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Sintiéndonos llamados, con otros, a realizar el camino de la
Cuaresma, de la preparación a la Pascua; contemplamos a Jesús, el siervo,
abierto a la interpelación de Dios y al compromiso con los hombres. Escuchamos
la llamada:“ Convertíos a mí de todo corazón…Rasgad los corazones y no las
vestiduras; convertíos al Señor, Dios nuestro, porque es compasivo y
misericordioso. Joel 2, 12.
“Podéis llamarlo Dios amor, podéis llamarlo Dios bondad; pero el
mejor nombre para Dios es compasión”, escribía el místico Maestro
Eckhart. “Dios es rico en compasión, a causa del gran amor con el
que nos ha amado”. Efesios 2, 4.
Esta compasión de Dios ha estado vivida y manifestada en plenitud,
en el mundo y en la historia, por Jesús de Nazaret, durante su vida no
cesó de escuchar, sanar, perdonar, acoger al otro con sus heridas, sufrimientos
y en la aceptación total incondicional de la persona, hasta dar su vida por la
salud del mundo.
Jesús es el icono de la desmesura del amor compasivo,
cuando lo contemplamos creando comunidad, alegría y fiesta; saciando hambres; inaugurando
una manera nueva de vivir, en la que el modelo no es acumular, sino el
compartir; no el retener sino el entregar… cuando le vemos en la cruz con los
brazos abiertos y extendidos a toda la humanidad y la creación. "No hay
amor más grande que dar la vida por sus amigos”. Juan 15,13.
Jesús nos
invita, a ser testigos de este amor en medio de un mundo, muchas veces herido, roto
y sin esperanza: “Sed
compasivos, como también vuestro Padre es compasivo”. Lc 3, 36.
Carmen Serrano