lunes, 29 de julio de 2013

LA LUZ DE LA FE II

La fe de Israel
La luz de la fe está vinculada al relato
concreto de la vida...


Para Israel, la luz de Dios brilla a través de las obras realizadas por el Señor, conmemoradas y confesadas en el culto, transmitidas de padres a hijos. Aprendemos así que la luz de la fe está vinculada al relato concreto de la vida, al recuerdo agradecido de los beneficios de Dios y al cumplimiento progresivo de sus promesas.



Por otro lado, la historia de Israel también nos permite ver como el pueblo ha caído tantas veces en la tentación de la incredulidad. Aquí, lo contrario de la fe se manifiesta como idolatría.  Mientras Moisés habla con Dios en el Sinaí, el pueblo no soporta el misterio del rostro oculto de Dios, no aguanta el tiempo de espera. La fe, por su propia naturaleza, requiere renunciar a la posesión inmediata que parece ofrecer la visión, es una invitación a abrirse a la fuente de la luz respetando el misterio propio de un rostro, que quiere revelarse personalmente  y en el momento oportuno, (12 y 13)

viernes, 26 de julio de 2013

LA LUZ DE LA FE

COMO QUIZÁ EN ESTE TIEMPO DE VACACIONES MUCHOS NO TIENEN OCASIÓN DE LEER LA ENCÍCLICA HEMOS PENSADO IR PUBLICANDO ALGUNOS PÁRRAFOS QUE ANIMEN A LEERLA LUEGO COMPLETA.

                         
                              Lo que hemos visto y oído,
                    eso transmitimos

Han visto y oído y eso transmiten
"La Luz de la Fe"

CONSTA DE UNA INTRODUCCIÓN  Y CUATRO CAPÍTULOS:
¿Una luz ilusoria?
Una luz a descubrir
 I HEMOS CREÍDO EN EL AMOR
 II SI NO CREÉIS NO COMPRENDERÉIS
III TRANSMITO LO QUE HE RECIBIDO
 IV DIOS PREPARA UNA CIUDAD PARA ELLOS

Una luz por descubrir
Es urgente recuperar el carácter luminoso propio  de la fe pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos, ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios. La fe nace del encuentro con el Dios vivo que nos llama y nos revela su amor. (4)

Abrahán, nuestro padre en la fe
La fe está vinculada a la escucha. Abrahán no ve a Dios pero oye su voz. De este modo la fe adquiere un carácter personal. Aquí Dios no se manifiesta como el Dios de un lugar, ni tampoco aparece vinculado a un tiempo sagrado determinado, sino como el Dios de una persona, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, capaz de entrar en contacto con el hombre y establecer una alianza con él. (8)
Abrahán no ve a Dios pero oye su voz


martes, 23 de julio de 2013

LA PARADOJA DE LA FE V


 (Es imposible sintetizar en unas líneas un contenido tan rico como se encuentra en este libro de 150 páginas. Animamos a los seguidores del Blog Dari a leerlo. Lo tenemos en la biblioteca. Lo pueden pedir en préstamo. Será el último texto que publicamos de este libro)

Fe y verdad
El creyente busca y desea la verdad como cualquier persona, e incluso más porque se lo exige su misma fe. Desea que su “yo creo” sea también un “es verdad”... En modo alguno pretende situarse o ser situado lejos y al margen del hábitat común de los hombres.
La idea de Dios podría ser la más hermosa y benéfica para el mundo, pero si su afirmación no fuera verdadera seríamos unos falsificadores.


Fe y  racionalidad

“La fe, testigo digno de confianza”. Pero ¿Qué derecho tiene en último término la fe para reivindicar así su lugar en el orden de la racionalidad y de la verdad? ¿Cuál es su derecho a que  le demos crédito así como su capacidad para abrirnos a la verdad? ¿De qué derechos o de qué lugar disponemos para descubrir en la fe esta adecuación para hacer y descubrir la verdad?
¿LA FE UNA LOCURA...?
La barquichuela se enfrenta al océano

