La reconciliación a la que somos urgidos no es
simplemente una iniciativa nuestra, sino que es ante todo la reconciliación que
Dios nos ofrece en Cristo. Más que ser un esfuerzo humano de creyentes que
buscan superar sus divisiones, es un don gratuito de Dios.
En esta perspectiva, podemos preguntarnos hoy: ¿Cómo anunciar
el evangelio de la reconciliación después de siglos de divisiones? Es el mismo
Pablo quien nos ayuda a encontrar el camino. Hace hincapié en que la
reconciliación en Cristo no puede darse sin sacrificio. Jesús dio su vida,
muriendo por todos. Del mismo modo, los embajadores de la reconciliación están
llamados a dar la vida en su nombre, a no vivir para sí mismos, sino para aquel
que murió y resucitó por ellos (cf. 2 Co 5,14-15). Como nos enseña Jesús, sólo
cuando perdemos la vida por amor a él es cuando realmente la ganamos (cf. Lc
9,24). Es esta la revolución que Pablo vivió, y es también la revolución
cristiana de todos los tiempos: no vivir para nosotros mismos, para nuestros
intereses y beneficios personales, sino a imagen de Cristo, por él y según él,
con su amor y en su amor. Del Papa Francisco
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