Porque las puertas del Reino de los Cielos están abiertas de manera
idéntica
Antonio
Aradillas: "¡Cásate por lo civil…!"
Boda civil
Partiendo de realidades incuestionables y documentadas, todo eso de la
“gracia de Dios” y del sacramento, se convierte en “literatura piadosa” y en
información y referencia social, apadrinada y anhelada por lectores y lectoras
de los medios de comunicación acreditados en estas tareas
Casarse “por lo civil” puede ser, y es, tan legítimo y tan religioso, como
hacerlo “por lo canónico”. Es un consejo, y hasta un precepto, que debieran
cuidar, predicar y practicar los curas y obispos, y en un caso reciente, el
“muy ilustre” señor canónigo deán de la catedral de Sevilla
“Por lo civil”, “por lo canónico” o, simplemente porque sí, y sobrando
cualquier otra fórmula y manera, son las opciones por las que
indistintamente deciden en la actualidad establecer legal o extralegalmente su
relación matrimonial “de por vida, hasta que Dios quiera y el tiempo lo
permita” los novios, parejas o aspirantes a serlo.
Este es el hecho, amparado por las estadísticas más serias y el margen de
ponderaciones religiosas o sociales. Roza ya en España tan solo el veinte por
ciento de las llamadas de siempre bodas “religiosas o por lo católico,
apostólico y romano”, mientras que las “civiles” acaparan una buena parte del
resto, en tanto en cuanto que el número de las demás es cada vez más creciente,
prosiguiendo los contrayentes su reflexión acerca de las ventajas o desventajas
que tenga institucionalizar su situación, o dejarlo tal cual, con hijos o sin
hijos. Destaca el dato de que, lo mismo en unas áreas que en otras, el
compromiso y la coletilla- añadido de “hasta que la
muerte nos separe” pierde terreno y los divorcios y “anulaciones”
están a la orden del día. También las estadísticas lo relatan con veracidad y
con números, en toda clase de circunstancias.
Para casi todos, con inclusión de familiares y amigos, es posible que les
sean de provecho, reflexiones como estas:
El matrimoniopara los católicos es un
sacramento. Y además obligatorio para vivir en pareja, amarse, “tener los hijos
que Dios quiera” y con-vivir unidos “hasta que la muerte nos separe”. Al
fracaso en la elección, y correspondiente reconocimiento legal, pese a la
asistencia a cursillos pastorales y a otras catequesis, la consecución del
reconocimiento de lo que se llama “anulación“ o “nulidad” por
la Iglesia, es lento, muy lenta, cara y enojosa, por lo que incomoda gravemente
a muchos y a muchas, resultando difícil alcanzar de por vida la anhelada
tranquilidad de conciencia, por lo que ha sido preciso mentir, en conformidad
con lo sugerido por los matrimonialistas expertos en la materia, y se hayan vuelto
a casar otra vez por la Iglesia.
Es no obstante, de capital importancia religiosa y teológica, tener
presente que, aún cumplidos y cumplimentados todos los requisitos canónicos
exigidos, de la mayoría que recibieron y reciben el sacramento del matrimonio,
es obligado referir que, más que “por” la Iglesia, se casaron “en” la Iglesia. La conciencia de sacramento fue suplida por la del “qué dirán” de las
tradiciones familiares y sociales y además, y sobre todo, por el marco del
templo- con inclusión de su escalinata y liturgia- para el lucimiento de la
pareja y de los invitados.
Prevaleciendo en tales “bodorrios” estos y otros
criterios poco o nada religiosos, a nadie se le oculta
sensatamente llegar a la conclusión de que seguir casándose “en” la Iglesia sea
lo mejor ante Dios y por exigencias y en consonancia con los principios
elementales de la fe cristiana. Precisamente estos principios demandan
indefectiblemente no exponer el sacramento a nulidad, no jugar con algo tan
sagrado, ser veraces en acontecimientos de tal relevancia como es casarse y no
profanar ritos y ceremonias celebrados “en el nombre de Dios”, solo o
fundamentalmente por no “escandalizar” y no dar “malos ejemplos”. La religión
es bastante más seria como para que se actúe de esta manera, hipócrita y
farisaica por naturaleza.
Partiendo de realidades incuestionables y documentadas, todo eso de la
“gracia de Dios” y del sacramento, se convierte en “literatura piadosa” y en información y referencia
social, apadrinada y anhelada por lectores y lectoras de los medios de
comunicación acreditados en estas tareas.
En cristiano, a bodas como estas no se les puede catalogar de ejemplares.
Seguir empeñados en la defensa de que solo las bodas “por lo canónico” son las de verdad religiosa, es
una solemnísima tontería. También los casados “por lo civil” son hijos de Dios
y tendrán un lugar en el Reino de los Cielos cuyas puertas están tan abiertas
de manera idéntica y sin adjetivaciones irreligiosas.
Así las cosas, y desde principios seriamente teológicos y pastorales,
casarse “por lo civil” puede ser, y es, tan legítimo y tan religioso, como
hacerlo “por lo canónico”. Es un consejo, y hasta un precepto, que debieran
cuidar, predicar y practicar los curas y obispos, y en un caso reciente, el
“muy ilustre” señor canónigo deán de la catedral de Sevilla. La lectura de los
artículos del Código Civil, referentes al
matrimonio, resulta ser tanto o más litúrgica, cercana e inteligible, que la de
las exhortaciones rituales sacras al uso. En los mismos se explicita que los
cónyuges habrán de cuidar de sus descendientes, al igual que lo harán con sus
ascendientes…
Todo esto no obsta para que Cristina, la amiga de la novia en este caso, la
persuadiera para que, días antes de la boda, se pasaran por el convento
madrileño de clausura, en pleno Paseo del Prado, y le regalara a sus
monjas una docena de huevos, porque así santa
Clara se sentiría obligada a multiplicarles sus días de felicidad…. Y es que,
en todas las culturas, se quiera no, los signos religiosos se hacen activamente
presentes de una u otra manera, también en las bodas…
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