JESÚS NOS SIGUE PREGUNTANDO, TAMBIÉN AHORA |
¿Os he dado alguna vez las gracias por cuantas preguntas me habéis hecho? En un diálogo, las preguntas son el puente entre las voces, la confluencia de corazones, el destello de luz compartida. Todas y cada una de ellas me han hecho crecer, aun la que parecería más trivial. Porque cada pregunta viene cargada de matices, unas de cariño, otras de atención o de interés, e incluso algunas de desafío... Unas he contestado, otras aún no he sabido, quizá nunca sepa contestarlas...
¿Cuántas preguntas hemos dejado de hacer no pocas veces? Flores que no hemos plantado en los campos del diálogo. La pregunta verdadera tiene siempre el aroma de la humildad: es el reconocimiento de nuestra ignorancia y el de la capacidad de nuestro hermano para ayudarnos. La pregunta es una frase inconclusa, un verso que busca palabras de otro para dar cumplimiento a su belleza y su mensaje.
La pregunta tiene el color del respeto infinito por la libertad del otro.
¿También vosotros queréis marcharos?
Jesús es un Dios que pregunta. Son infinidad las veces que Jesús se acerca al hombre y le interroga. Desde el “¿qué buscáis?” inicial en Juan, o la triple interpelación a Pedro de “¿me amas?”, o el clamor al Padre “¿por qué me has abandonado?”; o la delicadeza con el ciego en la piscina de Betseda “¿quieres recobrar la salud?”.