ECLESALIA, 08/03/19.- Después de haber ido arrinconado y casi denostado, el
feminismo vuelve a ser protagonista de nuestras conversaciones, en la calle y
en los medios de comunicación. Los continuos casos de violencia de género, la
brecha salarial, el techo de cristal son cuestiones que han adquirido un
protagonismo renovado y las mujeres como colectivo nos sentimos hoy con más
fuerza para alzar nuestra voz ante las desigualdades, los estereotipos y la
violencia que seguimos sufriendo en todos los lugares del mundo.
El 8M ha llegado y los diferentes grupos de mujeres reflexionamos,
programamos, soñamos acciones que visibilicen una vez más nuestros anhelos,
nuestras luchas, nuestras propuestas. Las iniciativas son variadas porque las
mujeres también lo somos. Hay muchas cosas que nos unen, pero también otras
en las que pensamos diferente. Por eso no hay una sola forma de ser feminista
sino muchas.
En esta red de sororidad participamos también muchas mujeres que somos
monjas o religiosas y lo hacemos porque somos mujeres, pero también porque
nuestro compromiso con la causa de Jesús de Nazaret y nuestra fe en un Dios
liberador que nos impulsa a llevar liberación y transformación allí donde
existe injusticia, violencia o negación de la dignidad de cualquier ser
humano. Sin embargo, somos un colectivo bastante invisible en los medios de
comunicación y también en muchos espacios sociales y con frecuencia la mirada
que la sociedad tiene hacia nosotras está cargada de estereotipos que apenas
responden a lo que somos ni a lo que estamos haciendo.
Yo pertenezco a un grupo dentro de ese colectivo, la congregación de las
Siervas de san José, nacida en el siglo XIX, quizá por eso el nombre para más
de uno y una suena algo antiguo, pero lo importante es que desde sus inicios
se comprometió con la promoción y dignificación de las mujeres trabajadoras
pobres en el contexto de la naciente revolución industrial. Nuestro proyecto
nació también de la mano de una mujer pionera y profundamente creyente,
Bonifacia Rodríguez. Ella impulsó el comienzo y hoy seguimos empeñadas en esa
misma causa buscando junto a las mujeres trabajadoras pobres respuestas que
cambien su vida; por eso para nosotras el 8M es importante.
Como mujeres celebrar el 8 de marzo es un desafío porque, como muchas
otras mujeres, experimentamos los muros invisibles que la cultura patriarcal
ha levantado a lo largo de los siglos y que siguen impidiendo la igualdad y
el desarrollo de todas las potencialidades de las mujeres en los diferentes
ámbitos sociales, políticos, económicos y religiosos.
Como monjas, nos compromete a denunciar las desigualdades, la violencia,
los abusos que afectan especialmente a las mujeres más pobres porque ellas
llevan el doble peso de ser mujeres y pobres. Ellas siguen padeciendo la
mayor precariedad laboral, porque ellas son las que han de asumir los
cuidados, las dobles jornadas para sacar adelante la familia muchas veces
rota, impotentes ante la injusticia y el desamparo.
En el 8M las monjas queremos alzar nuestra voz porque como ciudadanas
reclamamos equidad y dignidad para todas las mujeres, porque queremos poder
vivir sin miedo a padecer cualquier tipo de violencia y porque en nuestra
sociedad la pobreza sigue teniendo nombre femenino. Pero también porque somos
mujeres creyentes y vivimos nuestra vocación dentro de la gran familia que es
la Iglesia, y deseamos que deje de ser una institución patriarcal y a veces
machista y podamos sentirnos hermanas de nuestros hermanos en la fe,
ofreciendo en igualdad nuestra palabra y nuestros dones.
El 8M es sin duda un símbolo, pero es también una oportunidad para tejer
sororidad y visibilizar que las mujeres queremos cambiar el
mundo (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus
artículos, indicando su procedencia)
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domingo, 10 de marzo de 2019
AUNQUE YA PASÓ EL DÍA 8
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