8 de diciembre de 2018, beatificación de los 7 monjes de Tibhirine (Argelia)
ECLESALIA,
07/12/18.- ¡Ven, asómate, celebra con nosotros! El 8 de diciembre serán
beatificados los siete monjes cistercienses de la comunidad de Tibhirine
(Argelia, 1996).
Su historia se difundió por los medios a nivel mundial en el 2010 a través
de la película “DE DIOSES Y HOMBRES”, y nos acercó a los sucesos que marcaban
el día a día en Argelia a mediados de los años 90, y a la vida de aquella
comunidad monástica junto a sus vecinos musulmanes en medio de la violencia
que se había desatado.
Los monjes contemplativos viven en el silencio y habitualmente sus vidas
están muy lejos de quienes vivimos en medio del mundo. ¿Qué nos ha dejado
aquella pequeña comunidad de monjes cristianos inmersa en un país musulmán?
Nos han donado un testimonio de Amor que ahora se hace universal. Amor
por encima de dificultades, hostilidades, injusticias, despropósitos y
violencia. Un Amor que se expande en el Tiempo, con mayúsculas, porque ese
Amor ni caduca ni tiene fin.
Nos han entregado el testigo para ser mensajeros de su opción personal y
comunitaria, discernida durante tres largos años, hasta llegar a la
comprensión común de no abandonar esa tierra y las gentes a las que amaban.
Eligieron permanecer junto a sus vecinos musulmanes compartiendo vida y
riesgo. No deseaban la muerte, eso hubiera sido patológico, pero la
encontraron junto con otros que también van a ser beatificados, y muchos más
(imanes, creyentes musulmanes, trabajadores extranjeros, periodistas, etc.)
que nos han dejado sembradas semillas de paz en el complicado mundo en que
vivimos.
Ahora nuestra responsabilidad es cuidar, regando y abonando, esas
semillas para que crezcan como plantas fuertes que produzcan frutos de amor,
paz, solidaridad y alegría en una humanidad sufriente y secuestrada por rivalidades
e intereses que causan tanta desolación.
Vivimos en el mundo en que vivimos. Ese es uno de los mensajes más
inmediatos que la comunidad de monjes de Tibhirine nos da. No hay
escapatoria, no hay huida. Nunca la hubo. Ni entre los muros de un monasterio
en el desierto. Porque no debe haberla. Porque Dios no nos quiere huyendo.
Porque el amor no huye.
Y el mundo en que vivimos es un mundo en que la Mentira campa a sus
anchas, fomentada por poderosísimos intereses y amplificada por cuasi
todopoderosos medios de masas. Arrinconada, torturada, asesinada la Verdad.
Así en el mismo Cristo; así también en Tibhirine.
Por eso no hemos de permitir -y ése quiere ser nuestro pequeño granito de
arena- que la mentira hinque sus fauces en la historia de nuestros hermanos
monjes. No hemos de permitir que nadie siembre semillas de destrucción, de
confrontación, de división, de odio. Que nadie cuente, desde la sangre de los
monjes, otra historia que no sea su verdadera
historia de amor, de perdón, de reconciliación, de unidad, más allá de todas
las barreras que nos ponemos unos a otros, más allá de todas las fronteras
que dibujamos entre nosotros mismos, más allá de toda apariencia y de toda
falsedad. Y más allá de todo riesgo, hasta ofrecer la vida por los que amas.
Antes de recurrir al Testamento que nos dejaron, salido del corazón y de
la pluma de Christian, prior de la comunidad de Tibhirine, escrito tres años
antes de su muerte, creemos imprescindible destacar dos nombres que llevan
asociadas dos historias: Mohamed y Ribât-
es-Salâm. Historias que ayudarán a comprender más profundamente la vida y mensaje
de aquella comunidad: el amor es más fuerte que la muerte, nos gritan a siete
voces. Esta es la propuesta que nos hacen para que la hagamos nuestra. ¿Nos
atreveremos? Ellos sí se atrevieron. Para el Amor, para Dios, todo es único,
irrepetible. El amor sólo conoce nombres propios. “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5-6).
