Un sueño que aviva la espera
En estos meses han salido a la luz unos cuantos comentarios sobre las distintas cuestiones que platea este texto, que no oculta lo que ensombrece nuestro mundo sin dejar de invocar ”la audacia de la esperanza” (n.55): “En el corazón de esta importante encíclica –ha anotado Th. Radcliffe- está la convicción de que la fraternidad es tanto nuestra identidad presente más profunda como nuestra vocación futura. Estamos invitados a convertirnos en hermanos y hermanas en Cristo de una manera que apenas podemos imaginar ahora“. Una pretensión que sería desmedida si no se apoyara en la esperanza y no mostrara confianza en la condición humana.
Aquí nos detendremos tan sólo en los términos en que aparece expresada en
sus páginas la llamada a la fraternidad. Llamada que comienza trayendo a la
memoria la que realizó una figura singular que vivió en los primeros decenios
del lejano siglo XIII. Y no deja de ser
expresivo que, desde el título, la encíclica reciente evoque el sueño de
hermandad de Francisco de Asís reproduciendo su mismo lenguaje.
En un siglo como el actual, cuando la pretensión universalista y la
globalización en acto coexisten, paradójicamente, con una pluralidad difícil de
conciliar y con diferencias económicas y sociales hirientes, una de las voces
más escuchadas, la del papa Francisco, apela a la conciencia de «nuestra común
hermandad». Y urje a un diálogo que salve distancias y exclusiones que parecen
agravarse en la pretendida “era de la comunicación”. Lo hace rescatando el
sueño de otro Francisco.
Fratelli tutti
Estas palabras del santo de Asís, que se conservan en el umbro hablado a
comienzos del siglo XIII, abren páginas dedicadas a la fraternidad y
a la amistad social en un texto que sale a la luz en el año 2020. La
exhortación de Asís iba dirigida –se anota en el comienzo de la encíclica-
“a todos los hermanos y las hermanas, para proponer una forma de vida con sabor
a Evangelio”. “Con estas pocas y sencillas palabras –seguimos leyendo-
expresó lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar
y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del
universo donde haya nacido o donde habite”.
No es la primera vez que el papa acude a la figura singular del Poverello como a un
referente. Lo hizo al elegir el nombre para su pontificado. Y también otra de
sus cartas, Laudato si’.
Sobre el cuidado de
la casa común, arranca con la mención del himno a la fraternidad universal que es
el Cántico de
las criaturas. Un cántico en el que la alegría y la alabanza brotan extrañamente
desde el la profundidad del sufrimiento, Un canto que da voz a un amor que
alcanza al espacio: el sol y la luna son criaturas hermanas; lo son la tierra
y, más que nada, los humanos. Un canto en el que hasta la muerte merece ser
considerada “hermana”. [1]
Los historiadores señalan que justamente en aquel siglo, por razones
varias, comenzaba a asomar una nueva visión del mundo que favorecía
aperturas de caminos e intercambios al tiempo que dejaba atrás estructuras y
formas de vida caducadas. De ahí que los términos “hermano” o “hermana”,
heredados de la tradición cristiana, empezaron a cobrar otro alcance gracias a
figuras como la de Domingo de Guzmán y Francisco de Asís.
La distancia de siglos no ha restado fuerza a la
novedad de la propuesta del de Asís, un seguidor del evangelio que sigue
resultando atrayente cuando los siglos medievales nos resultan casi
prehistóricos. En la encíclica reciente se reconoce que “el santo del amor fraterno,
de la sencillez y la alegría” inspira las varias decenas de páginas dedicadas a
la fraternidad y a la amistad social. Y ello porque “san Francisco, que se
sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los
que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los
pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los
últimos” (n.2).
El evangelio franciscano de la
fraternidad
Como sucede con la pobreza, la fraternidad forma parte del lenguaje genuino
del santo de Asís. Una y otra pertenecen al propio decir y actuar del
santo y se pueden encontrar documentadas en los textos primeros,
cuidadosamente recogidos en las ediciones de las Fonti Francescane.
