MARÍA NO ES EL FRUTO DE NINGÚN PRIVILEGIO
Lc 1, 39-56
No debemos caer en el error de considerar a María como una entidad paralela
a Dios, sino como un escalón que nos facilita el acceso a Él. El cacao mental
que tenemos sobre María, se debe a que no hemos sido capaces de distinguir en
ella dos aspectos: uno la figura histórica, la mujer que vivió en un lugar y
tiempo determinado y que fue la madre de Jesús; otro la figura simbólica que
hemos ido creando a través de los siglos, siguiendo los mitos ancestrales de la
Diosa Madre y la Madre Virgen. Las dos figuras han sido y siguen siendo muy
importantes para nosotros, pero no debemos mezclarlas.
De María real, con garantías de historicidad, no podemos decir casi nada.
Los mismos evangelios son extremadamente parcos en hablar de ella. Una vez más
debemos recordar que para aquella sociedad la mujer no contaba. Podemos estar
completamente seguros de que Jesús tuvo una madre y además, de ella dependió
totalmente su educación durante los once o doce primeros años de su vida. El
padre en la sociedad judía del aquel tiempo, se desentendía totalmente de los
niños. Solo a los 12 ó 13 años, los tomaban por su cuenta para enseñarles a ser
hombres, hasta entonces se consideraban un estorbo.
De lo que el subconsciente colectivo ha proyectado sobre María, podríamos
estar hablando semanas. Solemos caer en la trampa de equiparar mito con
mentira. Los mitos son maneras de expresar verdades a las que no podemos llegar
por vía racional. Suelen ser intuiciones que están más allá de la lógica y son
percibidas desde lo hondo del ser. Los mitos han sido utilizados en todos los
tiempos, y son formas muy valiosas de aproximarse a las realidades más
misteriosas y profundas que afectan a los seres humanos. Mientras existan
realidades que no podemos comprender, existirán los mitos.
En una sociedad machista, en la que Dios es signo de poder y autoridad, el
subconsciente ha encontrado la manera de hablar de lo femenino de Dios a través
de una figura humana, María. No se puede prescindir de la imagen de lo femenino
si queremos llegar a los entresijos de la divinidad. Hay aspectos de Dios, que
solo a través de las categorías femeninas podemos expresar. Claro que llamar a
Dios Padre o Madre, son solo metáforas para poder expresarnos. Usando solo una
de las dos, la idea de Dios queda falsificada porque podemos quedar atrapados
en una de las categorías masculinas o femeninas.
El hecho de que la Asunción sea una de las fiestas más populares de nuestra
religión es muy significativo, pero no garantiza que se haya entendido
correctamente el mensaje. Todo lo que se refiere a María tiene que ser tamizado
por un poco de sentido común que ha faltado a la hora de colocarle toda clase
de capisayos que la desfiguran hasta incapacitarla para ser auténtica expresión
de lo divino. La mitología sobre María puede ser muy positiva, siempre que no
se distorsione su figura, alejándola tanto de la realidad que la
convierte en una figura inservible para un acercamiento a la divinidad.
La Asunción de María fue durante muchos años una verdad de fe aceptada por
el pueblo sencillo. Solo a mediados del siglo pasado, se proclamó como dogma de
fe. Es curioso que, como todos los dogmas, se defina en momentos de dificultad
para la Iglesia, con el ánimo de apuntalar sus privilegios que la sociedad le
estaba arrebatando.
Hay que tener en cuenta que una cosa es la verdad que se quiere definir y
otra muy distinta la formulación en que se mete esa verdad. Ni Jesús, ni María,
ni ninguno de los que vivieron en su tiempo, hubieran entendido nada de esa
definición dogmática. Sencillamente porque está hecha desde una filosofía
completamente ajena a su manera de pensar. Para ellos el ser humano no es un
compuesto de cuerpo y alma, sino una única realidad que se puede percibir bajo
diversos aspectos, pero sin perder nunca su unidad.
