"VINE AQUÍ COMO PEREGRINO EN BUSCA DE UNIDAD Y DE
PAZ"
El Papa:
"Es posible ya, ahora, caminar según el
Espíritu, rezando, evangelizando y sirviendo juntos"
"Caminar juntos
no es una estrategia, sino un acto de obediencia de Dios y de amor al
mundo"
El Papa, en Ginebra
El ecumenismo es "una gran empresa con pérdidas". Pero se trata
de pérdida evangélica, según el camino trazado por Jesús
(José M. Vidal).- Primer acto ecuménico del Papa Francisco en
el Centro Ecuménico del CMI, con un sentido discurso del Papa, invitando a
caminar ya, juntos, hacia la unidad, "rezando, evangelizando y
sirviendo". Porque, "caminar juntos no es una estrategia, sino un
acto de obediencia a Dios y de amor al mundo".
En el citado centro, los líderes de todas las confesiones
religiosas de Ginebra, la ciudad de la paz, en un auténtico arco-iris
de religiones.
Texto íntegro del discurso del Papa
Queridos hermanos y hermanas: Hemos escuchado las palabras del Apóstol
Pablo a los Gálatas, quienes estaban pasando por tribulaciones y luchas
internas. De hecho, había grupos que se enfrentaban y se acusaban mutuamente.
En este contexto y hasta dos veces en pocos versículos, el Apóstol invita a
«caminar según el Espíritu» (Ga 5,16.25). Caminar. El hombre es un ser en
camino. Está llamado a ponerse en camino durante toda la vida, a salir
continuamente del lugar donde se encuentra: desde que sale del seno de la madre
hasta que pasa de una a otra etapa de la vida; desde que sale de la casa de los
padres hasta el momento en que deja esta existencia terrena.
El camino es una metáfora que revela el sentido de la vida humana, de una
vida que no es suficiente en sí misma, sino que anhela algo más. El corazón nos
invita a marchar, a alcanzar una meta. Pero caminar es una disciplina, un
esfuerzo, se necesita cada día paciencia y un entrenamiento constante. Es
preciso renunciar a muchos caminos para elegir el que conduce a la meta y
reavivar la memoria para no perderla. Caminar requiere la humildad de volver
sobre los propios pasos y la preocupación por los compañeros de viaje, porque
únicamente juntos se camina bien.
Caminar, en definitiva, exige una continua conversión de uno mismo. Por
este motivo, son muchos los que renuncian, prefiriendo la tranquilidad
doméstica, en la que atienden cómodamente sus propios asuntos sin exponerse a
los riesgos del viaje. Pero así se aferran a seguridades efímeras, que no dan
la paz y la alegría que el corazón aspira, y que solo se consiguen saliendo de
uno mismo. Dios nos llama a esto ya desde el principio. A Abraham le pidió que dejara
su tierra y que se pusiera en camino, con el único equipaje de la confianza en
Dios (cf. Gn 12,1). Moisés, Pedro y Pablo, y todos los amigos del Señor
vivieron en camino. Pero es sobre todo Jesús quien nos ha dado ejemplo.
Salió de su condición divina por nosotros (cf. Flp 2,6-7) y vino entre
nosotros para caminar, él que es el Camino (cf. Jn 14,6). Él, el Señor y
Maestro, se hizo peregrino y huésped entre nosotros. Cuando regresó al Padre,
nos dio el don de su mismo Espíritu, para que también nosotros tuviéramos la
fuerza para caminar hacia él y hacer lo que Pablo pide: caminar según el
Espíritu. Según el Espíritu: si cada hombre es un ser en camino, y encerrándose
en sí mismo reniega de su vocación, mucho más el cristiano. Porque -indica
Pablo- la vida cristiana lleva consigo una alternativa irreconciliable: por una
parte, caminar según el Espíritu, siguiendo el itinerario inaugurado por el
Bautismo; por otra, «realizar los deseos de la carne» (Ga 5,16).
Queridos hermanos y hermanas: Las palabras del Apóstol Pablo nos interpelan
hoy más que nunca. Caminar según el Espíritu es rechazar la mundanidad. Es
elegir la lógica del servicio y avanzar en el perdón. Es sumergirse en la
historia con el paso de Dios; no con el paso rimbombante de la prevaricación,
sino con la cadencia de «una sola frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo»
(v. 14). La vía del Espíritu está marcada por las piedras miliares que Pablo
enumera: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia,
dominio de sí» (v. 22.23).