Christian, que vivió algunos años en Argelia en su niñez, decía: “Por primera vez, vi hombres rezando de manera diferente a mis padres.(…) Tengo un profundo reconocimiento hacia mi madre que nos enseñó, a mí y a
mis hermanos, el respeto a los gestos y a la rectitud de la oración
musulmana.(1)
Volvió en su juventud, durante la guerra de Argelia y “creará lazos de amistad con el guardia campestre de la ciudad, Mohamed,
‘un hombre maduro y profundamente religioso (…) Un día mientras los dos amigos paseaban y conversaban acerca de la
oración, los nacionalistas argelinos quisieron poner fin a la vida del subteniente
francés (Christian). En ese momento el guarda campestre se
interpuso y salvo la vida de Christian. Dos o tres día más tarde, el guardia
fue encontrado degollado cerca del pozo. Christian quedará marcado para
siempre por este episodio que le reveló cómo un musulmán puede vivir el
‘único mandamiento”, dando su vida por amor a otro: ‘En la sangre de este
amigo, supe que mi llamada a seguir a Cristo debería vivirla, tarde o
temprano, en el país mismo donde me había sido dada la muestra más grande amor’. (2)
La sangre de Mohamed colmó la medida de la sangre de Christian. Las dos
fueron vertidas en la misma copa, en el mismo cáliz. La historia de Mohamed
completa la historia de Christian. El amor de Mohamed es el mismo amor que el
amor de Christian.
La sangre y la vida de Mohamed irán para siempre unida a la sangre y la
vida de Christian. Hasta el punto final del martirio.
“Dar la vida por los demás” (Jn 15,13) está
escrito, está dicho. Es lo que hizo Mohamed y lo que hicieron los monjes de
Tibhirine. Es la cosecha que recogió, en sus manos amorosas, el Padre de
todos los hombres.
Por eso, porque es justo, porque es lo que quieren Christian y los demás
desde la Luz, recordamos, con el corazón y la fe, a los monjes del Atlas.
Junto a ellos, apoyado en el hombro del prior, reconocemos a un anciano
musulmán cuyo nombre es Mohamed y cuya sangre fue derramada por su amigo
Christian. La prueba más grande de amor. No deberíamos olvidarlo nunca.
El otro nombre es Ribât-es-Salam, que
significa Vínculo de la Paz, un grupo de
cristianos y musulmanes que inició su andadura en marzo de 1979 y que se
reunían periódicamente en el monasterio de Tibhirine con el objetivo de orar juntos:
“Nuestros hermanos Alawiyines (…) ya nos habían
dicho: ‘No queremos comprometernos con ustedes
en una discusión dogmática. En el dogma o la teología, hay muchas barreras
que está hechas por el hombre. Nosotros nos sentimos llamados a la unidad.
Deseamos dejar que Dios cree cosas nuevas entre nosotros. Esto se puede hacer
sólo con la oración. Por eso hemos querido este encuentro de oración con
vosotros”.
Descubrir y descifrar “los signos de Dios,
en el “horizonte” de los mundos y los corazones, simplemente ubicándonos en
la escucha y en la escuela del otro, musulmán en este caso” (3).
Ribât es-Salam fue el ideal de paz y oración, (“somos orantes en medio de un pueblo de orantes” decía
Christian) desde el que los monjes quisieron fundar un nuevo modo de convivir
y relacionarse unos con otros, musulmanes y cristianos. Christian tenía
costumbre de hacer lectio divina también desde
el Corán, y dejó consignado que había tenido experiencia de la Palabra de
Dios entre las palabras del Corán.
Mientras muchos empuñan las armas, ayer como hoy, e invocan lo que nos
divide, aquellos monjes y aquellos creyentes musulmanes apostaron por invocar
el amor, la oración y la paz, que nos une a todos. Apuesta firme, apuesta
hasta las últimas. Somos soldados derrotados de una Causa invencible.
Cuando nuestro corazón dude, cuando los altavoces de propaganda de la
Mentira llenen nuestras mentes de imágenes y gritos inhumanos, recordemos a
los hermanos del Atlas. Recordemos Ribât es-Salam, el vínculo de paz. Recordemos
que la apuesta de Jesús fue la paz y el amor que nos conducen a Dios. “Mi paz os dejo, mi paz os doy”(Jn 14, 27)
Tres miembros de Ribât también murieron violentamente en aquellos años y
serán beatificados el 8 de diciembre: Henri, hermano marista (+8 mayo 1994);
Christian, misionero padre blanco (+27 diciembre 1994) y Odette, hermana del
Sagrado Corazón (+10 noviembre 1995). (4)
Libros, artículos, poemas, documentales, fotos, pinturas, esculturas, una
gran película… nos han permitido adentrarnos en quienes fueron aquellos
monjes que, durante casi tres años -desde que el 24 de diciembre de 1993
fueron sobresaltados por un grupo armado que asaltó el monasterio hasta la
noche de su secuestro el 28 de marzo de 1996 -discernieron, personal y
comunitariamente y eligieron, apoyados unos y otros en la oración y la
confianza en Dios, quedarse en Tibhirine junto a sus vecinos musulmanes.
