LA ESPIRITUALIDAD QUE
NOS HACE «EXCÉNTRICOS», JUSTOS Y COMPASIVOS
«Nuestra
espiritualidad es a menudo poco más que un recurso terapéutico… La relación con
Dios es una forma de hacernos sentir mejor, pero no esperamos ser desafiados»
(R. Wuthnow, God and Mammon in America).
Este artículo de Cristianismo y Justicia es muy largo pero vale la pena dedicar un rato para leerlo
«Dios es Amor» (1Jn
4,20).
¿Qué es la espiritualidad?
Todo ser humano –dice
Jon Sobrino– tiene una «vida espiritual», pues, lo quiera o no, lo sepa o no,
está abocado a confrontarse con la realidad y está dotado de la capacidad de
reaccionar ante ella con ultimidad. «Vida espiritual» puede ser, por tanto, una
tautología: pues todo ser humano vive su vida con espíritu. Otra cosa es, por
supuesto, cuál sea ese espíritu con el que vive. Pero indudablemente vive con
espíritu. Precisando más: espiritualidad es más bien el espíritu con que se
afronta lo real y la historia en que vivimos, con toda su complejidad. Se podrá
discutir entonces qué espíritu es adecuado y cuál no. Pero cualquiera de ellos
está remitido a lo real para confrontarse con ello y para decidir qué hacer de
ello.
Los horizontes últimos
marcan, pues, los signos de identidad de las distintas espiritualidades.
Importa mucho clarificar esto para no perdernos en discusiones estériles sobre
el valor de unas prácticas que, aunque se presentan como espirituales, no son
sino ejercicios «intrascendentes» en el sentido literal y no peyorativo del
término. Aunque una mirada externa observe prácticas análogas, no toda praxis
meditativa es una praxis espiritual; para que pueda considerarse como tal, ha
de proyectarse hacia un horizonte trascendente no autorreferencial, requisito
que de entrada invalida las prácticas terapéutico-higiénicas, cuyo fin último
es la búsqueda del bienestar personal. Y, además, ha de estar referida a la
realidad, lo que la aleja de las propuestas analgésico-evasivas que huyen del mundo.
La tentación de una
espiritualidad ajena a la historia
Las «nuevas»
corrientes de espiritualidad –si bien son menos nuevas de lo que se cree–
parecen recoger mucho de las religiones de Oriente: la riqueza del hombre del
hinduismo, la mentira del hombre del budismo y el camino entre ambas típico del
taoísmo. De ningún modo queremos rechazar nada de esas riquezas espirituales,
pues las necesitamos. Pero como cristianos creemos que han hallado su plenitud
en la revelación de Dios como Amor, acaecida en Jesús de Nazaret.
A. B. Metz consideró como
una tentación para el catolicismo esta propuesta religiosa, que busca un Dios
ajeno a la historia, a la carne y a los pobres. También el papa Francisco se ha
referido reiteradas veces a la proliferación de un cierto neognosticismo que,
como afirma la Congregación para la Doctrina de la Fe, presenta una salvación
meramente interior, encerrada en el subjetivismo, que consiste en elevarse con
el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida. «Se pretende, de
esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los
cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente de Creador, sino
solo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona, y
manipulable de acuerdo con los intereses del hombre».
Antes hemos hablado de
la interioridad y la trascendencia como constitutivas de toda persona. Cuando
el ser humano todavía no conoce el progreso, lo normal es que todas esas
espiritualidades descuiden la historia y atiendan sobre todo a la interioridad.
La aportación judeocristiana, al hablar de un Dios que se revela «en la
historia», pone de relieve que toda esa riqueza de nuestro interior existe para
ser derramada amorosamente hacia fuera, en esa progresiva liberación de toda
esclavitud que Jesús calificaba como «reinado de Dios». Si la construcción de
la historia no brota de esa riqueza interior derramada amorosamente, está
destinada al fracaso como enseña la experiencia. Pero, también, si el cultivo
de nuestra intimidad y de nuestra profundidad no lleva a esa salida amorosa,
entonces, parodiando una frase de Marx podemos decir sobre esas
espiritualidades: «el hombre hace esa espiritualidad; esa espiritualidad no
hace al hombre».
