Andres Torres Queiruga: "La eutanasia, problema
humano"
"Usar la eutanasia para cualquier otro propósito que no sea aquel al
que apunta su etimología (ayudar a 'morir bien'), sería una indignidad humana,
hágase por ortodoxia religiosa o por programa de partido"
"La eutanasia no es inmediatamente un problema religioso, sino un
problema moral: buscar qué recursos médicos, qué leyes civiles, qué ayudas
personales son las más adecuadas para ayudar a que la persona pueda enfrentar
dignamente su muerte"
"Hoy la religión debe reconocer que, en el nivel moral, no tiene ni
más ni menos derecho que los demás para participar en el diálogo"
"El papel de la Iglesia es infundir confianza, anunciando la seguridad
de un Dios Abbá, "padre-madre", que envuelve nuestra vida con un amor
más poderoso que la muerte, capaz de salvarnos y plenificarnos con una
esperanza contra toda esperanza"
16.02.2020 | Andrés Torres Queiruga
Karl Jaspers habló con hondura de las
"situaciones límite". Definen lo más específico del ser
humano y no podemos cambiarlas, sino solo esforzarnos por gestionarlas de la
mejor manera posible. Nacer, ser nacidos, es una. La muerte es otra, la última;
en algunos aspectos la más delicada. Desde que hay humanidad ha estado rodeada
de un profundo respeto, por veneración, miedo o esperanza. Hoy, el miedo la
convierte en tabú para muchos. La eutanasia la trae, por vía indirecta, a la
publicidad, exponiéndola a ser utilizada con fines espurios, pervirtiendo su
significado.
Usarla para cualquier otro propósito que no sea aquel
al que apunta su etimología (ayudar a "morir bien"), sería una
indignidad humana, hágase por ortodoxia religiosa o por programa de partido. Como sería miseria
intelectual resolverla a base de tópicos: izquierda contra derecha o laicismo
contra iglesia. Hace mucho tiempo que estas tentaciones contaminan el medio
ambiente. Digno e inteligente solo puede ser buscar entre todos lo que podamos
considerar mejor para ayudar a las personas en esa difícil situación.
De ahí, una primera necesidad: dignificar la
discusión pública con diálogos honestos e información fidedigna; mostrar la seriedad
suprema del asunto, evitando que sea entregado a los tópicos fáciles o, peor
aún, creando un ambiente "tanatófilo", trivializando la muerte y
acaso promoviendo de manera irresponsable esa letal tendencia al suicidio que
esta siendo una plaga tan terrible como soterrada.
Se trata, insisto, de una pregunta radicalmente humana, anterior a toda
división de partido, credo o ideología. No soy moralista especializado en la casuística
específica, ni médico que pueda calibrar el modo o la efectividad de las
distintas medicaciones. Desde la teología, me interesa insistir en que la eutanasia no es inmediatamente un problema religioso, sino un problema
moral: buscar qué recursos médicos, qué leyes civiles, qué ayudas personales
son las más adecuadas para ayudar a que la persona pueda enfrentar dignamente
su muerte.
La respuesta no está escrita en la Biblia, sino en realidad,
examinando entre todos los procesos psíquicos, las relaciones familiares, las
consecuencias sociales de la decisión que se tome. Pero tampoco, en esos
eslóganes, que con apriorismo dogmático repiten como evidente la identificación
de "muerte digna" con eutanasia activa o suicidio asistido.
Es preciso presuponer la honestidad de
los demás, respetando el principio dialógico de que todas las posturas serias
buscan la muerte digna y desean encontrar la mejor manera de lograrlo. Concretando más,
pienso que hay dos extremos a evitar. Por su parte, hoy la religión debe reconocer que, en el nivel moral, no tiene ni más ni
menos derecho que los demás para participar en el diálogo y que, como dijo
Habermas, debe traducir y presentar en ese sentido moral las razones que puedan
venirle de su rica herencia tradicional. Los demás deben, por lo tanto,
respetar esas razones; no las que, con una audacia extrañamente ignorante, se
le atribuyen demasiadas veces (en este sentido, deberían leer, por ejemplo, el
documento de la Conferencia Episcopal Española, “Sembradores de esperanza”,
2019).
¿Cuál es, entonces, el papel de la religión en este problema? Creo que nada
más, pero también nada menos, que centrarse en su rol específico. Aclararé esto
con un ejemplo. Cuando, al hablar del tema en el número 106 de la revista
Encrucillada afirmé: "lo que es bueno para Ramón
Sampedro, es bueno para Dios", dije algo que es evangélicamente
axiomático, pero que escandalizó a muchos. A un amigo que me lo reprochaba,
reflejando un parecer oficial, le respondí: ¿Acaso lo que es bueno para ti no
es bueno para tu madre? Si algo nos enseñó Jesús de Nazaret, consiste
justamente en que lo único que Dios busca es el bien de sus criaturas, nuestro
bien. El problema está en que, por respeto y para no anular nuestra autonomía,
tiene que dejarnos a nosotros la tarea de encontrar el camino y la decisión de
seguirlo.
En un pasado premoderno era comprensible que la Iglesia pensara que todo
estaba ya dictado en la Biblia y que por tanto disponía a priori de respuestas
para cualquier caso nuevo. Hoy comprendemos que, con el Evangelio en la mano,
su papel auténtico consiste, por un lado, en llamar y urgir al cumplimiento de
las normas que todos descubramos como las mejores; por otro, y sobre todo,
en infundir confianza, anunciando la
seguridad de un Dios Abbá, "padre-madre", que envuelve nuestra vida
con un amor más poderoso que la muerte, capaz de salvarnos y plenificarnos con
una esperanza contra toda esperanza.
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