Teresa de Jesús, fuente de
humanidad y de experiencia
Amar y ser amado, el secreto de la vida
Por Manuela Aguilera
Debo comenzar declarándome una mujer
fascinada por Teresa de Jesús, atrapada por su personalidad. Esto no es
extraño, porque Teresa es una de las imágenes más atractivas de mujer de fe,
consagrada en la única forma religiosa que le estaba permitido en su tiempo. La
misma Teresa es consciente de la fascinación que despertaba desde muy temprano.
En el libro de la Vida (1,9) escribía: Comencé a entender las gracias de naturaleza que el
Señor me había dado -que según decían- eran muchas.
Pero sobre todo, quienes la conocieron y
trataron, nos han transmitido certeramente el hechizo que Teresa despertaba.
Desde Fray Luis de León, que apenas se adentró en sus escritos enseguida
escribió: Nadie
la conversó que no se perdiese por ella. A
su amigo el padre Gracián que no dudó en comentar: Una cosa me espantaba de la conversación
de esta gloriosa madre, y que lo noté muchas veces y me puse a considerarlo,
y es, que aunque estuviese hablando tres y cuatro horas… tenía tan suave
conversación, tan altas palabras y la boca llena de alegría, que nunca cansaba,
y no había quien se pudiese despedir de ella. Y del mismo modo se expresaron otro puñado de
fascinadas que la conocieron, las Descalzas Reales de Madrid, que acogieron a
la Santa bajo su techo a su paso por la capital de España, diciendo: Bendito sea Dios que nos ha dejado ver a
una santa a quien todas podemos imitar: habla, duerme y come como nosotras, y conversa
sin ceremonias ni melindres de espíritu… Y es que esto nos pasa normalmente con todos los
santos: que tendemos a verlos tan cetrinos y ojerosos, que cuando nos acercamos
a ellos y leemos los testimonios de sus contemporáneos, éstos nos dicen todo lo
contrario: los santos son normalmente alegres, comunicativos, expansivos,
simpáticos, con un humanismo desbordante, y esto es así tanto en Teresa de
Jesús, como en Francisco de Asís, como en Juan de la Cruz o como en Pedro
Poveda… porque en definitiva, Dios es pura comunicación y fuente de alegría.
El primer regalo que nos hace Dios es
nuestra propia naturaleza. Sobre este don se asientan todos los demás. Teresa
de Jesús recibió el enorme don de estar superdotada para la relación. La
entrada de Dios en su vida le libera para amar y constituye el filtro por el
que han de pasar los demás “amores” de su vida. Quien se acerca a Teresa de
Jesús descubre sin duda una mujer atractiva en el campo de las relaciones,
fluida y entrañable, espontánea y viva, franca y honda con los demás. En
definitiva, una gran maestra de humanidad.
Y es su humanidad, la que impulsa a
Teresa a conocer a Dios por experiencia, El libro de la Vida (40,8)
está plagado de expresiones como:
. No diré otra cosa que no haya experimentado mucho.
. Lo que dijere helo visto por experiencia.
. Hablaré de lo que el Señor me ha enseñado por
experiencia.
. Pocos hay que hayan
llegado a la experiencia de tantas cosas.
Y al compararse con los espirituales de
su tiempo, confiesa con asombrosa sencillez: en solos veinte y siete años que ha
que tengo oración, me ha dado el Señor la experiencia que a otros en cuarenta y
siete… Ella sabe que conocer por experiencia
fuerza de alguna manera, irresistiblemente, a vivir en consecuencia.
Esta experiencia descubre en ella raíces
en su ser que ignoraba, que le pasaban desapercibidas. En Camino 22,8
escribe: las verdades que se van conociendo en la oración no son otras
fundamentalmente que quién
es Dios y quién soy yo. Este es el primer y básico significado de lo que
ella llama -en 1M 1,7- Castillo
interior, del cual la puerta es la oración:
quien no franquee la puerta se ignora a sí mismo e ignora a Dios.
Esta vertiente de conocer a Dios, para
así poder conocernos, es muy novedosa en Teresa de Jesús. Es la llave de acceso
a su experiencia y mensaje. Para ella no puede darse el conocimiento pleno de
uno mismo sino es desde la plataforma y la perspectiva de Dios. Dice en Primeras Moradas 2,9: Jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos
conocer a Dios… Podría decirse que una de sus
obsesiones fue la de descubrir a Dios para descubrirse a sí misma. Y estaba
convencida de que se mutila y empequeñece al ser humano cuando se silencia a
Dios.
Este último rasgo es una muestra más de
la actualidad de Teresa de Jesús: Dios nos revela “quién soy yo”, dice. La
pregunta por la
identidad es esencial para el ser humano de hoy
porque quizá adivinamos en nosotros la existencia de un yo aparente y
despersonalizado, que teme ser distinto y que a veces nos transforma en simples
autómatas receptores de consignas en una sociedad cuyo sueño es que la
dependencia triunfe sobre la autonomía, la manipulación sobre la libertad, que
la persona sustituya el ideal en el que cree por aquel que a la sociedad le
parece de más fácil manejo…
A Teresa, buscadora infatigable de Dios,
más sedienta siempre que saciada, le preocupa y urge la vida. Es decir, le
preocupa cómo traducir existencialmente los dones con los que se sabe regalada.
A un Dios que se le ha dado, como dice ella “sin dejar nada por dar”, ella no
puede responderle más que dándose por entero, radicalmente.
Pero la radicalidad hoy no vende, no es
un valor… vivimos en un mundo cuyo ideal no es precisamente la entrega a un
proyecto común, sino la compra de un “aifon” de última generación. Un mundo que
no soporta lo absoluto, ni lo incondicional; que no es ardiente ni frío, sino
tibio como aquel que el fiero Yahvé del Antiguo Testamento vomita de su boca.
Hoy nos solemos conformar con una mediocre satisfacción en lugar de la
plenitud. Nos conformamos con un desentendido bienestar en lugar de la solidaridad
con los demás. Nos conformamos con agregarnos a la mayoría silenciosa en vez de
levantar la voz. Nos conformamos con una tranquilizada e inconsciente
conciencia que no nos comprometa, en lugar del vendaval de Dios.
Los místicos, por supuesto, rompen con todo
esto, son siempre contraculturales, auténticos revolucionarios no sólo en su
tiempo sino en todo tiempo.
En un mundo en el que el utilitarismo se
ha adueñado de nuestra vida, Teresa eligió, con “determinada determinación”, es
decir con tesón y decisión sostenida, vivir en gratuidad…, díganme si hay algo más insurrecto que esto.
En un mundo en el que los sucedáneos del
amor son demasiado numerosos, es reconfortante encontrarse de cerca con la
experiencia de Teresa de Jesús, experiencia que nació siempre del manantial
inagotable del amor del Amigo (con mayúscula). Ella ama porque se sabe amada.
Este fue el secreto de su vida. Éste, diría yo, es el secreto de la vida.
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