Jesús no busca reducir
el estrés
Jesús fue un
hombre espiritual, su vida se orientó y se configuró desde el horizonte del
Reino de Dios. El convencimiento íntimo y último de la intervención soberana de
Dios sobre la historia marcó sus modos de actuar, de hablar, de relacionarse y
de orar.
Los evangelios
muestran a Jesús en actitudes y prácticas que asociamos espontáneamente con el
universo de lo espiritual: se retira a lugares solitarios para reflexionar y
orar, reza a Dios con el que se relaciona como Abba, participa de los ritos
judíos, reconoce y agradece la presencia de Dios en el trasfondo de la
realidad… Pero, reconstruyendo su biografía espiritual, caeríamos en una
caricatura obscenamente reductora si asimiláramos sus prácticas espirituales
con la búsqueda de la atención plena que propone el mindfulness* (por poner un
ejemplo actual).
Con sus prácticas
espirituales, Jesús no busca reducir el estrés, conservar su materia gris, ni
conectarse con su yo interior. La pasión vital que configuró su existencia fue
el anunció del advenimiento y la instauración plena del Reino de Dios. Cuando
sus discípulos piden que les enseñe a orar, no reciben una enseñanza de yoga
sobre posturas corporales, técnicas de respiración, ni modos de vaciar la
mente, sino las recomendaciones de una mistagogía* que busca situarlos en la
misma senda de su espíritu: el horizonte del Reino («venga a nosotros Tu
Reino»), la voluntad de Dios sobre sus vidas y sobre la historia («hágase Tu
voluntad»), la atención a las necesidades físicas cotidianas («nuestro pan de
cada día»), la necesidad del perdón como actitud vital y relacional («perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos deben algo»), y
la conciencia lúcida de las dinámicas de muerte que anidan en el corazón de
todo ser humano («no nos dejes caer en la tentación»).
Un horizonte habitado
por un Dios solidario con las víctimas
La espiritualidad de
Jesús nunca es una práctica elusiva, pues siempre parte de la realidad vital e
histórica de la persona concreta. El hambre, la enfermedad, la muerte, el
desconsuelo, la culpa, la opresión, la injusticia, así como la alegría, la
fiesta o la acción de gracias, no son accidentes que el orante deja en la
puerta junto a sus zapatos para sumergirse en una experiencia transpersonal de
fusión con un misterio innombrable. En el horizonte trascendente de la
espiritualidad cristiana, habita un Padre que se abraza enloquecido de alegría
a un hijo pródigo mil veces esperado, un Pastor que busca a la oveja perdida,
un Rey que promete un mundo bienaventurado a los que ahora lloran, pasan hambre
y luchan por la justicia, un Juez que visita presos, viste desnudos y da de
comer a los hambrientos.
Hay muchas
espiritualidades, muchas maneras de relacionarse con la ultimidad de lo real.
Hay horizontes trascendentes que persiguen la Belleza, la Bondad, la Justicia,
la Paz… Los cristianos confluimos con todos ellos desde un horizonte habitado
por un Dios conmovido por el sufrimiento de las víctimas. Todos podemos –y
debemos– participar en encuentros ecuménicos* que celebran la belleza del
mundo, reclaman el cuidado y la preservación del regalo de la Creación,
fomentan relaciones de no dominación, reconocen identidades históricamente
negadas, invitan a llevar una vida austera, valoran la importancia de alimentar
nuestro mundo interior, etc. Todos estos horizontes espirituales contribuyen a
construir un mundo mejor en el que los creyentes reconocemos sin dudar signos
del Reino de Dios.
