. No se trata de patriotismos excluyentes, sino una
promesa de fidelidad a la tierra concreta en la que hoy se desarrolla tu vida.
Eso hará posible que, por lo que sea, cambies de “nicho” y también lo puedas
amar. Porque los amores son conjugables, mezclables, sumables.
3)
Cuida la sociedad de todos: Y eso significa que tienen que caber todos,
que pueden hacer parte todos, que hay posibilidad de que todos, sea quien sea,
se sienta a la mesa. Conviértete a una comensalía social, a una mesa abierta, a
una acogida fácil. Esa es buena conversión.
4)
Cuida del otro: Vela para que el diálogo con el otro sea liberador,
interesante, jugoso, constructor de sendas de relación buena. Cuida tu rostro
ante el otro, su mirada, su brillo, su trasfondo. Déjate convertir por el
rostro del otro, por su mirada que interpela. No te acuestes sin haber mirado
bien el rostro de alguien. Y si puedes mirar un rostro empobrecido, quizá sea
eso el comienzo de algo.
5)
Cuida a los empobrecidos: Que es algo más que dar una ayuda, un socorro
puntual, una pequeña opción de defensa de los frágiles. Interésate por sus
caminos, aunque, a veces, parezcan meras estadísticas. Lee en la sociedad el
derrotero de los que lo pasan peor. Apóyales, aunque tú estés mejor. No hables
mal de ellos, aunque haya motivos (“Hablar mal de los pobres es hablar mal de
Jesucristo”, decía san Francisco). Cree que la suerte de los frágiles depende
en alguna medida, aunque sea pequeña, de tus comportamientos.
6)
Cuida de tu corporeidad: Que es más que la mera corporalidad. Es el ser
humano como un todo vivo y orgánico que incluye la historia personal, los
sentimientos, las maneras de ver la vida, la “mochila” que uno lleva consigo.
Cuidar el cuerpo de uno es cuidar la piel y lo que hay debajo de la piel. Es
cuidar la fragilidad de algo hermoso y vulnerable. Cuidar el cuerpo significa
cuidar lo que nos va ocurriendo en la vida, compromisos y trabajos, encuentros
y crisis, éxitos y fracasos, salud y sufrimiento. Así nos convertimos en
personas maduras, autónomas, sabias y libres.
7)
Cuida de tu integridad: La persona es cuerpo, es mente, es espíritu.
Todo junto y mezclado. Cuidar todas las dimensiones en el mayor equilibrio
posible. No hace falta recurrir a trascendencias heterónomas. En la misma
realidad humana hay espacio para todos estos elementos. Mantén una vida lo más
sana posible, una mente lo más “higiénica” posible, un espíritu lo más luminoso
posible.
8)
Cuida de tu alma: Que es lo mismo que decir: cuida tu interioridad, ese
espacio de dentro del que depende mucho de comportamiento externo. Alimenta tus
raíces, cuida tu espiritualidad básica, eso que alienta en el fondo de esta
humilde realidad que es la vida. Cuida los sentimientos, los sueños, los
deseos, las pasiones contradictorias, las utopías escondidas en el corazón. El
cuidado es la dirección correcta.
9)
Cuida de tu espíritu: Que son los grandes sueños de Dios y los de la
persona que coinciden ambos en el sueño de la fraternidad humana, universal.
Mantén siempre vivas las grandes preguntas, aunque no logremos dar respuesta
cumplida a muchas de estas. ¿Cuánta luz hace falta para iluminar lo oscuro?
¿Qué significa realmente estar perdidos en el universo? ¿Por qué lloramos la
muerte de quienes amamos como algo irreversible? Cuidar el espíritu es no
desistir de tal clase de preguntas. El cultivo de la mística colabora con la
ética del cuidado.
ASÍ TERMINA EL AUTOR DESCONOCIDO
La Cuaresma prepara la
Pascua. Si vivimos la Cuaresma de este año bajo la ética del cuidado, la Pascua
habría que vivirla en la certeza del cuidado de Jesús Resucitado a nuestra
existencia. Si estamos cuidados por él, la posibilidad de que nosotros nos
cuidemos aumenta. Jesús es nuestro gran Cuidador, el más interesado en nuestro
bien, en nuestra dicha. Desde ahí el tiempo de Pascua puede ser entendido y
vivido como un tiempo de alegría honda y de sosiego.
- Texto recogido de la página web de los Hermanos Capuchinos, María Medina nos comparte esta invitación para vivir la cuaresma-