La fe tiene una configuración
necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión
real de los creyentes. Desde este ámbito eclesial, abre al cristiano individual
a todos los hombres. La palabra de Cristo, una vez escuchada y por su propio
dinamismo, en el cristiano se transforma en respuesta, y se convierte en
palabra pronunciada, en confesión de fe. Como dice S. Pablo “con el corazón se
cree […] y con los labios se profesa” La fe no es algo privado, una concepción
individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está
destinada a pronunciarse y a convertirse en anunció. (22)
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La pasión según S. Juan La palabra de Cristo que una vez escuchada se convierte en profesión de fe |
Fe y verdad
Si no creéis, no comprenderéis (Is.7,9)… El texto de Isaías lleva a una
conclusión: el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de
verdad, porque sin ella no puede subsistir no va adelante. La fe, sin verdad,
no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula,
proyección de nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface únicamente
en la medida en que queramos hacernos una ilusión. O bien se reduce a un
sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios
en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar
continuidad al camino de la vida. (24)
Recuperar la conexión de la fe
con la verdad es hoy aún más necesario, precisamente por la crisis de verdad en
que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad
tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su
ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy
parece que esta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con
otros, la única sobra la que es posible debatir y comprometerse juntos. Por
otra parte estarían después las verdades del individuo, que consisten en la
autenticidad con lo que cada uno siente dentro de sí, válidas sólo para uno
mismo, y que no se pueden proponer a los demás con la pretensión de contribuir
al bien común. La verdad grande, la verdad que explica la vida personal y
social en su conjunto, es vista con sospecha. ¿No ha sido esa verdad- se
preguntan- la que han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado,
una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia
concreta del individuo? Así, queda sólo un relativismo en el que la cuestión de
la verdad completa, que es en el fondo la cuestión de Dios ya no interesa.
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