Los judíos entonces, como era el día de la
Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque
aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las
piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al
primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús,
viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los
soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.
El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice
verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la
Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice:
«Mirarán al que atravesaron.»
¿Dónde está el infierno? El infierno se encuentra en
cualquier lugar donde se desacraliza a la persona humana. ¿Qué significa
desacralizar a la persona humana? Significa hacer de la persona un objeto, una
cosa. Allí donde la persona humana deja de ser un fin y se convierte en un
medio de uso y de abuso, ¡allí está el infierno!
Esto nos ayuda a entender el significado de la cruz en
tiempos de Jesús: morir crucificado era algo infernal. La cruz era un invento
de los persas que pasó posteriormente a los griegos, y de ellos pasó al imperio
romano, como una forma de ejecución absolutamente cruel. Para los propios
romanos, morir en la cruz tenía un significado obsceno. Era ignominioso morir
en la cruz. Era un tipo de muerte infamante, donde a la persona desnuda,
colgada sobre el madero, le era arrebatada cualquier resto de dignidad, de
respeto, de consideración.
Y fijaos, si para los romanos morir en la cruz era algo
ignominioso, más aún para los judíos. Hay una frase muy curiosa en el Deuteronomio
- el quinto libro de la biblia -, donde se dice: “El que cuelga de la cruz es
un maldito de Dios, el hombre que cuelga del madero es un maldito de Dios”. Si
para los romanos morir en la cruz tenía un significado infamante, para los
judíos, además de infamia, la muerte de un crucificado tenía un componente
religioso. El hombre crucificado era considerado, según la escritura, como
alguien sobre el que había caído la maldición de Dios. Por lo tanto, para un
judío, lo radicalmente contrario a la presencia de Dios era un crucificado que
colgaba de un madero. Podemos entender así el desconcierto que provocó en los
propios discípulos, que eran judíos, contemplar al Maestro morir en la cruz. Fue
un shock del que difícilmente pudieron recuperarse: “Si Jesús, el Maestro, ha
muerto en la cruz, no puede venir de Dios, porque la misma escritura nos dice
que el que muere en la cruz no puede venir de Dios”, así razonaban ellos.
Sin embargo, poco a poco, y a la luz de la resurrección,
ellos fueron abriéndose al escándalo: ¡Dios se revela en su contrario! ¡Dios se
manifiesta donde no se le esperaba! ¡Dios acontece donde tú jamás hubieras
pensado! Así de sorpresivo es Dios. De este modo, aquellos cristianos
descubrieron que, el lugar de la infamia, el lugar de la desacralización del
hombre, ¡la cruz!, ¡ese lugar infernal!, era el lugar donde Dios manifestaba,
de modo más potente, más prístino, más puro, su amor por todos nosotros.
No podemos
quedarnos en el primer Viernes Santo. Deberíamos regresar a éste, y deberíamos
volver a preguntarnos dónde está hoy el infierno, porque si yo sé dónde está
hoy el infierno, voy a saber dónde está Dios hoy. Leía esta mañana algo que me
ha provocado un poco de estremecimiento. Leía que en Europa una vaca europea,
una vaca de leche - una vaca, un animal -, recibe una media de cuatro euros al
día, por subvención. Y se decía también que en África, una persona tiene que
vivir con un euro al día, en este caso no subvencionado. Era curioso porque el
que escribía esta noticia decía: “trae más cuenta ser una vaca en Europa, que
una persona en África”. ¡Si ilumináramos estas situaciones sangrantes que
vivimos en nuestro mundo, desde la cruz de Cristo, para nosotros los
cristianos, se haría la luz!
Cristo eligió morir como un maldito de Dios, eligió morir en
el altar de la mayor desacralización de la persona humana que existía en la
antigüedad, eligió morir en el infierno. Pues bien, si tú quieres encontrar a
Cristo hoy, si quieres descubrir la manifestación portentosa de Dios hoy, vete
a los infiernos. Vete a aquellos lugares donde el hombre ha sido despojado de
su dignidad, vete a aquellos lugares donde la persona humana ha sido
desacralizada y convertida en un medio, en una cosa, en un objeto. Y ahí vuelve
a acontecer el Viernes Santo porque Dios toma lo necio, lo despreciado de este
mundo, la basura de nuestra historia y, en ese basurero de nuestra historia,
elige habitar, elige manifestarse. Ahí es donde elige volver a hacer brillar su
amor salvador para todos nosotros.
“Mirarán al
que atravesaron”, hemos escuchado al final de esta lectura de la Pasión de san
Juan. Mirar al que atravesaron es mirar a los infiernos de este mundo. No nos
asustemos de ellos, no nos asustemos de los basureros. ¡Vayamos a ellos
aportando todos nosotros, tú y yo, esa unción y ese aceite del consuelo que
siempre es y será la buena noticia del evangelio!
Y LA PALABRA SE HIZO DIÁLOGO. S.BÉJAR
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