Pero, inevitable y
proféticamente, en esa inmersión en un océano espiritual compartido, el
cristiano alzará la voz para recordar que –como expresó Josep Cobo– el fondo de
ese océano aparentemente en calma está hoy lleno de cadáveres de migrantes que
reclaman redención y justicia. La espiritualidad cristiana –esto es, la
espiritualidad que se deja mover por el Espíritu de Jesús– es tremendamente
lúcida y, lejos de alejarse de la realidad, se sumerge en ella para llamar a
las cosas por su verdadero nombre.
Ética y mística se
requieren mutuamente
Todas las propuestas
espirituales (proféticas, místicas y sapienciales) dignas de tal nombre
reconocen la importancia de la misericordia. Las personas espirituales de
cualquier tradición desarrollan una sensibilidad especial ante el sufrimiento
de los demás. Si la espiritualidad auténtica nos confronta con la realidad,
también nos sitúa inevitablemente cara a cara ante la presencia insoslayable
del mal individual y social. La compasión forma parte de los mínimos éticos que
comparten todas las espiritualidades creyentes o no.
Si toda espiritualidad
nos hace más compasivos, en la singularidad de la visión cristiana la atención
al sufrimiento de los demás forma parte esencial del núcleo de la propia
experiencia espiritual. Hay espiritualidades que toman conciencia de las
situaciones de injusticia y, en un momento ético posterior, resuelven
comprometerse en erradicarlas o consolarlas. La espiritualidad cristiana se
confronta con el sufrimiento en el horizonte mismo de su ultimidad. El
cristiano no encuentra desconsuelo solo en el mundo ni paz solo en la oración.
Su oración, su relación con un Dios trascendente, es simultáneamente un
encuentro con el sufrimiento del mundo. Esto es lo que significa el texto del
juicio final de Mateo 25: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos,
o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos extranjero y te acogimos o
desnudo y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a
verte?» A lo que el Rey responderá: «Os digo de verdad: Todo lo que hicisteis a
uno de estos mis hermanos más pequeños, me lo hicisteis a Mí» (Mt 25,37-40). En
la espiritualidad cristiana, ética y mística se funden. La espiritualidad
cristiana lleva hasta sus últimas consecuencias aquello que el profeta Jeremías
expresó con rotundidad: que el conocimiento de Dios –fin de toda espiritualidad
creyente– viene mediado por la práctica de la justicia (Jer 22,16).
La espiritualidad
cristiana: lejos de ser un opiáceo
En ningún caso la
salvación cristiana puede entenderse como un asunto privado que solo compete al
individuo religioso. Con semejante bagaje, se hace sumamente problemático –si
no imposible– el encuentro del ser humano con el Amor que desciende y planta su
tienda entre los pobres del mundo para salvar a la humanidad y recapitular el
cosmos.
En la espiritualidad
cristiana, el encuentro con Dios es un encuentro con «el mundo de Dios», con su
proyecto salvífico para la humanidad sufriente. En la mirada interior propia de
la espiritualidad, los cristianos no solo nos encontramos con el «rostro del
Otro», sino también, e inseparablemente, con los rostros sufrientes de los
otros y las otras; vidas que nos interpelan y nos responsabilizan. No hay
experiencia espiritual verdadera que haga abstracción del sufrimiento, o dicho
en cristiano: no hay experiencia espiritual cristiana que no integre la cruz
como momento constitutivo de la misma. Pero la cruz no es, por así decir, «lo
central» del cristianismo –eso sería la resurrección–, sino más bien un
correctivo constante a todas nuestras falsificaciones de lo Trascendente.
Repetimos una vez más
nuestra acogida plena a todas las propuestas «espirituales» que persiguen la
pacificación interior como objetivo de la praxis meditativa, junto con el
silencio introspectivo, el vaciamiento y la búsqueda de la paz. Son una prueba
palmaria de que la civilización (y la pseudorreligiosidad) del dios Dinero (con
sus secuaces, el consumo y la ostentación) no puede hacernos felices por más
que se nos obligue a declarar que lo somos. Detenerse y acallar nuestro mundo
interior tiene beneficios terapéuticos nada desdeñables.
Pese a todo, las
biografías de maestros y maestras espirituales de todas las tradiciones
religiosas hacen referencia a un mundo interior agitado por «espíritus en
lucha». En sus Ejercicios, Ignacio de Loyola desconfía de la calidad de la
práctica espiritual de aquellos ejercitantes que permanecen impasibles. Y es
que, adentrarse en el mundo espiritual es confrontarse con los «demonios»
personales e históricos que se confabulan para impedir la construcción de
horizontes de fraternidad.
Confrontarse con lo más
profundo de la realidad es reconocer la dinámica «duélica» que batalla en su
interior: la lucha entre reino y antirreino. Esa fue la experiencia espiritual
de Jesús que los evangelistas sintetizan en el relato de las tentaciones del
desierto, que parece recoger otros momentos de la vida de Jesús (usar a Dios en
beneficio propio o en beneficio de su propia misión, ser proclamado rey o
disponer de legiones de ángeles en defensa propia…).
Hoy, en un mundo en
cambio que para muchos se muestra amenazante y opaco, florecen
pseudoespiritualidades no conflictivas que ofertan paz y unificación personal.
Una mirada crítica interrogará sobre el horizonte último de esa tranquilidad:
¿se trata de la ayuda saciante del maná que se ofrece al que marcha por el
desierto, o de la tranquilidad irresponsable de una ignorancia infantil? En la
praxis espiritual cristiana, hay que decidir con qué espíritus construir el
Reino: con los del poder o con los del servicio.
Hay muchas
espiritualidades y algunas confluyen en el horizonte del Reino. Estas nos hacen
más excéntricos, compasivos, lucidos y justos. Si además reducen nuestro estrés
y conservan nuestra materia gris, mucho mejor. Pero, si se trata solo de esto
último, basta con pedalear sobre una bicicleta estática o consumir ciertos
opiáceos. Por eso, recogiendo un texto ya viejo, «esta contraposición entre el
disfrute de Dios y la voluntad de Dios es uno de los datos más fundamentales
para cualquier reflexión sobre el sentido, el valor y los límites de la
experiencia mística».
APÉNDICE: IGLESIA DE
JESÚS, IGLESIA DE LOS POBRES
En la situación
descrita y al menos en el Occidente que se considera patria del cristianismo,
las iglesias cristianas atraviesan hoy una comprensible tentación: presentarse
como un remanso de esa paz y tranquilidad tan anheladas por buena parte del
mundo Occidental, con la pretensión de recuperar así algo de su antigua
posición de «cristiandad» inconscientemente añorada por muchos (aunque solo sea
porque las instituciones eclesiásticas todavía responden bastante a aquella
situación histórica). Este nos parece un camino falso porque el mundo adulto ya
ha comprendido que puede buscar –al menos– algo de esa paz y esa tranquilidad
sin necesidad de la Iglesia.
La otra opción es
renunciar definitivamente al sueño de la cristiandad y procurar ser lo que el
evangelio califica como «levadura» que, en su pequeñez, es capaz de hacer
fermentar toda una masa o, como semilla mínima, producir un árbol gigantesco, o
como grano de trigo, que muere para dar fruto. Esta segunda será la Iglesia que
Bossuet calificaba como «mundo al revés», pues en ella los pobres tienen una
«eminente dignidad», los excluidos de la sociedad son señores y, aunque los
ricos y poderosos también están llamados a ella, solo pueden entrar en ella por
la puerta de los pobres. Por utópica e inaccesible que suene esa meta, marca la
dirección en la que debe orientarse una Iglesia que define a su Dios como el
que «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, llena de
bienes a los pobres y despide vacíos a los ricos». Ese segundo es el camino que
Dios abre a la Iglesia hoy. Jesús de Nazaret, cuyo don más repetido es «la
paz», anunció que ese camino no traería de entrada paz, sino guerra y división;
pero anunció también que, a la larga, cuando se busca solo el reinado de Dios y
la justicia de Dios, todos los demás bienes espirituales (la paz, la plenitud
interior, el sentido y una extraña dicha…) vienen dados por añadidura.