Todos juntos estamos llamados a caminar de ese modo: el camino pasa por una
continua conversión y la renovación de nuestra mentalidad para que se haga semejante
a la del Espíritu Santo. A lo largo de la historia, las divisiones entre
cristianos se han producido con frecuencia porque fundamentalmente se
introducía una mentalidad mundana en la vida de las comunidades: primero se
buscaban los propios intereses, solo después los de Jesucristo. En estas
situaciones, el enemigo de Dios y del hombre lo tuvo fácil para separarnos,
porque la dirección que perseguíamos era la de la carne, no la del Espíritu.
Incluso algunos intentos del pasado para poner fin a estas divisiones han
fracasado estrepitosamente, porque estaban inspirados principalmente en una
lógica mundana.
Pero el movimiento ecuménico -al que tanto ha contribuido el Consejo
Ecuménico de las Iglesias- surgió por la gracia del Espíritu Santo (cf. CONC.
ECUM. VAT. II, Unitatis redintegratio, 1). El ecumenismo nos ha puesto en
camino siguiendo la voluntad de Jesús, y progresará si, caminando bajo la guía
del Espíritu, rechaza cualquier repliegue autorreferencial. Alguno podría
objetar que caminar de este modo es trabajar sin provecho, porque no se
protegen como es debido los intereses de las propias comunidades, a menudo
firmemente ligados a orígenes étnicos o a orientaciones consolidadas, ya sean
mayoritariamente "conservadoras" o "progresistas".
Sí, elegir ser de Jesús antes que de Apolo o Cefas (cf. 1 Co 1,12), de
Cristo antes que «judíos o griegos» (cf. Ga 3,28), del Señor antes que de
derecha o de izquierda, elegir en nombre del Evangelio al hermano en lugar de a
sí mismos significa con frecuencia, a los ojos del mundo, trabajar sin
provecho. El ecumenismo es "una gran empresa con pérdidas".
Pero se trata de pérdida evangélica, según el camino trazado por Jesús: «El
que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa
la salvará» (Lc 9,24). Salvar lo que es propio es caminar según la carne;
perderse siguiendo a Jesús es caminar según el Espíritu. Solo así se da fruto
en la viña del Señor. Como Jesús mismo enseña, no son los que acaparan los que
dan fruto en la viña del Señor, sino los que, sirviendo, siguen la lógica de
Dios, que continúa dando y entregándose (cf. Mt 21,33-42). Es la lógica de la
Pascua, la única que da fruto.
Mirando nuestro camino, podemos vernos reflejados en ciertas situaciones de
las comunidades de la Galacia de entonces: qué difícil es calmar la
animadversión y cultivar la comunión; qué complicado es escapar de las
discrepancias y los rechazos mutuos que han sido alimentados durante siglos.
Más difícil aún es resistir a la astuta tentación: estar junto a otros, caminar
juntos, pero con la intención de satisfacer algún interés personal. Esta no es
la lógica del Apóstol, es la de Judas, que caminaba junto a Jesús, pero para su
propio beneficio. La respuesta a nuestros pasos vacilantes es siempre la misma:
caminar según el Espíritu, purificando el corazón del mal, eligiendo con santa
obstinación la vía del Evangelio y rechazando los atajos del mundo. Después de
tantos años de compromiso ecuménico, en este setenta aniversario del Consejo,
pedimos al Espíritu que fortalezca nuestro caminar.
El Señor nos pide unidad; el mundo, desgarrado por tantas divisiones que
afectan principalmente a los más débiles, invoca unidad. Queridos hermanos y
hermanas: He querido venir aquí, peregrino en busca de unidad y paz. Doy las
gracias a Dios porque aquí os he encontrado, hermanos y hermanas ya en camino.
Caminar juntos para nosotros cristianos no es una estrategia para hacer valer
más nuestro peso, sino que es un acto de obediencia al Señor y de amor al
mundo. Pidamos al Padre que caminemos juntos con más vigor por las vías del
Espíritu. La cruz oriente el camino, porque allí, en Jesús, los muros de
separación ya han sido derribados y toda enemistad ha sido derrotada (cf. Ef
2,14). Allí entendemos que, a pesar de todas nuestras debilidades, nada nos
separará de su amor (cf. Rm 8,35-39).
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