"Nos definimos, excluyendo; nos afirmamos, negando. Esa es la constante de nuestra historia"
Exilio y
nacionalismo, dos trenes en dirección opuesta
María Zambrano y el
exilio
"Concedido que el tránsfuga independentista no es un exiliado, ¿cuál
es la relación entre exilio y nacionalismo?"
"En lo que coinciden los que viven a fondo el exilio –desde Abraham a
Machado- es que se desinflan los determinismos de origen, es decir, las
llamadas de la sangre o de la tierra, mientras gana músculo la decisión de vivir
en el lugar y en la forma que uno elige"
"María Zambrano también llama diáspora al exilio para dejar claro la
inspiración bíblica de su extraordinaria comprensión del mismo"
19.02.2021 | Manuel Reyes Mate
La equiparación que hizo Pablo Iglesias del exilio
republicano con la fuga de Puigdemont, ha merecido tal desaprobación de crítica
y público que no vale la pena volver sobre ello. Ni siquiera un Vicepresidente
del Gobierno puede fundir la figura del tránsfuga en el molde del exiliado.
La torpe comparación tiene, sin embargo, un punto de interés que ha pasado
desapercibido. Concedido que el tránsfuga
independentista no es un exiliado, ¿cuál es la relación entre exilio y
nacionalismo?. La pregunta está justificada, en primer lugar, porque ha habido exiliados
que se la han planteado y, en segundo lugar, porque si algo no soporta el
concepto de exilio es el de nacionalismo.
Lo que acabo de decir parece contradecir los hechos. En efecto, si miramos
en el exilio republicano que provocó el franquismo, no faltan exiliados que
añoraban volver a una Galicia o a un País Vasco o a una Cataluña soberana en
alguna de sus versiones. Eso es cierto, tan cierto como que esas posiciones
políticas que sus actores defendían ya antes del exilio, no pasaron por la prueba
del destierro.
Exilio
Quiero decir que, en estos casos, estamos hablando de exiliados políticos
que vivieron la expatriación como una circunstancia impuesta sin que esa
circunstancia pesara en su reflexión política. Contra lo que pudiera parecer,
son muy pocos los exiliados que reflexionaron sobre el exilio. De muchos de ellos bien se puede decir que nunca se fueron pues siempre
tuvieron las maletas listas para regresar al mismo lugar. Vivieron fuera
pensando sólo en volver. Ni siquiera los llamados transterrados –que
cambiaron la tierra de España por la de México- alteraron su forma de
patriotismo, ligada siempre a la tierra que pisaban. Recuerdo a alguno de
ellos, como Adolfo Sánchez Vázquez, diciendo que su obra hubiera sido la misma
sin exilio.
Pero sí hubo algunos pocos que pensaron a fondo qué significaba salir de su
país y convertirse en extranjeros de por vida. El caso de la filósofa
malagueña, María Zambrano, es ejemplar en este
sentido. Lo que decía, en primer lugar, es que el exilio no tiene vuelta atrás
–“ya nunca más se repasaría esa frontera”- pues aunque volviese no encontraría
el mismo mundo. Su destino era el estar fuera.
En el destierro se produce, en un segundo momento, el
descubrimiento de la verdadera patria “que consiste en no tenerla”. El exiliado,
arrojado al mundo, no renuncia a los elementos que conforma la identidad
nacional tales como la lengua, la tierra, las costumbres o la cultura, pero
relativizará su peso. La verdadera tierra no es la que dejaron sino una por
venir, prometida, que acogerá a todos y de la que nadie será expulsado. Lo
mismo con la lengua o con la cultura. Los elementos identitarios pierden su
pesantez nacionalista y se convierte en trampolines de una identidad
posnacional no excluyente.
En lo que coinciden los que viven a fondo el exilio
–desde Abraham a Machado- es que se desinflan los determinismos de origen, es
decir, las llamadas de la sangre o de la tierra, mientras gana músculo la
decisión de vivir en el lugar y en la forma que uno elige. El exiliado personifica
la madurez humana porque relativiza el poder del punto de partida, dando mayor
protagonismo a la libertad que se traduce en itinerancia que le llevará a
espacios sin fronteras. Y es que, como dice la Zambrano, “fuimos arrojados de
esa primera patria para realizarnos como hombres”. Su patria no es ya la
nación.
Hay todavía una reflexión de María Zambrano que todo español debería tener
en cuenta: nuestra historia, dice, está jalonada de exilios y guerras civiles.
Nos pasa lo que a las Meninas de Velázquez. El pintor madrileño no encontró
otra forma de realzar la belleza de las infantas que pintándolas como
contrapunto de dos figuras deformes, los enanos Mari Bárbola y Nicolasito
Percusato. Nos definimos, excluyendo; nos
afirmamos, negando. Esa es la constante de nuestra historia. Habremos cambiado
los nombres de lo excluido (judíos, moriscos, protestantes, erasmistas,
liberales, rojos, charnegos o maketos), pero la tónica sigue intacta. En
español la palabra nosotros no connota comunión alguna sino literalmente
no-otros.
Estas reflexiones de María Zambrano, que también encontramos en otro
exiliado insigne, el dramaturgo Max Aub, pero en pocos más, coincide en lo
fundamental con las que hicieron los profetas bíblicos cuando el exilio
en Babilonia. Allí descubrieron que el exilio era “diáspora”, es decir, una
forma de existencia. El pueblo judío renunciaba a ser una nación, como las
demás, para llevar una vida errante, es decir, compartida con los demás
pueblos. Renuncian a tener un Estado propio en nombre de la fraternidad humana.
María Zambrano también llama diáspora al exilio para dejar claro la inspiración
bíblica de su extraordinaria comprensión del mismo.
Se comprende que los exiliados no reflexionen sobre el exilio. Bastante
tenían con sobrevivir. Pero este Vicepresidente, tan preocupado por mejorar la
calidad de la democracia española, sí debería saber que el nacionalismo -según dicen sus teóricos, incluido Herder, santo y seña del
nacionalismo catalán, según Jordi Pujol- sustituye la razón por el sentimiento
y la fraternidad humana por los intereses de la tribu, que es exactamente lo
contrario de lo que pretende la democracia.
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