Historiadores y críticos recientes conceden especial atención a los textos
escritos o dictados por el propio Francisco y al testimonio de los primeros
seguidores dentro de la monumental bibliografía que componen códices y
colecciones varias. Porque, sin llegar a componer una autobiografía,
testimonian un programa de vida y reflejan lo que el Pobre de Asís hizo y exhortó a
hacer, y ayudan a conocer de primera mano su personalidad, su experiencia
y su deseo mayor.
En la introducción a una edición reciente de aquellas Fuentes, se adelanta
que esos escritos son de primordial importancia para valorar la veracidad
y lo genuino que pueden ofrecer los textos que se fueron elaborando a medida
que crecían la admiración y la fama del santo (T. Lombardi). De modo parecido,
otro estudioso concluye que Francisco, que llegó interiormente a una formidable
simplificación religiosa y evangélica de la realidad y de la vida, puede ser
comprendido sin reducciones gracias a esos textos primeros. Aunque cuida de
advertir que, por propia experiencia, el mismo santo advertía a sus hermanos
que para “comprender” hay que “vivir”.[2]
Volviendo al título de le encíclica, sabemos que la expresión fratelli tutti aparece en uno de esos
escritos de primera hora que son las Admonitiones, exactamente en la Sexta, referida al seguimiento de Jesús. Y en refuerzo
de su autenticidad se añade que es citada ya en 1231 en el sermón de un
dominico, pronunciado en la Universidad de París que se conserva en aquel
archivo.
Las 28 Admonitiones son advertencias o
avisos que se consideran cercanas a la Regla primitiva como palabras
directamente atribuibles al santo. Dirigidas a todos los hermanos, responden
a una enseñanza oral fijada al modo de las Reportationes al uso en el
medioevo, y suelen datarse como recogidas solo unos años después de que
Francisco dimitiera de su cargo en 1220. Al modo de los antiguos “dichos de los
Padres” contienen resonancias bíblicas y reflejan la experiencia de vida
evangélica y la forma de comunidad propuesta en los comienzos. Un especialista
como Esser las considera “el Cántico de la pobreza interior y el de la
fraternidad humana”. Y en la misma línea se pronuncian estudios posteriores[3].
De ahí su importancia para conocer en su primer tramo este rasgo de su
espiritualidad.
También en el Canto al Sol o Cantico de las criaturas la fraternidad
aparece in crescendo a medida que
avanzan las estrofas. Y en el Testamento, cuando el movimiento había alcanzado proporciones impensadas, su
iniciador reconocía con humildad que “el señor le había dado hermanos”, en las
antípodas de todo protagonismo.
La visita al Sultán Al Malik
Al recordar el sueño franciscano de una fraternidad, el papa se detiene en
un episodio singular que recogen las más antiguas crónicas. Que cobra
actualidad cuando nos vemos urgidos a dialogar con mentalidades muy distintas y
con otras tradiciones religiosas. Es la visita del fraile de Asís al
Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que data de 1219Se trata –dice en el
n.3- de un episodio que “nos muestra su
corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de procedencia,
nacionalidad, color o religión”.
Y reconoce en ese gesto un gran esfuerzo, dado que el santo hubo de
sortear la pobreza, la distancia, los peligros y las diferencias de
idioma, cultura y religión: “Este viaje en aquel momento histórico marcado por
las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir,
deseoso de abrazar a todos”.
Una humilde audacia que le inspira a la hora de entrar en un tema candente
que no es separable de la fraternidad: el diálogo interreligioso.
