“La pequeña equivocación de
Jesús”
San Juan (13:33-34)
Entonces, dijo Jesús:— 33 Hijitos,
aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis, pero, como dije a los judíos,
así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir.
34 Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a
otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
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La VIDA nunca se equivoca. Fluye en el terraplén y en el tronco seco |
Hay un momento del evangelio,
que todos conocéis muy bien, donde un maestro de la ley se acerca a Jesús y le
pregunta: “Mira, Maestro, dime cuál es para ti el mandamiento más importante”.
Sabéis la respuesta, Jesús le dice: “El mandamiento más importante es amar a
Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a ti mismo”.
No debió quedarse Jesús muy
satisfecho con esta respuesta, especialmente con la segunda parte de ese
mandamiento: “ama al otro como a ti mismo”. ¿Y por qué razón Jesús no se quedó
muy conforme con esa respuesta? Porque quizá se había equivocado, porque quizá
un mandamiento así formulado, no era un buen mandamiento. ¿Por qué razón?
Porque hay gente que no sabe amarse a sí misma. “Ama al prójimo como a ti
mismo” es un mandamiento tremendamente peligroso, ya que la medida del amor,
recae en mí mismo y, curiosamente, ¡hay gente que se ama tan mal! Cuando uno no
se ama bien a sí mismo, es incapaz de amar a los otros, porque al final lo que
hacemos es extender hacia fuera el trato que tenemos con nosotros mismos. Si yo
soy muy exigente conmigo mismo, soy exigente con los otros. Si yo no soy capaz
de valorarme como persona, no soy capaz de valorar a los otros. En definitiva,
si yo no sé tratarme bien, amorosamente a mí mismo, no soy capaz de tratar bien
y amorosamente a los otros.
Precisamente por esta pequeña
equivocación de Jesús, como Él no se quedaba tranquilo con la respuesta que
había dado, antes de abandonar este mundo, la noche en la que iba a ser
entregado, es decir, el Jueves Santo, les dio a sus discípulos un mandamiento
nuevo: “¿Recordáis que un día os dije que teníais que amar al prójimo como os
amáis a vosotros mismos? Pues eso lo olvidáis. Hay un mandamiento nuevo, un
mandamiento mucho mejor, un mandamiento mucho más consistente. Amaos unos a
otros como yo os he amado”. Las palabras mágicas de esta tarde son “como yo”.
¿Por qué razón? Porque apuntan a la verdadera naturaleza del amor.
La verdadera naturaleza del
amor no se mide desde lo que yo soy capaz de dar de sí. No soy yo mismo la
medida del amor. Para todos los que estamos aquí esta tarde, la medida del amor
es Jesucristo. La medida es el amor que Él nos ha tenido. Por eso, podríamos
preguntarnos cuál es esa medida: ¿cuál es la medida del “como yo”? Pues la
medida del “como yo” es la “sin medida”. No es un juego de palabras, es una
realidad tan firme, tan contundente, que podemos fundamentar en ella toda
nuestra vida. La medida del amor, eso lo hemos aprendido de Jesús, es la “sin
medida”: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. “Habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Esta “sin medida”, este
carácter excesivo del amor, esta
incondicionalidad
sin límites, es lo único que puede salvar al mundo. Por esa razón, decimos que
la muerte de Cristo ha traído la salvación, ya que cuando dejamos un espacio en
nuestra vida, en nuestra existencia, a un amor cuya medida es “la sin medida”, todas
las cosas se trastocan, todas las cosas se hacen nuevas, todo comienza a
florecer. Esa “sin medida” del amor es la única manera de convertir los
desiertos en vergeles, en paraísos.
En esta
tarde, en la cual el Señor iba a ser entregado, Él se auto-propone a sí mismo
como la única medida de todas las cosas; y especialmente, como la medida del
amor. Le pedimos al Señor, en esta celebración, que toque el corazón de todos
nosotros, de modo que seamos capaces de abrirnos a la única medida del
verdadero amor: la “sin medida”.
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