……
En nota.
Se podría preguntar si al hablar de racionalidad de la fe no estamos cayendo en una simple negación de ella. ¿No es la fe una locura para el propio San Pablo? Hay que aclararse. Es locura para la racionalidad común la que nosotros llamamos aquí racionalidad del noüs (Inteligencia, razón)). Pero esta locura (de la que S. Pablo afirma que es sabiduría de Dios, ¡lo que no está nada mal!) No es una capitulación ante toda razón (por eso hablamos aquí de racionalidad del logos) la fe no desconfía de la razón; de lo contrario, no sería un acto humano., “La fe cristiana no es un grito zafio y solitario, sino un acto concertado, una significación intencional puesta y vivida en común”… La fe no es un grito. Si la fe fuera una negación absoluta de la razón tendríamos el derecho de ser ateos. O tendríamos que caer necesariamente en el fideísmo (fe ciega), Cosa que la tradición cristiana ha rechazado siempre y con todo derecho. No olvidemos que Pedro nos exhorta – lo cual significa claramente que es posible – a “dar razón (logos) de nuestra fe a quien nos la pida” (1ª de Pedro 3, 15). Y el creyente la pide también.


Creí por eso hablé
"La paradoja de la fe" Ed. Sígueme  2013 A. Gesché  (p. 39 y 69, 70)

La luz se va haciendo
poco a poco



   






ENTRE FE Y RACIONALIDAD

miércoles, 17 de julio de 2013

DESAFÍOS ACTUALES Y LA FE IV


 Los desafíos actuales y la fe del futuro.
“La Paradoja le la fe” Pag 103, 104 ed. Sígeme A. Gesché


Nos encontramos en un giro decisivo de la historia, pues esta expresión se ha convertido en algo manoseado y banal… En cambio, el giro actual no solamente nos sorprende por lo imprevisto, sino que también nos pilla a contracorriente. De ahí nuestro desconcierto y malestar. Asistimos, en efecto, a un avance del neoliberalismo en todos los órdenes: social, político, económico y filosófico.

Comprobamos también un clima de sospecha respecto a las solidaridades, a un repliegue individual, a la renuncia a ciertos compromisos sociales y finalmente  (y sobre todo) a una sensación de cansancio, casi de nerviosismo con relación a las posturas cristianas ante los problemas del mundo, postura asumidas con tanto afecto en las últimas décadas. De ahí el desconcierto.
Sensación de cansancio...
ante los problemas del mundo

… El desconcierto procede de que parece un desmentido a las prácticas y a las teorías que parecían haber sido unas conquistas definitivas y evidentes de la fe, tanto en la perspectiva de la fidelidad al evangelio como en la de las aspiraciones del mundo…
¿Cómo reaccionar a todo esto? Yo diría, con una simple palabra-clave, que “con sangre fría”, que quiere decir casi lo mismo que con fe.
Desconcierto...

Esta misma es la reacción que hay que tener hoy: no condenar, no reprobar, no rechazar la escucha de lo que pasa hoy sino ver lo que puede tener de positivo, lo que esta nueva circunstancia puede enseñarnos a revisar y corregir, a qué nos pueden llevar las nuevas tendencias. Actuar de otra forma sería ilógico. En principio no hay ninguna razón, si queremos mantenernos fieles a la fe y a la escucha del mundo.
¿Cómo reaccionar ante todo esto?
... con fe
Estamos, pues, invitados, por el mundo y por el Espíritu de Dios, a no fallar en esta hora, la nuestra, la de hoy.
A mi juicio, ha sonado una hora decisiva. Hay que asumirla para poner a punto los valores que hemos descubierto hace tan poco tiempo y, a la vez, para abordar los nuevos que nos permitirán formar y formular nuestro proyecto cristiano cada vez mejor.