Fraternidad y diálogo
Los dos términos son inseparables en el modo franciscano de entender la
misión. El sueño de una fraternidad debió sugerir en Francisco de Asís una
iniciativa tan arriesgada como emprender un viaje hasta Egipto sin más compañía
que otro de los hermanos. Sabemos que el encuentro tuvo lugar en Daimieta, a
orillas del Nilo, en octubre de 1219 pues resulta mencionado en las Vidas y el hecho fue
registrado por fra Illuminato. Este testigo presencial dejó constancia de
que el sultán quedo impresionado por la actitud humilde y pacífica de un simple
fraile, pobre y desarmado. Y lo trató con modales propios de la
hospitalidad musulmana [4].
Algunos decenios después, Giotto pintó la escena en uno de sus famosos frescos.
Pero el hecho, que representaba una “rareza”, fue poco subrayado en fuentes
posteriores. Aquella manera de salir al encuentro de alguien considerado como
enemigo a batir representaba una “excepción”, algo impensable para los
cruzados, empezando por Jacques de Vitry, el obispo de San Juan de Acre que
desaconsejaba la empresa, aunque más tarde se mostró favorable a los fraticelli.
En 2019, con ocasión del octavo centenario del episodio de Daimieta
celebrado en Jerusalén, el actual arzobispo de Benevento se refirió al gesto
del franciscano que, significativamente, no mereció atención decenios después.
Tan novedoso y único resultaba. Un hecho –concluía en su intervención- que
“indica un camino que evita irenismos cómodos y se basa en la escucha, el
respeto y rechaza toda lógica de violencia”.
El episodio recobra significación en los tiempos actuales. Porque el
deseo de llegar a un entendimiento pacífico con gentes de culturas y religiones
diversas, o el de plantear una verdadera evangelización, reclaman ensayar
aquellas actitudes nacidas de la adhesión al evangelio. Así el papa recuerda,
citando la Regla de los
hermanos menores, que “la fidelidad a su Señor era proporcional a su amor a los
hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las dificultades y peligros, san
Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma actitud que pedía a sus
discípulos: que sin negar su identidad […] no promuevan disputas ni
controversias, sino que estén sometidos a toda criatura humana por Dios”.
Y apunta al motivo de fondo: “Había entendido que «Dios es amor, y el que
permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn4,16). De ese modo fue un
padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna (…) acogió la
verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los
demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos” (n.3).
Un camino a proseguir
No podemos obviar que el mundo de Francisco dista del nuestro todo lo que
suponen los ocho siglos que nos separan. La encíclica se
refiere a la situación actual en la que el empeño por una mayor fraternidad
encuentra grandes dificultades y males que parecen agravarse. En este
contexto, el espíritu y los gestos del Poverello son invocados por su radicalidad evangélica. Una radicalidad
que no le ahorró sufrimientos aunque aparezca revestida de suavidad y hasta de
alegría.
En suma, con esta carta, a distancia de siglos y en situaciones tan
complejas como graves, otro Francisco ha querido traer a nuestra memoria
el sueño mayor del que se
consideró siempre hermano menor: el sueño de una
fraternidad. Un horizonte con el que soñar, una aspiración que nos sobrepasa
sin que por eso deje de comprometernos. Como se dice en esta Oración al Creador con la que Fratelli tutti concluye:
Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas. Amén.
***
[1] Así Jacques
Dalarun,descubridor de un vademecum antiquísimo: Vita ritrovata , que contiene
escritos considerados de primera hora en la bibliografía franciacana y
autor de uno de los más recientess estudios sobre el poema.
[2] C.
Paolazzi, Lettura degli
“Scritti” di Francesco d’Assisi, Milano 1987, 6; nuova ed. 2002, 28.
[3] Así, L.Profili ,
R, Karris, M.Avila i Serra, C. Vaiani y C. Paolazi , que encuentra
trazado en ellas el itinerario que va del ver al alabar , del reconocer al restituir todo bien a su
Creador en alabanza y adoración
[4] En la
fuente Verba fratris
Illuminati socii b. Francisci ad partes Orientis…estudiado por G.
Jeusset y A. Thompson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario