Habitualmente
pensamos que lo contrario del amor es el odio, y creo humildemente que estamos
equivocados. Lo contrario del amor no es el odio, lo contrario del amor es el
miedo. Donde no hay amor puede ser que no haya odio, pero sí es seguro que,
donde no hay amor, hay miedo, mucho miedo. Por eso, san Juan, que es el gran
teólogo de la Navidad, nos dice, en una de sus cartas, que el amor expulsa al
miedo.
¿Por qué
os digo esto? Porque creo que puede ser una clave interesante para contemplar
el misterio de la familia, en relación a la Sagrada Familia de Nazaret. Me
gusta decirles a los padres: “¿Qué es lo mejor que podéis hacer por los hijos?
Lo mejor que se puede hacer por los hijos es que los esposos se quieran”.
Muchas veces esto se confunde y, el nacimiento de un hijo, hace que se descuide
la pareja, centrándonos, focalizándonos, en esa nueva vida que ha venido al
mundo. Esa focalización, lo que produce es que invadamos el espacio vital del
niño. ¿Qué es lo mejor que podemos hacer por un niño? Se lo digo a los
matrimonios: lo mejor que se puede hacer es que la pareja se ame. Cuando la
pareja se ama, el niño crece al amparo de un amor más grande, el niño crece con
suelo bajo sus pies. Un niño que ha crecido al amparo de unos padres, de un
matrimonio cohesionado, es un niño saludable, que va a tener auto-estima, que
va a encarar la vida sin miedo, que va a ser capaz de superar con soltura los
complejos que todos arrastramos, de una u otra manera, a lo largo de nuestra
existencia. Sin embargo, cuando el matrimonio no funciona, cuando no hay
reciprocidad entre los esposos, ni complicidad entre ellos, ese niño no se
siente amparado y, por lo tanto, va a crecer con una herida, una herida, más o
menos profunda, que arrastrará a lo largo de su vida.
Por eso la
clave de nuestra salud física, espiritual, psicológica se encuentra en el amor.
No hay aporte más bello, más significativo, que se le pueda hacer a la persona,
que haber nacido en el seno de una familia cuyos padres siempre se amaron. Por
esto que estoy diciendo, comprenderéis lo compleja que es esta realidad a la
que llamamos familia. Ciertamente, la familia puede amparar a la persona, pero
también la familia puede destruir a la persona. No quiero que los cristianos
tengamos una idea romántica de la familia (que es muchas veces lo que se nos
transmite en la Iglesia). Los cristianos tenemos que tener una mirada realista
de esta realidad humana a la que llamamos familia; porque puede amparar a la
persona, es cierto, pero también puede infringirle mucho dolor y mucho
sufrimiento. Mirad, las heridas fundamentales que tenemos todos los que estamos
aquí, fundamentalmente provienen del ámbito de la familia. La herida que nos
infringe un ajeno se puede, más o menos, recolocar o superar con cierto garbo,
pero las heridas que recibimos en el seno de la familia quedan para toda la
vida, como marca que nos acompañará a lo largo de nuestra biografía.
¿Qué es lo
que quiero decir, en definitiva? La clave fundamental para comprender este
misterio de la familia reside en el amor de los esposos. Quiero repetirlo
porque no me cansaré: cuando un hombre y una mujer encuentran complicidad en el
amor, cuando un hombre y una mujer viven en reciprocidad, cuando un hombre y
una mujer han descubierto que el amor que los une tiene vocación de eternidad,
y que no es algo efímero que pasa, las personas que crezcan y se desarrollen al
amparo de este amor, serán personas enteras, sanas, equilibradas. Por eso, la
familia no es una cuestión privada, entre un hombre y una mujer determinados, la
familia es una cuestión pública, es una cuestión social, es una cuestión
política; porque vuelvo a repetir: el equilibrio de los ciudadanos, el
equilibrio de las personas, tu equilibrio y el mío no puede provenir de otro
lugar que no sea el seno de una familia.
Como somos
conscientes de la fragilidad de esta realidad humana, y somos conscientes de
que no tenemos una imagen romántica de la familia, porque todos conocemos
familias rotas, parejas desunidas, conflictos en el seno de las familias, lo
que hacemos en este domingo es decirle al Señor: “No podemos, hazlo tú. Danos
tu gracia Señor para ser capaces de recomponer nuestras familias, de modo que
se conviertan en un lugar de inclusión de todos los miembros de la misma. Yo no
puedo Señor, tú lo puedes”. Todos, como comunidad cristiana, pedimos a este
Niño, nacido en Belén, que nos dé su gracia, esa fuerza que es la única que nos
puede empujar a amar como sólo Dios sabe.
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ResponderEliminarDel libro "Y la Palabra se hizo diálogo", de Don José Serafín Béjar Bacas.
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