La fiesta de la Asunción de María nos brinda la ocasión de profundizar en
el misterio de toda vida humana. Se trata de la aplicación a María de toda una
filosofía de la vida, que puede llevarnos mucho más allá de consideraciones
piadosas. Cuando el dogma habla de “en cuerpo y alma”, no debemos entenderlo
como lo material o biológico por una parte, y lo espiritual por otra. El
hilemorfismo, mal entendido nos ha jugado un mala pasada. Los conceptos griegos
de materia y forma, son ambos conceptos metafísicos. El dogma afirma que todo
el ser de María ha llegado a identificarse con Dios.
En la más clásica filosofía occidental encontramos tres conceptos que se
han calificado como trascendentales: “unum”, “verum”, “bonum” (unidad, verdad y
bondad). Pero la más simple lógica nos dice que, si esos conceptos se pueden
aplicar a todos los seres, no hay lugar para sus contrarios: multiplicidad,
falsedad y maldad. Esta contundente conclusión nos lleva a desestimar estas
cualidades contrarias y negativas, como realidades realmente existentes. Este
aparente callejón sin salida nos obliga a considerar estas tres últimas
realidades como apariencias sin consistencia verdadera.
Allí donde encontramos multiplicidad, falsedad, maldad, debemos profundizar
hasta descubrir en lo más hondo de todo ser, la unidad, la verdad y la bondad.
Toda apariencia debe ser superada para encontrarnos con la auténtica realidad.
Esa REALIDAD está en el origen de todos y está escondida en todo. En el momento
que desaparezcan las apariencias, se manifestará toda realidad como una,
verdadera y buena. Es decir, que la meta de todo ser se identificará con el
origen de toda realidad.
La creación entera está en un proceso de evolución, pero aquella realidad
hacia la que tiende, es la realidad que le ha dado origen. Ninguna evolución
sería posible si esa meta no estuviera ya en la realidad que va a
evolucionar. Ex nihilo nihil fit, (de la nada, nada puede surgir)
dice también la filosofía. Si como principio de todo lo que existe ponemos a
Dios, resultaría que la meta de toda evolución sería también Dios.
Lo que queremos expresar en la celebración de una fiesta de la Asunción de
María, es precisamente esto. No podemos entender literalmente el dogma. Pensar
que un ser físico, María, que se encuentra en un lugar, la tierra, es trasladado
localmente a otro lugar, el cielo, no tiene ni pies ni cabeza. Hace unos años
se le ocurrió decir al Papa Juan Pablo II que el cielo no era un lugar, sino un
estado. Pero me temo que la inmensa mayoría de los cristianos no ha aceptado la
explicación, aunque nunca la doctrina oficial había dicho otra cosa.
El dogma propone que la salvación de María fue absoluta y total, es decir,
que alcanzó su plenitud. Esa plenitud solo puede consistir en una
identificación con Dios. Se trata de un cambio de estado. María ha terminado el
ciclo de su vida terrena y ha llegado a su plenitud. No a base de añadidos
externos sino por un proceso interno de identificación con Dios. En esa
identificación con Dios ha llegado al límite de las posibilidades. Todas las
apariencias han sido superadas. Esa meta es la misma para todos.
Cuando nos dicen que fue un privilegio, porque los demás serán llevados de
la misma manera al cielo, pero después del juicio final, ¿De qué están
hablando? Para los que han terminado el curso de esta vida, no hay tiempo.
Todos los que han muerto están en la eternidad, que no es tiempo acumulado,
sino un instante. Concebir el más allá, como si fuera continuación del más acá,
nos ha metido en un callejón sin salida; y parece que muchos se encuentran muy
a gusto en él. Del más allá no podemos saber nada. Lo único que podemos
descartar es que sea prolongación de la vida del aquí.
Fray Marcos
Muy interesante, desde mi poca formación, me parece muy acertado todo lo que dice Fray Marcos en su comentario. Gracias por compartir lo en este blog.
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