Segundo retrato
la desproporción entre el daño causado y
la justicia imputada
El historiador británico E. Hobsbawm, fallecido en el año
2012, calificó al siglo XX como el siglo más sanguinario de la historia. Curiosamente,
el siglo XX nacía a la vida con una clara vocación de triunfo. Era el siglo
proyectado, desde el escenario optimista del XIX, como el siglo de las
realizaciones del hombre. El desarrollo de una floreciente burguesía, los
avances significativos de la ciencia, los distintos universos ideológicos que
creían poder controlar y programar el futuro… hacían prever grandes logros en
el nuevo tiempo que se alumbraba.
Sin embargo, este optimismo inicial cesó, relativamente
pronto, con el estallido de la primera y de la segunda guerra mundial durante
la primera mitad del siglo.
De hecho, muchas de
esas ideologías que nos ofrecían un paraíso aquí en la tierra se fueron
transmutando, poco a poco, en pensamientos totalitarios.
Indudablemente, un acontecimiento de tales dimensiones no va
a ser neutro para el desarrollo posterior de la conciencia europea, dejando una
profunda huella en su evolución.
“¿cómo Yahvé ha permitido esta masacre?”. Reaparece aquí, de
modo agónico, la pregunta que plantea el libro de Job: “¿por qué ha de sufrir
el justo?” El impacto de las guerras mundiales no sólo afecta al pueblo judío,
sino que tiene un contagio, bastante inevitable, en gran parte de los
pensadores de mitad del siglo XX.
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¿POR QUÉ HA DE SUFRIR EL JUSTO? |
“¿quién hará justicia a los muertos; especialmente a las víctimas de nuestro mundo?”. Incluso suponiendo que se alcanzara el paraíso en la tierra, lo cual es mucho suponer, aún quedaría en alto la pregunta sobre aquellos que, habiendo ofrecido su vida para alcanzar tales utopías, jamás disfrutarán de ellas. A estos mártires de paraísos perdidos, ¿quién les hará justicia?
M. Horkheimer, hablará de la nostalgia que vive en el hombre de “una justicia plenamente cumplida”. Existe en el hombre la necesidad y la exigencia interna de que la historia sea justa y de que el verdugo no triunfe por encima de su víctima. Pero, al mismo tiempo, el hombre se encuentra incapaz de ofrecer esa justicia que equilibre la balanza entre el daño cometido y la reparación exigida. Por esta razón, el hombre se encuentra habitado por una contradicción interna: la necesidad de una justicia que, desde sus solas fuerzas, no está en condiciones de realizar. Se trata de la desproporción entre el anhelo de justicia plena y la precariedad de aquellas realizaciones de justicia que, desde nuestra finitud, los hombres somos capaces de generar. De hecho, este afán de justicia lograda va dejando paso a otra aspiración que, de modo tímido, apunta a Dios.
La justicia humana no puede devolver un hijo asesinado a su
madre; a lo sumo, puede meter al culpable en la cárcel. Pero el corazón humano
se muestra disconforme y aspira a más. Por ello, un totalmente Otro podría
convertirse en el garante de que esta historia que vivimos no sea absurda y
posea un sentido. Es más; el totalmente Otro estará revestido de un carácter
mesiánico, como portador de redención, porque la esperanza de que la balanza de
la historia se equilibre es, en el fondo, esperanza de redención.
Nunca existe una
reconciliación total y, ante la desesperación, la misma filosofía se abre a la
idea religiosa de un portador de redención
La contemplación de una historia plagada de sufrimiento
puede tornarse en una verdadera provocación para creer. La provocación de un
Dios justo que cuadre el saldo del “debe” y el “haber” de nuestra historia de
crímenes. Ahora bien, este Dios no puede, ni debe, ofrecer su justicia
castigando
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