Podríamos seguir escribiendo, dando datos, animando saber, compartiendo
lo que para nosotros fue el descubrimiento de nuestros hnos. monjes de
Tibhirine… ¡déjalo, no te entretengas más! ¡Id directos a saborear la fruta
que ya era antes de que talaran los árboles: el Testamento de Christian de Chergé, prior de la
comunidad y regalo para la posteridad de la comunidad de Tibhirine.
“Cuando un A-Dios se vislumbra…” ¡Sigue,
adéntrate en clave de silencio y oración, y contempla “el testimonio de entendimiento y entrega, que aúna las muertes no
arrebatadas sino donadas; aúna todos los perdones concedidos antes de ser
infringido el daño; previene del peligro de culpabilizar –por extensión- a
todo un pueblo, a un grupo, a un país; da testimonio de la visión del pecador
más allá de su pecado (amigo del último instante”). Sus palabras son el
último gemido de tantos mártires anónimos de Argelia, del mundo y de la
historia de todas las religiones” (5).
Y cuando digas con ellos al final del Testamento: ¡AMEN! IN SHALLAH!, habrás comprendido como se pasa de
un “A-Dios” a un “En-Dios”.
Gracias a Christian, Christophe, Luc, Celestin, Paul, Michel y Bruno, monjes
cistercienses de Tibhirine y a todos los que también dieron su vida y juntos
son beatificados: Henri (Marista), Hélene (Pequeñas Hermanas de la Asunción), Esther y Caridad (españolas,
Agustinas Misioneras); Jean, Alain, Charles y Christian(Misioneros Padres Blancos); Angéle Marie y Bibiane (Hnas. N. S. de los Apóstoles); Odette (Pequeñas Hnas. Sagrado Corazón de Charles de Foucauld); y
Mons. PierreClaverie (Dominico y
obispo de Orán) (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la
difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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TESTAMENTO de Christian de Chergé
Prior del monasterio de Tibhirine (Argelia) Abierto el domingo de Pentecostés, 25 de mayo de 1996
Cuando un A-Dios se vislumbra...
Si me sucediera un día --y ese día podría ser hoy--
ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento a todos los extranjeros que viven en Argelia, yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba ENTREGADA a Dios y a este país. Que ellos acepten que el Único Maestro de toda vida no podría permanecer ajeno a esta partida brutal. Que recen por mí. ¿Cómo podría yo ser hallado digno de tal ofrenda? Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas y abandonadas en la indiferencia del anonimato. Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos. En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia. He vivido bastante como para saberme cómplice del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo, inclusive del que podría golpearme ciegamente. Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido. Yo no podría desear una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo. En efecto, no veo cómo podría alegrarme que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato. Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás, la "gracia del martirio" debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam. Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente. Conozco también las caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo. Es demasiado fácil creerse con la conciencia tranquila identificando este camino religioso con los integrismos de sus extremistas. Argelia y el Islam, para mí son otra cosa, es un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido, encontrando muy a menudo en ellos el hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes. Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista: "¡qué diga ahora lo que piensa de esto!" Pero estos tienen que saber que por fin será liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con El a Sus hijos del Islam tal como El los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de Su Pasión, inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre, el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias. Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla querido enteramente para este GOZO, contra y a pesar de todo. En este GRACIAS en el que está todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida, yo os incluyo, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y mi padre, mis hermanas y hermanos y los suyos, ¡el céntuplo concedido, como fue prometido! Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este "A-DIOS" en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. ¡AMEN! IN SHALLAH!
Argel, 1 de diciembre de 1993
Tibhirine, 1 de enero de 1994 |
viernes, 7 de diciembre de 2018
8 de diciembre: Beatificación de los monjes de Tibherine
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