Queridos amigos, en el comienzo de
curso y con las imágenes de lo que ocurre en Gaza y en otros conflictos,
Ucrania, Sudán, Siria, Congo...asistimos a una barbarie que no pensábamos que
fuera posible. Al presenciar tantas guerras y conflictos graves dejamos de
creer que la paz sea posible.
Pero, ¿Qué significa la paz?
El papa León XIV en el ángelus del
domingo, 22 de junio de 2025, insistía: "Hoy más que nunca, la humanidad
clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe
ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que
incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene
responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se
convierta en una vorágine irreparable.[..]La guerra no resuelve los problemas,
sino que los amplifica y produce heridas profundas en las historia de los
pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. [..]¡Que la diplomacia haga
callar las armas!¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no
con la violencia ni conflictos sangrientos!".
Y cada uno de nosotros ¿Qué podemos
hacer?
Construir la paz o una cultura de paz exige un proceso permanente
de educación que, como nos alerta la profesora Vera María Candau[1], debe estar, como mínimo, comprometido con
cuatro presupuestos y/o principios. A saber: es necesario, mantener los
ojos bien abiertos para que no neguemos y podamos enfrentar la dura,
desconcertante y perversa realidad en la que estamos todos sumergidos.
Precisamos radicalizar la capacidad de diálogo y negociación, sin
armas materiales, ya en el nivel individual, ya en el colectivo. También
debemos desarmar nuestros espíritus y sentimientos de todo lo que nos
hace negar al otro y excluir a los diferentes. Es fundamental
desarrollar la capacidad de escucha y construir acercamientos
hacia el otro en el campo interpersonal, grupal y social. Además, es
importante poner en marcha una cultura de los derechos humanos, lo
que implica reconocer la dignidad de cada una y de todas las personas, así como
afirmar el estado de derecho en todas sus dimensiones.
En este sentido, más que soñar con
la paz, lo que necesitamos es comprender que la construcción de la paz
es un proceso, es una acción no violenta, también un producto que
exige actores sociales comprometidos con un modo de vivir más humano y
consciente de que dicha construcción es responsabilidad de todos
nosotros. El pensamiento social de la iglesia puede y debe ayudar a la
comprensión de este mundo y a posicionar de nuevo la esperanza. “Es
necesario buscar energías motivadoras para la acción y que
creamos que algo podemos hacer".
Deseo para todos que este
septiembre nos encuentre con energías nuevas y motivadoras para contribuir a un
mundo en paz.
Tomado
de la revista Nuevamérica 187, pg. 2.
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