
ECLESALIA, 17/11/17.-
No quiere más a Dios quien más Le grita e invoca, quien más se Lo trata de
apropiar para sus propios colores políticos, para su exclusivo y cuestionable
“consumo”. Una cruz triunfante se pasea de nuevo por estrechas mentes y
avenidas. Decenas de miles de ultranacionalistas se han movilizado en Polonia
por una Europa católica. Salieron el pasado sábado a las calles de Varsovia
bajo el lema “Queremos a Dios”, en un deseo de reivindicar la importancia del
catolicismo en la identidad europea. Se escucharon lemas tan “amables” como:
“Polonia pura, Polonia blanca” o “Largaos con los refugiados”. Uno de los oradores
que animaba la concentración afirmó que “la cultura cristiana es superior a la
cultura islámica”.
Hay muchas formas de “querer” a Dios, por ejemplo recelando de los
refugiados, impidiendo su entrada o echándolos fuera, por ejemplo afirmándonos
como sus hijos privilegiados. Hay muchas formas de “querer” a Dios, por ejemplo
amarrándoLO a una cruz y colocándola a la cabeza de poco trascendentales
intereses. Construimos dioses y religiones a nuestra imagen y semejanza,
mientras que el verdadero Origen y Fuente lo que seguramente aguarda es que Lo
dejemos de utilizar, de servirnos de El-Ella para tan tristes finalidades.
Construimos dioses y religiones a voluntad y los estrellamos contra otros
dioses, porque no es suficiente enfrentarnos los humanos, también han de
hacerlo nuestros Cielos y Olimpos.
En Varsovia suenan las últimas cornetas. Son las últimas reservas
ultracatólicas que llaman a la batalla. Llega ya la hora de alumbrar algún Dios
que no se arroje sobre otros. Llega la hora de cobijarnos bajo un Cielo que no
deje a nadie fuera. Más allá de dogmas y doctrinas que nos separan, es ya el
momento de refugiarnos en valores que compartirnos. Ahora ya toca dar vida a un
Dios integrador que lo último que desee sea bendecir supremacías, sea ser
coreado en las calles, menos aún para ser enfrentado contra otros dioses,
contra otras humanidades.
Hay que respetar lo mucho que aún permanece de la Europa católica, hay que
honrar los pasos piadosos que avanzan cada domingo a la Iglesia del pueblo o
del barrio. Hay que valorar una tradición católica que ha sorteado los tiempos
y que sigue llenando tantas almas. Sin embargo una Europa uniformemente
católica sería un fracaso, lo mismo que lo sería una Europa musulmana o una
budista… Ya no necesitamos apellidos que nos alejen de otras humanidades.
Siempre agradecidos con quienes nos precedieron. Europa acierta al
reconocer su pasado católico, su legado, la forma como hasta el presente ha
estado vinculada al más allá. Acierta al honrar los altares donde se postraron
nuestras generaciones anteriores, al mantener vivas las festividades
tradicionales. Europa acierta al balbucear sus oraciones, al llenar su alma con
sus rituales, con sus antiguas fórmulas y cantos religiosos. Sin embargo una
Europa acorazada en un pasado religioso, en un catolicismo rancio, daría la
espalda a su cometido actual de auspiciar por encima de todo integración y
universalidad
En la hora en que se derrumban las fronteras en muchos órdenes, toca crear
espacios compartidos en el ámbito de la fe. En la órbita espiritual fomentar
igualmente lugares donde los diferentes nos podamos encontrar. Si fuera se
derrumban las separaciones, ¿qué sentido tendría mantenerlas por dentro? El
principio superior de unidad en la diversidad está llamado a asentarse tanto en
las geografías exteriores, como en las interiores.
Somos testigos en nuestros días del despertar de una espiritualidad
transreligiosa, ancha abarcante. Esta espiritualidad inclusiva que acerca y no
divide, que nos ayuda a reconocernos como hermanos, hijos de un mismo Misterio
sin nombre, está ganando corazones. Esta espiritualidad sin centro, ni
jerarquía, ni membresía nos invita a nutrirnos y fecundarnos en lo interno, a
dialogar e interactuar los diferentes en la formas, conscientes de nuestra
identificación en la esencia. Sobre un espacio europeo laico, neutro emerge
lenta y silenciosamente una espiritualidad cada vez más universal. No
precisamente en la cruz que se pasea distante y triunfante, sino en esa
espiritualidad sin etiqueta, con inmensa capacidad de acogida, gravita nuestra
esperanza (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus
artículos, indicando su procedencia).
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