Entrar en las llagas de Cristo hoy
El misterio pascual nos pone ante la sabiduría de Dios. Pablo
nos habla de la cruz como sabiduría de Dios, lugar de confusión para los sabios
del mundo (cfr. 1Cor 1,22) porque “Dios ha escogido a los locos del mundo para
confundir a los sabios y a los débiles del mundo para confundir a los fuertes”
(Sic 1 Cor 1,27). En la cruz Dios se revela en la debilidad humana del
crucificado. En ella la lógica del mundo se ve contrastada con la lógica del
amor y del perdón;en ella se descubre a un Dios que se hace solidario con la
humanidad, a un Dios que se manifiesta en la debilidad, se descubre a un Dios
que no da respuestas lógicas, sino que está presente.
Para aprender la sabiduria de la cruz Poveda invita a entrar, a morar en las
llagas de Cristo, donde la carne se rompe, se desgarra. Las llagas de Cristo
están presentes en nuestro mundo, pero tenemos que salir de nosotros mismos
para reconocerlas y morar en ellas. Esto mismo lo indica el Papa Francisco
hablando de las dos salidas del cristiano: salir de nosotros mismos hacia las
llagas de Jesús y hacia las llagas de nuestros hermanos y hermanas:
"Las llagas de Jesús están presentes en la tierra. Para reconocerlas
es necesario salir de nosotros mismos e ir al encuentro de los hermanos
necesitados, enfermos, ignorantes, pobres, usados [...]. Si no logramos salir
de nosotros mismos hacia esas llagas, nunca aprenderemos la libertad que nos
lleva desde la otra salida de nosotros mismos a las llagas de Jesús [...].
Salir hacia las llagas de Jesús, salir hacia las llagas de nuestros hermanos y
hermanas. Este es el camino que Jesús quiere en nuestra oración"[1].
Hay una relación
inseparable entre las llagas de Cristo y las llagas de la humanidad. Ante la
pregunta de por qué el sufrimiento, por qué las llagas, no podemos encontrar
una respuesta que justifique, pero podemos encontrar el rostro de Dios en
ellas; no podremos encontrar un por qué, pero podremos vivirlas con sentido.
Las llagas de
Cristo nos llevan al crucificado. Pero no podemos olvidar que también Cristo
resucitado tiene llagas: Jesús se aparece a los discípulo y, dándoles la paz
“les mostró las manos y el costado” (Jn 20,20).
Muchas veces me
he preguntado por qué los discípulos de Emaus no reconocieron a Jesús por sus
llagas: ¿por qué no las vieron?, ¿por qué no repararon en ellas? Esto me lleva
a pensar que reconocer las llagas exige una actitud, una mirada especial. A
veces, nuestro corazón y nuestros ojos están cerrados y podemos pasar junto a
ellas sin darnos cuenta, sin reconocerlas. También podemos verlas y pasar de
largo, como el rico del evangelio que desprecia a Lazaro (cfr. Lc 16,19-31).
Ver las llagas y
entrar en ellas es fruto de la gracia, es una conversión-transformación que nos
va llevando a una identificación con Cristo llegando a amar lo que él ama y a
sentirnos tocados por todo aquello que conmuove sus entrañas.
De la mano de
Poveda vamos a adentrarnos en el sentido profundo de “entrar en las llagas”. Nos
vamos a acercar a este tema principalmente a partir de un conjunto de siete
cartas que Poveda escribió en febrero de 1923, en días consecutivos, sobre un
tema que hoy puede resultar algo sorprendente: "Morar en las llagas de
Cristo"[2].Poveda
se acercará el tema viéndo en ellas una escuela de sanación y de amor. De hecho
esta serie de escritos podrían aparecer con el título: "Dónde aprender el
amor".
Unos
años antes (1908), ya había hablado sobre este tema. Allí, en Covadonga, desde su experiencia
personal puede decir que las llagas son el lugar del encuentro sanante, de la
purificación interior, del perdón, de la misericordia. No olvidemos que la
misericordia es generativa; la misericordia nos habla de entrañas y de dar la
vida[3].Poveda
propone un dinamismo: levantarse, ir y mostrar. Es un camino que exige
libertad, decisión y sinceridad.
Ante la
insistencia de morar en las llagas de Cristo, algo que humanamente repele,
surgen muchas preguntas: ¿Por qué hay que morar en ellas? ¿Qué significado
tiene ese lugar de morada? ¿en qué consiste morar en las llagas? ¿Cómo se puede
hacer? ¿Es necesario?
La
dinámica de abajamiento, de kenosis, es la que contemplamos en Dios en toda la
historia de salvación. San Pablo nos lo dice claramente en la carta a los
Filipenses:
“Tened entre vosotros
los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no
codició el ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo tomando condición
de esclavo [...] se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muertey
una muerte de cruz”.
Morar en la llagas de Cristo
Poveda
hablará de las llagas de Cristo como un lugar privilegiado de encuentro con Él,
casi podríamos decir que son un lugar de intimidad: “las cámaras de mis esposas
y de todas las almas que me son caras”[1].
Estar en ellas es estar muy cerca de Cristo, por eso son lugar donde aprender
de él: "Venís a reuniros en Cristo para unificar vuestra espíritu,
pensando, queriendo y sintiendo como Él" [186]. Es decir son lugar donde orar
para llegar a pensar, sentir y querer como Jesús. Son además un lugar seguro,
refugio para “obtener luces, adquirir fuerzas, templar vuestro espíritu”.
Las
llagas son el lugar seguro donde refugiarse, donde esconderse, donde hablar con
Cristo; las llagas son un medio para obtener la misericordia del Padre. Jesús,
reconciliándonos con el Padre, no nos sustituye, nos lleva con él, dándonos así
la posibilidad de responder con Él, a su modo y éste es el amor: “Jesús
representó ante Dios a cada ser humano, sin sustituirle; regalándole la
posibilidad de responder con Él, de la manera más digna de Dios, la del amor,
la de la ofrenda de sí por amor en esta historia humana de desamor”[2].
[1]Francisco
Pp., Meditación cotidiana 11 mayo 2013.
(Traducción mia).
[2] Escritos
entre el 20 y el 24 de febrero de 1923. Ver Pedro
Poveda, Obras I: Creí, por esto
hable, edición crítica y estudio a
cargo de María Dolores Gómez Molleda, Madrid 2005, [186]-[192]. (Los números entre corchetes
indican el número del escrito en la edición crítica señalada. A partir de ahora
Creí...).
[3] El
término que el AT utiliza para indicar la misericordia deriva de la palabra rehem que significa el útero materno.
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