
Cuando en la actualidad se aborda el tema del tiempo desde una perspectiva teológica, cobra especial importancia la búsqueda de una sabiduría que permita vivirlo humanamente y sea capaz de responder a varias cuestiones problemáticas. ¿Existe algún modelo capaz de integrar con éxito el pasado, el presente y el futuro? ¿Es posible mezclar sin confusión los siglos y la eternidad? ¿Puede el discurrir cotidiano desembocar en lo eterno sin perder su consistencia? ¿Tiene Dios alguna posibilidad de dirigir la historia sin apabullar la libertad de las personas ni arruinar el misterio y la novedad del porvenir?
El tiempo, lejos de ser mero límite de la condición terrena, úlcera por la que se desangra el existir humano, es puerta que abre a nuevos encuentros y horizontes, además de sacar de su aislamiento al sujeto ensimismado y de encaminarlo a la plenitud de su vocación.
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