miércoles, 11 de junio de 2014

LECTURAS PARA EL VERANO II, con Santa. TERESA

JESÚS DEL EVANGELIO

Obra de Mª T. Martínez Ugalde
Textos iniciales del libro de la Vida
“Siempre he sido yo aficionada y me han recogido más las palabras de los evangelios que libros muy concertados”  CV 21, 4


Es el primer paso, la primera entrada. La primera aproximación y de alguna manera la única, la definitiva, porque el Jesús de Teresa es el Jesús del Evangelio, es el Cristo Hombre, es su Humanidad lo que le ha enamorado, lo que ha definido su vida y su obra.
Las palabras y los gestos de este Hombre, Jesús de Nazaret, son las palabras y los gestos de Dios. En la Humanidad de Cristo está todo lo que se puede desear, la experiencia de Dios en la experiencia humana. 

“No me acuerdo haberme parecido que habla nuestro Señor, si no es la Humanidad, y esto puedo afirmar que no es antojo” CC 61,23
Para Teresa el Evangelio no es un texto escrito, es un “LIBRO VIVO”, libro de vida, en el que ella se encuentra con Dios, se encuentra a sí misma y a cuantos la rodean.

Elegimos retazos de su VIDA, son textos sueltos, iniciales, que piden ser completados con esa larga carta que es su vida, su experiencia y su magisterio. Vida escrita para ser dialogada, vivida, recreada en sus lectores.

Su Vida, como todos sus escritos los comienza con el anagrama: Jesús, Hombre, Salvador. Es su sello. A partir de él, su aventura interior. La que ella inicialmente busca y la que encuentra porque le es dada.

Jhs

“Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro Bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración: si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior… porque no me dio Dios talento de discurrir con el entendimiento ni de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe que aún para pensar y representar en mí –como lo procuraba traer- la Humanidad del Señor, nunca acababa”. V 4,8

“…Pues andaba ya mi alma cansada. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había  agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrójeme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”. V 9,1

“Como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí y hallábame mejor –a mi parecer- de las partes a donde le veía más solo. Parecíame a mí, que estando solo y afligido, como persona necesitada me había de admitir a mí. De estas simplicidades tenía muchas. En especial me hallaba muy bien en la oración del huerto. Allí era mi acompañarle. Pensaba en aquél sudor y aflicción que allí había tenido, si podía. Estábame allí lo más que me dejaban mis pensamientos con Él. Muchos años, las más de las noches, antes que me durmiese, siempre pensaba un poco en este paso de la oración del huerto. Y tengo para mí que por aquí ganó mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era”. V 9,4

“Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad, y traerle siempre consigo y hablar con El, pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos, alegrarse con El en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad. Es excelente manera de aprovechar y muy en breve; y quien trabajare a traer consigo esta preciosa compañía y se aprovechare mucho de ella y de veras cobrare amor a este Señor a quien tanto debemos, yo le doy por aprovechado”. V 12,2


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