GLOSARIO
·
Consciencia transpersonal / Transegoi-
ca: Es la conciencia de que el sujeto es mucho más que un individuo
aislado que tiene que relacionarse con otros sino que su yo se extiende más
allá de él mismo. El término transpersonal proviene de una rama de la
psicología desarrollada a lo largo del siglo xx que integra el funcionamiento
del ego y la dimensión espiritual del ser humano. Invita a los seres humanos a
trascenderse a sí mismos para identificarse con una Conciencia mayor,
colectiva, omni-abarcante.
·
Advaita / no-dualidad: Se trata de un
concepto propio de la tradición hindú que subraya que el atman (o alma) y
Brahman (la Divinidad) no son dos entidades distintas. Dios y el mundo no son
dos, así como dos criaturas de este mundo tampoco son propiamente dos. La
salvación del ciclo de las reencarnaciones supone tener una visión unitiva de
todo. • Unión hipostática: Se trata de la expresión que intenta explicar cómo,
en Cristo, la naturaleza divina se unió a la naturaleza humana por medio de la
encarnación. Es un concepto que nos dice que Dios y el ser humano en Cristo no
son dos ni puramente uno. Se rechaza el dualismo y la fusión. De igual manera,
el creyente cristiano no aspira a fusionarse con lo divino ni a mantener la
separación con él, sino a conseguir la plena comunión.
·
Pelagianismo: Es la doctrina
de un monje de los siglos iv-v que acabó siendo condenada por la Iglesia, y que
defendía la capacidad del ser humano de llevar una vida santa si así lo deseaba
y decidía. En última instancia, la salvación dependía de la propia voluntad y
no de la gracia o don de Dios. Podemos hoy en día llamar pelagianos a los que
defienden la literalidad de la exclamación «¡querer es poder!» y viceversa, lo
que he conseguido es fruto de mi esfuerzo. Se suele defender desde una
meritocracia capitalista («lo que gano es fruto de mi esfuerzo») o desde una
meritocracia religiosa («mi salvación o nivel espiritual es fruto de mi
esfuerzo o camino espiritual»).
·
Gnosis / gnosticismo: Significa
literalmente «conocimiento». Fue una doctrina importante en los primeros siglos
del cristianismo. Defendía que se accedía a la salvación por medio del
conocimiento tanto del propio yo como de Dios y del mundo. Formaban comunidades
elitistas, los maestros de las cuales desvelaban solo a sus miembros y de
manera procesual los secretos ocultos que solo ellos conocían. Frente a la
ortodoxia que ponía el acento en la fe y en la vida moral de las personas, el
gnosticismo lo ponía en el conocimiento, como si conocer a Dios y el bien
supusiese automáticamente practicarlo. En el gnosticismo era imposible o
contradictoria la afirmación paulina: «hago el mal que no quiero (hacer)» y «no
hago el bien (que conozco) y que quiero (hacer)».
·
Mindfulness: Literalmente se
trata de una serie de técnicas de meditación para adquirir la «conciencia
plena». Busca la reducción del estrés y la valoración de cada momento presente,
mediante la atención a todo lo que se percibe.
·
Mistagogia: Literalmente
significa «la conducción hacia la mística», es decir, trata de la capacidad de
un discurso o de unas prácticas de conducir al individuo a la unión con Dios o
el Absoluto.
·
Ecuménico / ecumenismo: Es el trabajo del
cristianismo para conseguir la unión de todos los cristianos e iglesias. Se
trata de llegar a estar todos en una misma casa (oikos) común.
CUESTIONES PARA LA
REFLEXIÓN
1. ¿Por qué crees que han
aparecido nuevas espiritualidades?
2. Un lenguaje sobre Dios
en el que no aparezca ni una sola vez el sufrimiento, ni la opresión del hombre
por el hombre, ni la afirmación cristiana de que Dios se ha revelado no para
respuesta a los intelectuales, sino como buena noticia a los oprimidos…, no
pasará de ser una religiosidad burguesa (y quizás farisea).
¿Qué opinas de esta
afirmación?
3. ¿Qué tipo de Dios y
qué tipo salvación buscan los hombres y mujeres espirituales de nuestro siglo
xxi? ¿Qué valores positivos tienen?, ¿qué respuestas se están ofreciendo desde
ámbitos religiosos y seculares?, ¿todas las ofertas son compatibles con la
construcción de un mundo más fraterno, justo e igualitario?
4. Si la espiritualidad
cristiana es el encuentro con el Otro.
¿Has experimentado la
presencia del Otro en tantos otros y otras a los que te has acercado?
5. La Iglesia de Jesús,
la Iglesia de los pobres.
Es la Iglesia que
Bossuet calificaba como “mundo al revés”, pues en ella los pobres tienen una
“eminente dignidad”, los excluidos de la sociedad son señores y, aunque los
ricos y poderosos también están llamados a ella, solo pueden entrar en ella por
la puerta de los pobres. ¿Has experimentado o conocido alguna vez esta Iglesia
que es “mundo al revés”?
6. ¿Qué te ha aportado la
lectura de este Cuaderno?
¿A quién le
aconsejarías que se lo leyese?
Los Cuadernos
Cristianisme i Justícia (CJ) presentan reflexiones de los seminarios del equipo
del centro y trabajos de sus miembros y colaboradores. Pueden descargarlos en:
www.cristianismeijusticia.net/es/quaderns
Últimos títulos: 207.
J. MoRERA, Desarmar los infiernos; 208. J. I. GONZÁLEZ FAUS, El Silencio y el
Grito; 209. VARIOS AUTORES, ¡Despertemos!; 210. J. LAGUNA, Acogerse a sagrado;
211. C.M.L. BINGEMER, Transformar la Iglesia y la sociedad en femenino; 212. J.
TATAY, Creer en la sostenibilidad; 213. CRISTIANISME I JUSTÍCIA, Abrazos de
vida; 214. J. CARRERA, Vivir con menos para vivir mejor; 215. SEMINARIO
TEOLÓGICO DE CJ, Dios en tiempos líquidos
La Colección Virtual
está formada por cuadernos que, por su extensión, formato o estilo, no hemos
editado en papel pero que tienen el mismo rigor, sentido y misión que los
Cuadernos Cristianisme i Justícia (CJ). Pueden descargarlos en:
www.cristianismeijusticia.net/es/virtual Últimos títulos: 14. J. I. GONZÁLEZ
FAUS, Economistas profetas; 15. J. F. MÀRIA, R. XIFRÉ, Cataluña y España: entre
el reconocimiento y la negociación; 16. VARIOS AUTORES, Soñamos la ciudad, la
construimos juntos
www.cristianismeijusticia.net
Cristianisme i Justícia
(Fundació Lluís Espinal) es un centro de estudios creado en Barcelona el año
1981. Agrupa un equipo de voluntariado intelectual que tiene por objetivo
promover la reflexión social y teológica para contribuir a la transformación de
las estructuras sociales y eclesiales. Forma parte de la red de centros
Fe-Cultura-Justicia de España y de los Centros Sociales Europeos de la Compañía
de Jesús.
La Fundació Lluís
Espinal envía gratuitamente los cuadernos CJ. Si desea recibirlos,
pídalos a: Cristianisme i Justícia Roger de Llúria, 13 08010 Barcelona T. 93
317 23 38 info@fespinal.com www.cristianismeijusticia.net
Cristianisme i
Justicia s.j.
No hay comentarios:
Publicar un comentario