En los párrafos siguientes el autor aborda temas de sumo interés. Os deseamos que alguna vez podáis permitiros el lujo de poder leer este libro tan interesante y que nos ilumina sobre la presencia social de la fe en nuestra sociedad. 
("Paradoja de la fe" pp. 103, 104 ed. Sígeme A. Gesché)
Lo tenéis en nuestra biblioteca, así como el de "Cinco razones para creer" de Serafín Béjar,  de los cuales hemos extraído los textos publicados hasta hoy sobre la fe
 
LA HORA DECISIVA. NUESTRA HORA, HOY
 ENTENDER TEOLÓGICAMENTE LO QUE SUCEDE
a)     ruptura o fin de las ideologías
b)    crecimiento de los neoliberalismos

ENTENDER TEOLÓGICAMENTE NUESTOS ERRORES
a)     militantismo. El término “militantismo” connota cierto fanatismo y cierta sacralización de la fe…
b)    sacralización. Sacralizar es convertir una cosa que es relativa (aunque esté mandada) en algo absoluto. Es divinizar…
c)     moralización: Moralizando el problema no es como se responde a él verdaderamente; lo que se hace es expresar el resentimiento que provoca…
d)    culpabilización o dolorismo: Es esa desenfrenada atribución de la culpa que se complace en declararnos culpable más allá de toda medida. Hay que denunciar con valentía que en esta autoflagelación, que no es evangélica, se camufla un rechazo de la felicidad que resulta suicida…
e)     racionalismo: Pienso aquí en nuestra tradición católica que se ha opuesto con toda razón -esto hay que subrayarlo sin reserva- al fideísmo y al fundamentalismo. Es preciso instaurar y salvaguardar los derechos de la razón.
f)      uso de las ciencias humanas: como instrumentaos maravillosos de análisis y de descripción de los comportamientos humanos y no, como disciplinas normativas…

ENTENDER TEOLÓGICAMENTE NUESTRA RIQUEZAS

a)     no fallar a nuestra hora: … es verdad que (nuestras respuestas hoy) han de estar en constante readaptación y que siempre hay que estar ojo avizor a las cuestiones que se vayan planteando.
b)    recuperar nuestras palabras: hemos visto (cap I) que la fe escucha al mundo pero es verdad también que el mundo escucha nuestra fe. Además nuestras palabras son precisamente las de salvación, gracia, buena noticia, fraternidad, Dios etc. “La palabra urgente, ardiente, olvidada, es ésta: ‘Hombre ¡Dios es tu verdadera vida’!
“La gloria de Dios es el hombre viviente, pero la vida del hombre es ver a Dios”
……………




lunes, 15 de julio de 2013

LA PARADOJA DE LA FE III

DOS LUGARES DE LA FE. II

b) La fe, por tanto, está en su lugar propio cuando se encuentra en el lugar del hombre. 
Lugar del hombre


Pero la fe está también en el lugar humano cuando se halla en su lugar propio.

Sin lugar a dudas la fe resuena también en un lugar que le es propio, habita en las palabras que le son propias: DIOS, SALVACIÓN, GRACIA, RESURRECCIÓN, VIDA ETERNA,ALIANZA...
Existe todo un vocabulario propio de la fe, palabras que no son directamente asequibles al entendimiento humano e incluso a veces chocan con él o lo descolocan. La fe tiene su originalidad. No responde sólo a interpelaciones que se la dirigen, sino que a su vez ella interpela. Habla un lenguaje con contornos propios y que nadie más usa. Utiliza palabras que tienen su propio peso específico, diferente de las palabras señaladas más arriba y que son de uso cotidiano (fiarse, fiable, fiabilidad, fianza, confiar, confianza, confidencia, fiel, fidelidad).

La fe habla de “otro lugar”, de cosas que “el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar” (Primera Cor 2, 9)

¿Puede la fe hacer oír todavía, hacer resonar la buena noticia en estas condiciones? ¿Puede hablar no sólo con el mismo derecho que cualquier otro sino en virtud de que tiene algo distinto que decir, algo bueno que decir porque es obligatorio que lo diga? Sí. Y es otro aspecto de los derechos de la fe, que no niega las connivencias precedentes. Vamos a insistir ahora en ello…

...para proclamar y asegurar que el hombre viva
Vemos, pues, que no hemos de desertar de las cosas de la fe para acudir en auxilio del hombre; al contrario, tenemos que anunciar de forma humilde paro audaz, que Dios vive, para proclamar y asegurar que el hombre viva.

Con nuestras palabras, con eso que podríamos calificar como nuestra pretensión, ¿No tenemos nosotros un tesoro, una piedra preciosa que no podemos mantener temerosa y furtivamente encerrada entre nuestras manos? ¿No deberíamos exhibirla para reconstruir al hombre y reconducirlo hacia él mismo? Así pues, resonando en su lugar propio, con sus propias palabras y su propio peso, la fe resonaría en un lugar que sería al mismo tiempo el lugar del hombre. Lejos de desposeerlo, lo devolvería a sí mismo. Lejos de anunciar una coartada que lo destrone, le anunciaría un “más allá”, una palabra que viene de otra parte de “junto a Dios” (Jn. 1,1)  Pero que viene a su casa, “y que ha puesto su tienda entre nosotros” (Jn 1,14)

Que viene a su casa, y "ha puesto su tienda entre nosotros"
Esta fe ¿no contribuiría a la construcción del hombre? Sin duda alguna. Hay que afirmar con la mayor convicción que el hombre que nos escucha en nuestra inmediata modernidad acoso está más preparado y más cerca de lo que nos parce de poder entendernos. No deberíamos dejarnos dominar por el miedo propio de otras épocas. Tenemos que desprendernos de toda arrogancia, hablar con nuestra frágiles palabras.  No anunciar esta palabra de vida sería cobardía y abandono. Además existe ya un interés, se abre una expectativa: Nunca se ha hablado tanto de alteridad, nunca se ha hablado tanto de amor. Ciertamente no es algo exclusivamente nuestro; lo hacen también otros muchos. Pero los otros ¿no barruntan, no presienten secretamente que nosotros disponemos quizás de palabras divinas, y que a la vez son fraternas? Estos ya no son tiempos de desconfianzas, enfrentamientos y rechazos. Más bien son tiempos de escucha, de preguntas, respetando lo que es propio de cada uno.




lunes, 8 de julio de 2013

LA PARADOJA DE LA FE II

DOS LUGARES DE LA FE 

a)      En primer lugar, la fe resuena en el lugar de los otros, aunque es también el suyo propio.
La fe es un acto humano, configurador del ser humano en sí mismo, en su misma estructura constitutiva. No se trata de una superestructura,  de algo impuesto que venga a establecer una fractura en nuestra humanidad. La fe, el creer (tomamos estas palabras sin darles de inmediato una orientación o un contenido religiosos) es un comportamiento plenamente humano. Nada hay más falso que pensar que “creer”  no es una dimensión del hombre lo mismo que tantas otras, como conocer, amar, pensar, saber, jugar, etc.

LA BOLSA, LUGAR DE "LOS OTROS"?
CUEVAS DE GUADIX, GRANADA. Su lugar propio?
         











Confiar es salir de nosotros mismos y ponernos en manos de otro porque  es digno de fe; es admitir algo porque otro me lo hace admisible, tan admisible como si yo me hubiera podido convencer a mí mismo. En la fe existe un descentramiento de uno mismo, un “di-mitir” de uno mismo para “re-mitir” a  otro,  “ad-mitir” aquello que yo recibo de él (y que no tiene nada que ver un “so-meterse” a él). La fe es, por consiguiente un acto perfectamente humano, que construye al hombre. Un hombre que no es capaz de creer es un hombre destruido, deshecho en todos los sentidos de la palabra. Creer es salir de sí para ser mejor uno mismo.

En esta línea la fe religiosa no constituye pues por sí misma una alienación absoluta que venga a estrangular al hombre, ni por detrás ni por encima, contra la lógica de su ser. Sea cual fuere el contenido de la fe religiosa, ésta se inscribe en el entramado de la constitución humana.
¿Será entonces presuntuoso pensar y decir bien alto, que la fe religiosa viene a ofrecer al hombre un despliegue último de sí mismo, una consumación constitutiva de su ser, ofreciéndole una superación, abriéndole a algo que lo trasciende y lo conduce hacia más arriba, o hacia algo más grande, que lo realiza más plenamente?


SE TRATA DE UN HOMBRE ENTRADO
TOTALMENTE
 
TOMÓ PARTIDO POR EL HOMBRE
Y ENTREGADO A DIOS.
Nada nos resulta tan difícil que
entregarnos por completo
a dos realidades diferentes















Pero hemos de preguntarnos si la validez de ese contenido no está ya como probada, en todo caso anunciada por el hecho de que uno de los testigos de ese contenido es un hombre eminentemente digno de fe, Jesús de Nazaret. Mi razón fundamental  para creer no la encuentro en los razonamientos, por mucho apoyo que proporcionen sino en el Señor. He aquí, en efecto, un hombre humanamente digno de fe.

Lo que le hace más digno de fe es que se trata de un hombre entregado totalmente a los otros plenamente fraternal, abrazando de la manera más completa del mundo la causa y las causas del hombre.                
Tomó partido por el hombre hasta el punto de morir por él; luchó, plenamente humano y fraternal, por el hombre de su tiempo. Y este hombre, entregado a los hombres, es así mismo y sin oposición o sacrificio del uno al otro, un hombre entrado a Dios, plenamente filial. Plenamente fraterno y plenamente religioso. Esto es lo que resulta todavía más sorprendente. Porque nada nos resulta más difícil que entregarnos a la vez y por completo a dos realidades diferentes.  p. 22-28






lunes, 1 de julio de 2013

LA PARADOJA DE LA FE I

Adolphe Gesché
Ed. Sígueme 2013

En un contexto en el que la religión se ve encerrada en los límites de la razón natural y relegada a la esfera de lo privado, Gesché comprende la pertinencia de afirmar públicamente los derechos de la fe y de proponer un "exceso" para pensar al hombre allí donde se ha declarado "la muerte de Dios" y comienza a escucharse la "muerte del hombre" La fe, haciendo oír su voz en la ciudad de los hombres, su lugar propio, propone a Dios para pensar al hombre.


EL LUGAR DE LA FE

LA FE ESCUCHA AL MUNDO
El Evangelio es, como indica la misma palabra y todos sabemos, una “buena noticia”. Y lo propio de una noticia, de un anuncio, es que resuene, que se escuche. Una noticia es algo “para ser oído”. Necesita, por tanto, un lugar o lugares donde pueda re-sonar. Por eso aquí vamos a hablar no tanto del contenido de la fe sino del lugar y de las condiciones en las que junto a otras instancias del ser humano, esa buena noticia tiene el derecho y la suerte, el deber y la autorización para hacerse reconocer, para hacerse escuchar sin complejos.

“La fe escucha al mundo”, se ha dicho de forma muy acertada. Pero ¿no es hora ya de que también “el mundo pueda escuchar a la fe”, de que el mundo pueda esperar algo de parte de la fe?

lunes, 24 de junio de 2013

PREÁMBULOS DE LA FE IV

...Cinco razones para creer
Tercer retrato
El sentido
La desproporción entre lo efímero de la existencia y el suelo que la sostiene


Es fácil percatarse de lo efímero de nuestra existencia. Una doble constatación la pone de manifiesto: no existo desde siempre y no existiré para siempre. Tan fácil, y tan complejo; porque el hombre no se resigna a convertirse, como afirmaba M. Heidegger, en “un ser para la muerte”.

¿Qué soy?
Entre dos oscuridades.
¿Qué soy, por tanto?, ¿una cerilla que ilumina débilmente entre dos oscuridades, entre dos “nadas”? A esto es a lo que llama la filosofía “contingencia”. El hombre es un ser contingente, es decir, no es necesario, existe pero podría no existir. O de otra manera, la contingencia de la naturaleza humana pone de manifiesto que el hombre no tiene fundamento en sí mismo. De pronto, nos encontramos aquí y administramos una libertad que no hemos pedido que se nos conceda.
Sin embargo, y siendo todo lo que hemos dicho verdad, parece que pisamos tierra firme. Repentinamente, a pesar de lo efímero de nuestra existencia, la vida se impone y nos seduce con una verdad que damos por supuesta: merece la pena vivir. No somos eternos, sino temporales, y todo lo que engendra el hombre lleva el marchamo del paso inevitable del tiempo. Pero, aun así, nos levantamos cada mañana, afrontamos la vida, luchamos con ilusión por aquello en lo que creemos, conquistamos una parcela de la realidad a la manera de una profesión, nos dejamos alcanzar por el amor y nos emparejamos, ofrecemos hijos al mundo y nos arriesgamos en ello…

A mi juicio, se trata de una confesión de sentido del propio Camus: en los hombres hay más cosas dignas de admirar que todo lo contrario, a pesar de lo sufrido, de la transitoriedad de la vida, del olvido y la injusticia.
Aquí encontramos una demanda de sentido y de finalidad que, en medio de la confesión de un posible absurdo, pugna por salir e imponerse como el suelo de nuestra existencia. La aparición del hombre ha de tener un sentido y un fin que ofrece lo específico de nuestra naturaleza en relación al resto de seres vivos. El ser humano, en esta discontinuidad con el mundo animal, se encuentra referido a una nada y a un todo. Y es ahí donde ha de optar. Curiosamente, aunque los avances científicos han conocido un desarrollo extraordinario, las grandes preguntas de la existencia humana siguen prácticamente intactas. Una de esas preguntas, a la que la ciencia y la filosofía no pueden responder, es este interrogante de sentido y de finalidad. Esta demanda de sentido, aunque no es una prueba concluyente de la existencia de Dios, apunta hacia la religión como un posible lugar de respuesta. 



Apostar por Dios es apostar un finito por un infinito.
Si apuesto al sí, “Dios existe” (hay sentido), y al morir descubro que no era cierto, no habré perdido nada y habré ganado el vivir con sentido esta vida. Apostar por Dios es apostar un finito por un infinito, es decir, arriesgo bienes efímeros de este mundo en pro de un Dios que es garantía de plenitud. Es cierto que se trata de una apuesta donde existe un elemento hipotético: la misma posibilidad de que sea verdad la existencia de Dios. Está la objeción de que apostamos algo real contra algo hipotético, pero esta es la dinámica del juego y del riesgo. La clave de esta apuesta a favor del sí es que, si ganamos, ganamos todo, y si perdemos, no perdemos nada:
Creer o no en Dios reconfigura absolutamente los cimientos en los que se construye la propia vida.

De esta manera, esta nueva forma de declinar la desproporción puede convertirse en otro digno pórtico de entrada a la fe. El ser humano experimenta una exigencia de sentido y, al mismo tiempo, la vida acaba imponiéndose con su persuasión: la realidad es buena. Así, porque la vida tiene sentido, podemos dar un sentido a nuestra vida. Existe un dato previo que se impone, más allá de nosotros, ofreciendo un suelo sólido para pisar en esta vida.
El creyente apuesta por la Luz
La misión es una realidad que acaba configurando nuestra identidad más profunda porque somos aquello a lo que estamos llamados. La misión se recibe, de modo personal e intransferible, pero también está requerida de una aceptación complacida del llamado. Es el eterno diálogo que se establece en la Biblia entre el Dios que llama, siempre para una misión, y un hombre que recibe dicho encargo. La misión sobrepasa siempre las posibilidades del que la recibe; y, justo por ello, tiene la garantía del encargo divino

sábado, 22 de junio de 2013

PREÁMBULOS DE LA FE III

Segundo retrato

La Historia
la desproporción entre el daño causado y la justicia imputada   

El historiador británico E. Hobsbawm, fallecido en el año 2012, calificó al siglo XX como el siglo más sanguinario de la historia. Curiosamente, el siglo XX nacía a la vida con una clara vocación de triunfo. Era el siglo proyectado, desde el escenario optimista del XIX, como el siglo de las realizaciones del hombre. El desarrollo de una floreciente burguesía, los avances significativos de la ciencia, los distintos universos ideológicos que creían poder controlar y programar el futuro… hacían prever grandes logros en el nuevo tiempo que se alumbraba.

Sin embargo, este optimismo inicial cesó, relativamente pronto, con el estallido de la primera y de la segunda guerra mundial durante la primera mitad del siglo.

 De hecho, muchas de esas ideologías que nos ofrecían un paraíso aquí en la tierra se fueron transmutando, poco a poco, en pensamientos totalitarios.

Indudablemente, un acontecimiento de tales dimensiones no va a ser neutro para el desarrollo posterior de la conciencia europea, dejando una profunda huella en su evolución.
“¿cómo Yahvé ha permitido esta masacre?”. Reaparece aquí, de modo agónico, la pregunta que plantea el libro de Job: “¿por qué ha de sufrir el justo?” El impacto de las guerras mundiales no sólo afecta al pueblo judío, sino que tiene un contagio, bastante inevitable, en gran parte de los pensadores de mitad del siglo XX.


¿POR QUÉ HA DE SUFRIR EL JUSTO?
Se plantea así la pregunta acerca de la justicia de Dios y, por tanto, del sentido de la historia: ¿puede ser esta historia un sucederse de acontecimientos donde la justicia de Dios está finalmente ausente?, ¿acabará triunfando el verdugo por encima de la víctima? Si esto es así, ¿qué sentido tiene guardar la Ley de Dios y andar por sus caminos?



“¿quién hará justicia a los muertos; especialmente a las víctimas de nuestro mundo?”. Incluso suponiendo que se alcanzara el paraíso en la tierra, lo cual es mucho suponer, aún quedaría en alto la pregunta sobre aquellos que, habiendo ofrecido su vida para alcanzar tales utopías, jamás disfrutarán de ellas. A estos mártires de paraísos perdidos, ¿quién les hará justicia?


martes, 11 de junio de 2013

PREÁMBULOS DE LA FE II


Primer retrato
El deseo
La desproporción entre lo anhelado y lo conseguido
            Una experiencia inmediata que alcanza a todo hombre, por el mero hecho de serlo, es la percepción de un deseo desproporcionado. El deseo es una dinámica que nos invade por dentro y por fuera; una especie de motor que nos empuja y nos lanza a la vida. Podríamos decir que nuestros deseos son movimiento, dinamismo, acción.
Curiosamente, el hombre es un ser que continuamente está imaginando paraísos artificiales. Y hablo de artificio porque tales paraísos, proyectados desde nosotros, al ser alcanzados, no otorgan esa plenitud de felicidad que habíamos previsto.
Deseo de libertad, de salvación???

Hay muchas formas de deseo: riqueza, fama, éxito, belleza, juventud, salud, amor, descendencia, pareja, amistad, proyectos… Indudablemente, hay formas de desear más nobles y elevadas que otras. Pero lo verdaderamente significativo es que cualquier deseo, sea de la índole que sea, puede ser reducido a uno básico: el deseo de salvación. Cuando hablo de salvación no me estoy refiriendo principalmente a una realidad religiosa, sino a una verdad elemental de toda vida humana: todos anhelamos plenitud, a la manera de una felicidad cumplida, totalmente realizada. Y, sin embargo, esta realización cumplida nunca llega.

Pero existe, en mi opinión, otra manera de acercarse al deseo. Utilizando un juego de palabras, se podría decir que hay que pasar del “deseo de salvación” a la “salvación del deseo”. En efecto, cuando el deseo se lanza hacia adelante y se corre en su búsqueda, con la intención de realizarlo, siempre se cae en el desánimo y en la frustración.

El deseo abierto al futuro puede tener mucho de quimera, de fantasía, de vana ilusión. 
Quimera, fantasía, ilusión??'

Pero cabe otra posibilidad: poner el deseo no en el fin, sino en el origen mismo de nuestra vida. De esta manera, la cuestión no es tanto la realización y el cumplimiento del deseo, sino su valor simbólico para explicar nuestro propio ser. Somos el deseo que algo o alguien ha sembrado en nosotros. O mejor, el Eterno nos ha destinado a la eternidad. Así, el deseo no se vivencia como una maldición, sino como nuestra más alta posibilidad, que nos catapulta al infinito. Lo expresó de modo brillante Agustín de Hipona, cuando afirmó: “nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”
Lo determinante no es ya alcanzar el deseo, sino verse habitado por él y poder explicar así quiénes somos. No somos, como dice el poeta, “ruina de carne que movemos”. Somos, más bien, los únicos seres de la naturaleza abiertos a un infinito que pueda calmar nuestra sed de eternidad. El deseo es la herida que testimonia, en nosotros, la aparición de una Presencia amiga.
¿Adónde te escondiste,
 Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
            Esta es una apertura constitutiva que puede tornarse, de modo significativo, en un verdadero pórtico de entrada a la fe. La herida nos hace sospechar que nuestro deseo no apunta a una “cosa”. Las cosas no pueden alcanzar nuestro corazón y colmar nuestra sed. La herida nos catapulta a un Alguien, interlocutor digno de un diálogo de amor, que sea respuesta a nuestro afán

Por ello, decía B. Pascal: “Consuélate, tú no me buscarías si no me hubieras hallado”  “Tú no me buscarías, si no me poseyeras. No te inquiete, pues, nada”  El deseo no es una maldición, sino la huella que ha dejado en nosotros un Dios que quiere hacernos partícipes de su misma condición divina.    

El deseo de Dios es entregarse al hombre siendo Él mismo un hombre. Para ello, ha creado al ser humano como la partitura que será interpretada por Dios mismo cuando aparezca en el mundo como el Encarnado.





jueves, 6 de junio de 2013

PREÁMBULOS DE LA FE I

 LA FE NO SE PIENSA, SE VIVE.

Pero pensar la fe nos abre horizontes infinitos  

Como ya anunciamos, vamos a iniciar estas reflexiones “veraniegas” sobre la fe con el libro “CINCO RAZONES PARA CREER: Experiencias de la desproporción” del teólogo Serafín Béjar, editado en Sal Térrea 2013

“La desproporción habla de una finitud, que anhela lo infinito; de un ser temporal, que desea la eternidad; de una contingencia, que quisiera hacerse necesaria; de un fragmento, que lucha por conseguir el todo. Por ello, el hombre es el eterno insatisfecho, deseoso de una plenitud que, curiosamente, no puede concederse a sí mismo, porque le excede. Al final, pareciera que somos lo que nos falta; es decir, aquello que nos define es, sin embargo, lo que no nos pertenece, lo que no tenemos”.
“El hombre es el único animal de esta creación que se hace preguntas, que se cuestiona sin descanso los más variados aspectos de su existir.”


“Todo esto hace que nuestra naturaleza humana sea muy abierta; como si fuéramos un libro en blanco que es necesario ir escribiendo. Somos una pura posibilidad, estamos por hacer, podemos inventarnos a cada paso. Pero lo verdaderamente radical en esta apreciación es que el hombre no sólo se hace preguntas, sino que se convierte en un interrogante para sí mismo, el hombre todo es pregunta. Eso es, el hombre es un animal problemático no sólo porque se enfrenta a los enigmas fundamentales de la vida, sino porque él mismo es un enigma, una pregunta, un problema, una cuestión. Aquello que tantas veces nos hemos dicho: “Ni yo mismo me entiendo”. De nuevo, bajo otro ropaje, la desproporción.”

“Estos cinco capítulos quiero proponerlos como cinco preámbulos a la fe. No son demostraciones, pero sí pretenden ofrecer pistas, perspectivas válidas para mostrar que el acto de fe implica una profunda racionalidad” 
El creyente no excluye su razón ya que, al iluminarla con la fe, la ensancha hasta donde nunca se hubiera imaginado”
 “La razón, por la fe, alcanza su más alta posibilidad. De ahí que el creyente no aminore la importancia que da a la razón, sino que la dignifique justo por la decisión vital de creer.”  

“Por tanto, al transitar por estos cinco retratos de la desproporción, voy a ir mostrando que el hecho de que un hombre encuentre suelo a su existencia en la fe no es algo arbitrario o caprichoso, sino el resultado Se cree, por tanto, para ser capaz de dar razón, de una forma más plena, del mundo en el que se vive. Se cree como una forma de compromiso con la realidad y no como un modo de huir del mundo. El creyente no excluye su razón ya que, al iluminarla con la fe, la ensancha hasta donde nunca se hubiera imaginado. La aparición de Dios en su horizonte de sentido no responde a un paradigma trasnochado o arcaico, sino al deseo sincero de pensar más allá. de una forma responsable de situarse en este mundo, una forma coherente de vivir la propia existencia”

“La razón, por la fe, alcanza su más alta posibilidad. De ahí que el creyente no aminore la importancia que da a la razón, sino que la dignifique justo por la decisión vital de creer”  


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domingo, 2 de junio de 2013

OTRA REFLEXIÓN PARA ESTOS DÍAS



Es un poco largo pero creo que vale la pena leerlo

CENA FRATERNAL O SACRIFICIO

Escrito por  José Enrique Galarreta