· "Los que derriban estatuas deberían preguntarse para qué sirve lo que
hago"
Racismo: ¿el
color de la piel o el color del billete?
"El problema no es el desprecio por el color de la piel: el problema
es la necesidad de tener esclavos, porque eso es fundamental para nuestra
economía"
"Los negros serán hombres o no, pero 'les affaires sont les affaires'
y eso es lo que importa en primerísimo lugar"
"Los insensatos esos que pretenden tranquilizar su conciencia
derribando estatuas de Cervantes o de fray Junípero, harían mucho mejor si se
dedicasen a derribar estatuas de Milton Friedman o de Hayek"
"Una buena parte de las llamadas 'fuerzas del orden' están en primer
lugar para defender el (des)orden económico)"
24.06.2020 | José Ignacio González
Faus
El brutal asesinato del ciudadano negro George Floyd por un policía blanco (que alguno habría calificado como “increíble”
en nuestro “civilizado” S. XXI) comenzó generando una ola de protestas masivas admirables,
para derivar en ese deporte insensato de romper estatuas por cuenta propia que,
sin duda, debe suponer unas enormes descargas de adrenalina muy pacificadoras.
No voy a juzgar ahora ni a Colón ni a Fray Junípero, pero sí pienso que
sería más razonable ir a buscar a los responsables
últimos y no a aquellos cuyas estatuas tenemos más a mano. Y además
preguntarse para qué sirve lo que hago.
Puestos a buscar culpables, esos justicieros por cuenta propia, deberían
comenzar derribando las estatuas de Montesquieu (si es que tiene
alguna por ahí). Fijémonos: ¡el padre de nuestra democracia! (que creemos
nos hace superiores a otros pueblos); el autor de El espíritu de las leyes!(una especie de catecismo de nuestra actual
política…). ¿Quién se atreverá a decirle nada? Pues bien, en el capítulo 5
del libro XV de esa obra tan famosa, leemos cosas como éstas: “No puede
cabernos en la cabeza que siendo Dios un ser infinitamente sabio haya dado un
alma, y sobre todo un alma buena, a un cuerpo totalmente negro… Si creyéramos
que esas gentes son hombres, se empezaría a creer que nosotros no somos
cristianos… Algunos espíritus cortos exageran demasiado la injusticia que se
hace a los africanos…”.
Racismo y esclavismo
¿Cómo pudo hablar así quien había escrito que la esclavitud es contraria a la naturaleza y al progreso humano? Pues lo sabremos
en seguida leyendo la razón que da en ese mismo libro XV: “el azúcar sería
demasiado caro si no se emplearan esclavos en el trabajo que requiere su
cultivo”… Los negros serán hombres o no, pero “les affaires sont les affaires”
y eso es lo que importa en primerísimo lugar.
Pero Montesquieu no está solo. Voltaire, en su Diccionario Filosófico, se tranquiliza diciendo que “la
esclavitud es tan antigua como la guerra y la guerra tan antigua como la
naturaleza”. He ahí un posmoderno bien antiguo, que no teme reconocer que “los
hombres podríamos ser iguales si no tuviéramos necesidades”. Pero las tenemos.
Y además de que las tenemos, añade Voltaire que “nada es tan necesario como lo superfluo”:
por lo que parece claro que, para que yo pueda tener eso superfluo, será
menester que otros carezcan de lo necesario.
Estos orígenes del racismo parecen probar
que el problema no es el desprecio por el color de la piel: el problema es la
necesidad de tener esclavos, porque eso es fundamental para nuestra economía.
Y como ya no podemos decir con Aristóteles que la esclavitud es conforme a
la naturaleza (porque entonces igual me esclavizaban a mí), la solución ha
sido encontrar alguna raza infrahumana,
distinta de la mía, para poder justificar la esclavitud. Uno se acuerda de aquel eslogan del
denostado Marx: “el determinante económico en última instancia”. Y si a alguien
le molesta eso de citar a Marx, sustitúyalo por esta otra cita aún más clara y
del Nuevo Testamento: “la raíz de todos los males es la pasión por el dinero”
(1 Tim 6,10). Y si no, escarbemos un poco más en la historia.
Retrato de Voltaire
Cuando en EEUU había esclavos (negros, claro está) los estados esclavistas
del Sur eran mucho más poderosos económicamente que los estados del Norte. De
modo que, cuando comenzó la batalla para abolir la esclavitud, el gran
argumento de los señores contra la abolición no era un argumento de raza sino
que “será un desastre económico”. Exactamente lo mismo que dicen hoy los
empresarios españoles cuando, desde la más elemental justicia, se pide la
supresión de nuestra ley de reforma laboral (que pudo muy
bien titularse: ley de esclavitud laboral). “Slavery as a positive good”,
declaraba en el Senado el líder esclavista Calhoun, tachando de “demasiado
blandos” a los que solo decían que era “un mal necesario” (necessary evil). ¿Lo
quieren más claro?
Y no se trataba necesariamente de negros: cuando la nobleza hispana cometía
sus desmanes en América Latina, el argumento que tenía aquella gente tan noble
para defenderse de las acusaciones de muchos misioneros y de varios obispos era
que los indios no tenían un alma humana (por más que el ignorante papa Paulo
III enseñara lo contrario). Otra vez el racismo no nacía del color de la piel,
sino de la necesidad de explotar a otros seres humanos para poder enriquecerse.
Ya lo había dicho Voltaire: "mientras tengamos necesidades, la igualdad
será una quimera". Y nuestras necesidades
(reales o ficticias) son inacabables…
Y para mirar también a esta querida casa desde donde escribo: en La
Vanguardia digital puede encontrarse reproducido un anuncio publicado en El Diario de Barcelona el 31 de mayo de 1798 (el Diario había
sido fundando en 1792). El anuncio dice así: “quien quiera comprar
una negra y una hija suya mulata, que sabe guisar, lavar y planchar
bien, acuda enfrente de la casa de los Gigantes, nº 9, casa de D. Mariano Sanz
y de Sala”. Otra vez no parece que se trate de un racismo de la piel, sino de
la necesidad de tener esclavos que sepan trabajar bien, para vivir nosotros a
un nivel que nos merezca el título de “don” y un apellido compuesto. No es que
los blancos seamos infames; es que los negros son inferiores.
"El racismo no nacía del color de
la piel, sino de la necesidad de explotar a otros seres humanos para poder
enriquecerse"
¿Ven qué fácil? Eso permitió al marqués de Comillas ser, a la vez, un católico practicante y un práctico traficante. Dando la razón a lo
que hemos citado de Montesquieu: a ver si se va a creer que no somos
cristianos…
“Billetes, billetes verdes, pero qué bonitos son”, oíamos cantar en
aquellos tiempos de la peseta: “esos billetitos verdes siempre traen la
salvación”. Por tanto: si la madre del cordero no está en el color de la piel
sino en el color del dinero, los insensatos esos que pretenden tranquilizar su
conciencia derribando estatuas de Cervantes o de fray Junípero, harían mucho
mejor si se dedicasen a derribar estatuas de Milton Friedman o de Hayek, o
quizá volviendo a ocupar Wall Street (aunque esto
igual podría costarles que otro policía les oprimiera el cuello con su rodilla
demasiado tiempo: porque una buena parte de las llamadas “fuerzas del orden”
están en primer lugar para defender el (des)orden económico).
En segundo lugar, todos esos tumbaestatuas deberían pararse un momento y
preguntarse simplemente si actúan así para luchar contra el racismo de otros o
para descargarse simbólicamente de su propia avaricia escondida. Luchar contra los símbolos es más fácil que luchar contra la realidad y parece que es
un buen método de descargar la propia conciencia. Ya dije algo de eso cuando el
asunto de la tumba de Franco: era más importante trabajar para sacar el
franquismo vivo de muchos corazones que sacar a un fantasma de aquella tumba.
Lo primero no se hizo; lo segundo sí. Y ahí tienen a VOX como nuestra tercera
fuerza política. Pero claro: lo primero solo se hace educando bien, para lo
segundo basta algún decreto-ley.
En cualquier caso: dejando en paz la tumba del dictador, lo importante es que
todos esos que pretenden ser más destrozones del pasado que correctores del
presente, cobren conciencia de esa posible hipocresía de los símbolos que Jesús
de Nazaret ya había definido así: “pagar el diezmo de la menta y del comino, para
no pagar el tributo de la misericordia y la justicia”. Y luego, que actúen en
consecuencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario