Lucas 23,35-43
La imagen
fundamental de este evangelio, parece una broma, es un hombre que está en el
patíbulo de la cruz, agonizando; y otro hombre, que es un ladrón, un bandido,
un malhechor, le dice: “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Clavado en
la cruz, agonizante, olvidado de todos y, sin embargo, señor de un reino. Ésta
es la clave de comprensión de la fiesta que estamos celebrando, como final de
todo el año litúrgico.
Confesamos
a Jesús como rey, efectivamente. Pero, al mismo tiempo, queremos caer en la
cuenta de que su reino no pertenece a este mundo. Jesús ha realizado una
inversión de valores, ha transformado de abajo a arriba la comprensión de la
realidad. Si tuviéramos que resumir, en una única frase, cuál es el contenido
central del cristianismo, tendríamos que decir: “Dios se ha hecho hombre”. Es
una frase bien dicha, que tiene verdad, pero no es suficiente con decirla, ya
que Dios no se ha hecho un hombre sin más. Dios no se ha hecho un hombre cualquiera,
sino una víctima de este mundo. Dios no se ha hecho un hombre cualquiera, sino
un siervo, un esclavo de todos los demás. Dios no se ha hecho un hombre
cualquiera, sino que se ha hecho pobre. Dios no se ha hecho un hombre
cualquiera, sino que se ha hecho marginado. Dios no se ha hecho un hombre
cualquiera, sino que se ha hecho último. ¡Fíjense: víctima, pobre, siervo,
esclavo, marginado, último! Ésta es la clave de comprensión de la encarnación.
Por esta
razón, este evangelio que hemos escuchado es precisamente eso: evangelio, buena
noticia. ¿Para quién puede ser una buena noticia que el Hijo de Dios muera en
una cruz? ¿Para quién puede ser buena noticia que Dios mismo tenga muerte, y
muerte de cruz? ¿para quién? Pues precisamente para los que son víctimas de la
injusticia, para los últimos, para los desheredados de esta tierra, para los
marginados, para los pobres…
Si uno
vive cómodamente; si uno tiene una vida fácil, económicamente solvente; si uno
nunca se ha manchado las manos en intentar transformar la realidad; si no se ha
compartido nunca el destino de los últimos; si alguien se siente ajeno en su
bienestar, sin saber lo que significa no poder llegar a fin de mes: ¿qué le
puede decir un evangelio como éste? ¿qué le puede aportar un regalo como el que
acabamos de escuchar? Pero si uno está en paro; si uno es perseguido a causa de
la justicia; si uno se ha manchado las manos por cambiar la realidad, y eso le
ha traído problemas; si uno sabe lo que significa vivir marginado, despreciado
de los hombres, siendo último; si uno sabe eso y escucha este evangelio, puede
decir: “Eso es una buena noticia, Dios está de mi parte, Dios no es neutral
ante las vicisitudes de la historia, ante las injusticias de esta tierra, sino
que Dios toma parte con los que están de mi parte. Dios toma parte con los que
no tienen nada, con los que no pueden nada, con aquellos que no tienen ninguna
clase de poder”. Y, podríamos añadir: haciendo eso, es rey del universo;
haciendo eso Cristo es verdaderamente rey.
Vamos a pedirle
a este Cristo rey que toque nuestro corazón hoy, para que nunca seamos
insensibles - de verdad, podemos ser cualquier cosa menos insensibles -. No nos
podemos permitir ser insensibles ante el dolor del mundo, ante el desastre que
trae consigo una crisis económica, como la que estamos viviendo. No podemos ser
insensibles ante el que no encuentra trabajo. No nos podemos permitir ese lujo,
después de escuchar un evangelio como éste. ¡Puedes ser lo que quieras, menos
alguien insensible! Ojalá que el Señor, con su gracia, haga caer nuestros muros
de indiferencia y nos devuelva un corazón compasivo.
Y LA PALABRA SE HIZO DIÁLOGO. S.BÉJAR
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